La certificación definitivamente no es el camino

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Hace muchos años que el WRM denuncia que es inaceptable certificar plantaciones industriales de monocultivos de árboles en gran escala. El blanco principal ha sido el FSC, por presentarse al mundo como el sello más confiable y respetado para productos madereros, incluso porque cuenta entre sus miembros con varias organizaciones no gubernamentales.

El FSC ya certificó millones de hectáreas de monocultivos de árboles y continúa con dicha práctica. Un ejemplo es la certificación prevista para febrero/marzo de este año de Chikweti Forests of Niassa, una empresa que ha causado muchos problemas a las comunidades campesinas en la provincia de Niassa, en el norte de Mozambique (verhttp://www.wrm.org.uy/boletin/161/opinion.html)

Generalmente, las comunidades directamente afectadas son unánimes en afirmar que es imposible certificar los monocultivos de árboles en gran escala. Hace mucho tiempo que experimentan los perjuicios y la destrucción que causan estas plantaciones. Algunas de estas comunidades pudieron hablar de ello en una película reciente de dos periodistas belgas y que trata de la certificación FSC de Veracel Celulose (lea más en el artículo sobre Veracel y el FSC en este boletín). Otras comunidades impactadas, como las comunidades Mapuche de Chile, dicen en esta edición que el problema fundamental es que las empresas certificadas no quieren cambiar su ‘modelo’ de producción, basado ‘en la gran escala, el monocultivo expansivo y excluyente’. Por ello, son incertificables.

Sin embargo, la cuestión de la certificación de monocultivos de árboles continúa dividiendo a activistas, ONGs y consumidores en los países industrializados, donde está la mayor parte del consumo de productos de papel. Muchos dicen que reconocen que hay problemas, pero que el FSC todavía es la mejor opción. ¿Pero será que ese es realmente el camino a recorrer?

Es bueno recordar cómo surgió la idea de la certificación. Para ello, precisamos retornar a los años ’80 en Europa, cuando la cuestión ambiental surgió como un tema político relevante. En aquella década, ONGs europeas organizaron grandes acciones de boicot a la madera tropical, con el fin de evitar su consumo, ya que habían analizado que el consumo de esta madera estaba provocando la destrucción de los bosques en el mundo. Fue una época en la que quedó claro también que la explotación de los recursos naturales en los países del Sur para abastecer al Norte y su patrón de producción y consumo estaban causando daños irreversibles, como el calentamiento global, un fenómeno que afectará a todas y todos, pero principalmente a los más pobres.

Un resultado de la preocupación global con respecto al medio ambiente fue la Conferencia sobre este tema en Rio de Janeiro en 1992, que buscó discutir cómo llevar el mundo a una producción ‘sustentable’. A partir de allí, las empresas, en vez de asumir su responsabilidad y transformar su modo de producción radicalmente, comenzaron a proponer un ‘desarrollo sustentable’ a su modo. Los problemas detectados fueron, casi milagrosamente, transformados en ‘oportunidades’ para un nuevo ciclo de crecimiento, esta vez ‘sustentable’. Para las empresas que promueven las plantaciones en gran escala, la certificación era una solución perfecta porque podría definir sus prácticas como ‘sustentables’, valorizar sus productos y calmar a los consumidores preocupados con la cuestión ambiental en el planeta, sin afectar sus planes de expansión y, principalmente, sus ganancias.

Los gobiernos y parte de las ONGs dieron sustento a ese ‘mensaje positivo’ de que era posible ‘modernizar ecológicamente’ el modo de producción. Surgieron certificaciones para productos de madera (FSC) y también, a lo largo de los años, para productos provenientes de otros monocultivos, como la Mesa Redonda de Aceite de Palma Sustentable (Round Table for Sustainable Oil Palm Production) y la Soja Responsable.  Al adquirir fuerza la certificación, también se fortaleció la idea, en el imaginario de los consumidores de que ahora se podría consumir, pero siempre que fuera ¡‘sustentable’, ‘certificada’! La época de los boicots había quedado en el  pasado.

Pero a medida que cada vez más plantaciones de monocultivos eran certificadas, aumentaban también las críticas. Es interesante recordar que esas críticas no provienen solamente del Sur, sino que también vienen del Norte. Varias ONGs ya dejaron al FSC, como Robin Wood de Alemania. Incluso un estudio reciente publicado por la Comisión Europea (http://ec.europa.eu/environment/integration/research/newsalert/pdf/226na6.pdf) argumentó que el FSC no necesariamente reduce la presión sobre la deforestación, un argumento muy usado por los defensores del certificado. Y recientemente, un proyecto para jóvenes de organizaciones belgas y finlandesas, llamado ‘Movimiento Justo’ (Fair Move), escogió la cuestión de los sellos y las certificaciones como tema de debate y reflexión. Querían saber si los sellos que están en el mercado, como el FSC, son realmente confiables.  Qué bueno que justamente los jóvenes cuestionan un sello que, (¡)hace más de 10 años(!) garantiza ‘sustentabilidad’.

Otros sellos, por ejemplo, para soja ‘sustentable’, también sufrieron críticas. Un ejemplo es una carta publicada recientemente en un diario belga por un grupo de activistas de organizaciones belgas, dirigida a ONGs holandesas que participan de laMesa Redonda de Soja Responsable (RTRS). El grupo dice en la carta que “un sello RTRS para la soja industrial no aporta nada importante al ser humano ni al medio ambiente. Engaña al consumidor que compra productos con el sello del RTRS, también en Bélgica. Y maquilla de verde a empresas como Monsanto, Cargill y Unilever.

Las críticas realizadas a los sellos como FSC apuntan nuevamente al debate que quedó en segundo plano con la práctica de la certificación: el patrón de consumo excesivo. Hay necesidad urgente de reducir el consumo de papel e incentivar el reciclaje y producción regional en escalas menores con mayor diversidad de árboles y beneficios para comunidades locales.

El FSC no cuestiona si los innumerables productos descartables que resultan de una plantación certificada son realmente necesarios para el bienestar de las personas, y mucho menos lo hace la empresa certificada que está, sobre todo, preocupada por aumentar sus ventas y ganancias. Más de la mitad del papel consumido en el mundo es descartable, o sea, poco sustentable y cuestionable en términos de aumentar la ‘calidad de vida’. Además, la universalización del patrón de consumo occidental es imposible, aunque pase por la certificación.Sin embargo, las empresas continúan estimulando el consumo, incluso de nuevos productos, llamados ahora ‘sustentables’, como si el consumo desenfrenado no hubiese ya causado innumerables problemas al mundo como el calentamiento global. Y como si todo eso no bastase, el FSC también ha certificado plantaciones de monocultivos para almacenar carbono, siendo connivente con las falsas soluciones para enfrentar el calentamiento global, como comenta el artículo sobre la empresa Plantar en este boletín.

Para finalizar, nuestra primera tarea -y esto nos lleva de vuelta al motivo de dedicar nuevamente algunos artículos de este boletín al tema de la certificación- es alertar al lector y motivar a las ONGs y consumidores en general a posicionarse sobre el tema. Es necesario evaluar críticamente qué trajo de hecho la certificación a lo largo de los años: un debilitamiento de las luchas de las comunidades locales por sus derechos y recursos naturales y un fortalecimiento de empresas que estimulan exactamente el consumo excesivo, con vistas a obtener ganancias. Es necesario recorrer otros caminos que no sean el de la certificación.