13 Respuestas a 13 Mentiras sobre los Monocultivos de Palma Aceitera

Imagen
Ph.: Synaparcam.

>>> Descargue la publicación

El 8 de Marzo, Día Internacional de las Mujeres, denunciamos las diferentes formas de violencia que sufren las mujeres dentro y alrededor de las plantaciones de palma aceitera a gran escala en África, Asia y América Latina. Esta violencia es cotidianamente silenciada y, por lo tanto, se hace invisible.

Para exponer esta angustiante situación que enfrentan las mujeres, el WRM actualizó su librillo "12 Respuestas a 12 Mentiras sobre los monocultivos de palma aceitera". Esta publicación ahora incluye el capítulo 13, que explica cómo las compañías de palma mienten cuando afirman respetar los derechos de las mujeres. Asimismo, destaca la lucha de las mujeres que se organizan y resisten para poner fin a la expansión de las plantaciones a gran escala y la violencia asociada a esos monocultivos.

>>> Descargue la publicación

MENTIRA Nº 13: LAS COMPAÑÍAS DE PALMA ACEITERA SE COMPROMETEN A DESARROLLAR Y APLICAR UNA POLÍTICA PARA PREVENIR LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES

Esta afirmación puede encontrarse en documentos de compañías de palma aceitera, sobre todo entre aquellas que son miembros del RSPO, por ser uno de los criterios de “sostenibilidad” de este sello.

Sin embargo, la realidad es que las diferentes formas de violencia de género que sufren a diario muchas mujeres y niñas en las sociedades patriarcales (violaciones y acosos sexuales, maltratos físicos, verbales y psicológicos y/o duras golpizas) suelen aumentar drásticamente con la llegada de las plantaciones industriales de palma a sus territorios, sean éstas certificadas o no.

A estas formas de violencia se suman la privación de tierras para el cultivo —con el consecuente impacto sobre la soberanía alimentaria y la economía familiar—, la criminalización por el uso tradicional del aceite de palma y la contaminación de las fuentes de agua. Todo esto no sólo afecta de manera directa y diferenciada a las mujeres —debido a su rol en las comunidades y núcleos familiares— sino también a las niñas y niños.

La violencia de género es uno de los impactos más graves de las plantaciones de palma industrial y, sin embargo, uno de los menos visibles. Esto ocurre, justamente, porque las afectadas son mujeres. Por costumbre, temor, vergüenza o, incluso, indiferencia por parte de las autoridades correspondientes, no suelen denunciar estos abusos. Muchas veces no tienen voz en sus comunidades ni son escuchadas dentro de sus propias familias. Las mujeres en su mayoría son las únicas responsables de cuidar a sus hijas e hijos y, si estos son violentados, frecuentemente son ellas quienes cargan con la culpa a pesar de la imposibilidad de actuar o reaccionar frente a estos abusos.

Cuando las mujeres son empleadas de empresas de palma, sufren maltratos, acosos y hasta violaciones sexuales por parte de capataces o guardias de seguridad. Los capataces a veces acosan a las trabajadoras para que ellas tengan relaciones con ellos y darles un mejor trabajo”, relata un testimonio de Honduras.

En Sierra Leona y Camerún, durante encuentros de mujeres que viven en comunidades cercadas por plantaciones industriales, se relataron casos de violencia sufridos por trabajadoras de empresas de palma. Por ejemplo, la explotación laboral de mujeres embarazadas y la exposición a agrotóxicos sin ningún tipo de protección. Es habitual que las mujeres trabajen en los viveros, donde se usan grandes cantidades de pesticidas. Esto las afecta en especial porque uno de los efectos de estos tóxicos es la pérdida de fertilidad y, en los casos de mujeres que están amamantando, ponen en riesgo a sus hijos al pasarles los venenos a través de la leche materna.

Esto también ocurre en plantaciones industriales de palma en Asia. En países como Indonesia y Malasia, las mujeres realizan tareas de fumigación con plaguicidas y fertilizantes tóxicos que las exponen a ellas y a sus hijos a serios riesgos de salud. En la mayoría de los casos, no están informadas ni cuentan con elementos de protección.

A ello se suma la sobrexplotación: las familias que viven alrededor de las plantaciones industriales también cultivan palma en sus parcelas y proveen la cosecha a las grandes compañías. En estos casos, las mujeres se ven en especial afectadas porque trabajan a destajo y sin remuneración en la pequeña plantación familiar y, además, deben cumplir con las tareas del hogar. Esto, en un contexto en el que dependen económicamente de los hombres y en el que generalmente no se les permite formar parte de la toma de decisiones sobre la tierra.

La violencia no sólo es ejercida sobre las mujeres cuando trabajan para las empresas; también la sufren en su vida diaria alrededor de las plantaciones. Las compañías acaparan las tierras y contaminan, desvían o secan los ríos. Como consecuencia, las mujeres y niñas son forzadas a andar mucho más para encontrar agua y terrenos aptos para producir alimentos. Si en su camino tienen que atravesar plantaciones, están expuestas al acoso y violencia por parte de los guardias de seguridad o policías. En los pocos casos en que se atreven a denunciar lo ocurrido, suele prevalecer la impunidad. Esto conduce a su frustración y a la perpetuación de la violencia. Y quedan obligadas a andar en grupos para protegerse entre sí. Se trata de situaciones en las que se vulneran múltiples derechos: a la dignidad, a la alimentación, al acceso al agua, a su integridad física y a circular con libertad.

También sufren maltratos, golpizas y encarcelamiento cuando son vistas con pequeñas cantidades de frutos de las palmeras que cultivan de manera tradicional a pequeña escala y que consiguen mantener tras la invasión de las plantaciones industriales. Las palmas tradicionales son fundamentales para las mujeres ya que con ellas preparan productos esenciales, como aceite, jabón y medicamentos caseros, que sirven para su propio consumo o para ser vendidos. Cuando policías y/o fuerzas de seguridad privadas las encuentran con frutos o con aceite de palma, las acusan de robo y las golpean. Incluso, irrumpen en sus casas o en los mercados donde comercializan sus productos y destruyen el aceite elaborado por ellas. Testimonios de Camerún cuentan que si la policía encuentra apenas una botella de aceite de palma en las casas, las mujeres —que son quienes están presentes con más frecuencia en los hogares— son enviadas a prisión.

Otra consecuencia dramática es que la presión por asegurar la alimentación de la familia empuja a las mujeres a emigrar y buscar otras fuentes de ingresos. Según un informe (1), en Camboya, Indonesia, PNG y Filipinas la prostitución está en alza, en coincidencia con un mayor número de casos de VIH/SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual, entre las mujeres que trabajan o viven alrededor de las plantaciones.

La violencia también se ejerce cuando las mujeres se organizan y movilizan para protestar contra las plantaciones. En estos casos, suelen ser discriminadas en sus familias y su comunidad porque en muchos casos no está aceptado que las mujeres participen de este tipo de actividades. Y además, al igual que muchos hombres, terminan en prisión por protestar, como ocurrió en varias oportunidades en Sierra Leona, donde inclusive mujeres embarazadas o con hijos son arrestadas y encarceladas, y junto con ellas, los niños.

A pesar de todo, las mujeres se organizan para quebrar el silencio y exigir basta de violencia. Buscan el diálogo en sus comunidades, visibilizan los casos y exhortan al resto del mundo a apoyarlas en su lucha.

(1) Oil Palm Expansion in South East Asia, 2011.

>>> Descargue la publicación