Petróleo, bosques y cambio climático

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Parque Nacional Yasuní, Ecuador.

El petróleo explica los cambios climáticos, el intercambio desigual globalizado y los nuevos escenarios de colonización, no obstante, las fronteras petroleras se multiplican y las economías siguen profundamente petrolizadas – incluso bajo su disfraz “verde”. Ahora, viejas y nuevas hegemonías compiten por su acceso.

La centralidad del petróleo al momento de analizar el cambio climático, e incluso la crisis civilizatoria (1), es indispensable. El petróleo explica no solo los cambios climáticos, sino también el intercambio desigual, la globalización y los nuevos escenarios de colonización. Explica el metabolismo de la producción y el mercado, propios de la globalización.

A pesar de las negaciones de la industria y de los gobiernos, ahora se sabe con certeza que la quema de los combustibles fósiles provoca los desordenes climáticos englobados en el cambio climático global. Esta certeza tiene un camino desde 1992, cuando el clima y la biodiversidad se colocaron en las agendas internacionales como los grandes problemas del ambiente. Los reportes científicos, las evidencias levantadas alrededor del mundo y una conciencia generalizada en la sociedad, colocan al petróleo en el centro de la causas del cambio climático, no solo por la acumulación de C02 en la atmósfera, resultante de la quema de combustibles fósiles, sino también por los impactos de los modelos de agricultura industrial y del transporte de mercancías, que dependen enteramente del petróleo.

Pero además hay otra certeza. Durante todas las fases de las actividades petroleras se provocan impactos locales que afectan a las sociedades, a sus territorios y a la naturaleza.  La exploración, la perforación, la extracción, el transporte, e incluso la refinación y el consumo provocan devastación ambiental, violencia y empobrecimiento local.  En todas las fases hay deforestación y fragmentación de los ecosistemas; hay contaminación de los cuerpos de agua; hay lluvias ácidas por la quema del gas asociado de petróleo; hay ruido insoportable y contaminación, hechos que se extienden con las redes naturales de circulación del agua y el viento.

La actividad petrolera tiene esta doble dimensión: ser causante del cambio  climático –global-, y provocar devastación ambiental –local-.

Sin embargo, a pesar de las alertas, que son locales y globales, las fronteras petroleras tanto de explotación como exploración se han multiplicado y las economías siguen profundamente petrolizadas.

A escala mundial, el denominado pico petrolero, o el agotamiento de los crudos “baratos,” en lugar de provocar las necesarias transiciones, desató una carrera por el control del petróleo, sin importar donde se encuentre ni cuál sería su costo social y ambiental.

Las fronteras petroleras se han extendido a casi todos los rincones del planeta, zonas frágiles, áreas incluso supuestamente “protegidas”, territorios de pueblos indígenas, ecosistemas en peligro de extinción,  mares profundos. El petróleo sigue siendo factor esencial para la expansión y globalización del capitalismo – incluso bajo su disfraz de capitalismo verde -, y ahora viejas y nuevas hegemonías compiten por su acceso.

Una mirada desde los territorios

Hay sin duda una crisis global socio-ecológica que encierra respuestas y repertorios globales.  La red Oilwatch (2) propuso desde 1996 la moratoria a la exploración petrolera como medida para enfrentar el cambio climático. Esa propuesta permitía al mismo tiempo visibilizar al consumo de petróleo como principal causante de los cambios climáticos y los impactos locales de sus procesos de búsqueda y extracción.

A pesar de que las catástrofes climáticas están cada vez más registradas y reportadas, ahora con sofisticados aparatos tecnológicos, los gobiernos han hecho muy poco para frenar las fronteras petroleras. De hecho, si se han logrado algunos resultados han sido solo por la presión y resistencia de las comunidades.

La nueva ciencia atmosférica, que nos permite mirar en tiempo real los incendios de la amazonía, el comportamiento de los vientos, las corrientes oceánicas, y las ondas de calor y de frío,  ha contribuido más bien a naturalizar los problemas y a cultivar la idea de “catástrofe inevitable.” Esta a su vez se resolvería en el futuro con medidas militares, inventos de geoingeniería, o nuevos negocios como es el pago por servicios ambientales.

Pero si miramos desde el lugar, desde los territorios, podemos entender las razones de tanta resistencia alrededor del mundo en contra de los proyectos extractivos petroleros.

Los bosques tropicales por ejemplo. Cuando es intervenido un bosque, se han documentado cambios en el microclima de hasta 100 metros adentro del borde de las operaciones, y si se toman en cuenta a las mariposas, el efecto es de 300 metros a partir del lindero; a esto se le denomina “efectos de borde”. También se ha documentado el efecto de la fuerte contaminación sobre el agua, los suelos y el aire,  ya que existe un continuum entre bosque, agua y aire. Los bosques tropicales se caracterizan por tener un complejo sistema de reciclaje del agua, de hecho son reservas de agua dulce. Las extracciones petroleras además involucran la creación de caminos y carreteras por donde pasan camiones de carga pesada, además de oleoductos, campamentos de trabajadores, etc. Toda esta infraestructura es además custodiada por militares o personal de seguridad, lo que incrementa la violencia que se genera en las comunidades, sobretodo para mujeres y niñas.

La vida en los bosques está repleta de relaciones y sensaciones. Relaciones de interdependencia y cooperación que permiten a los pueblos vivir y a la naturaleza reproducirse.  Señales olfativas, vibraciones, atracción a polinizadores por la forma o el color de las flores, son adaptaciones que hacen de la selva un escenario de profundo erotismo. No solo es el alimento y la salud, es la vida en su sentido más amplio y existencial.

Cada río contaminado, cada pozo perforado, cada carretera que atraviesa territorios no para comunicar sino para extraer las mercancías, cada enclave con infraestructura petrolera, tiene una respuesta de rechazo o por lo menos un repudio a nivel local.

La sensibilidad por la destrucción de la naturaleza ha crecido en todo el mundo, y no ha sido por los mensajes televisados de la catástrofe global, por lo menos no solamente. Los locales se están rebelando y dando nuevos sentido a lo global y a los globales.

El Ecuador extractivista en crisis

Desde que se descubrieron los primeros yacimientos de petróleo en Ecuador, sus gobiernos de turno han aplicado políticas y medidas para favorecer a la industria petrolera, aún a costa de su soberanía alimentaria y energética.

Las empresas petroleras y los gobiernos de turno, con quienes se establecen diferentes modelos de presión y control, construyeron un imaginario de un país petrolero y armaron modelos institucionales y administrativos para favorecer a la industria del petróleo: contratos siempre beneficiosos para la industria petrolera; decenas de subsidios de diferente índole; carreteras y fomento a la cultura del automóvil; constantes acuerdos y políticas para mantener y aumentar la actividad petrolera como eje de la economía; desregulación de las normas ambientales, con un amplio dispositivo para evadir las responsabilidades sociales y ambientales.

Despues de 50 años de extracción, sobre todo en la Amazonía, nos encontramos con que los nuevos yacimientos se encuentran en zonas de difícil acceso y de alto riesgo, como el Parque Nacional Yasuní. Pero, además, lo que queda de petróleo, se trata de crudos pesados que exigen alto abastecimiento energético (lo que implica mega-infraestructuras de producción de energía) e inversiones complejas, como carreteras, oleoductos, estaciones de calentamiento de crudo, refinerías para este tipo de crudo, entre otros. A pesar de eso, se mantiene el objetivo de continuar con la extracción petrolera.

La herencia petrolera en materia de los devastadores impactos ambientales, sociales y económicos,  sobre todo con la evidencia levantada en el juicio contra las actividades de Chevron Texaco en Ecuador (3), construyó una masa crítica a estas operaciones. A esto se sumó la campaña por la defensa del Yasuní (4) – reconocida como la zona más biodiversa del planeta-, que permitió colocar en el otro lado de la balanza a la naturaleza y los pueblos que se sacrifica por la actividad petrolera.  Adicionalmente, el balance de los 10 años pasados reveló cómo la actividad petrolera escondía un entramado de casos de corrupción que son los que llevaron al país a una severa crisis económica e institucional.

El petróleo como agente generador de empleo, de ingresos o de posibilidad de salir de la pobreza, perdió credibilidad. Ese es el telón de fondo de las recientes movilizaciones en el Ecuador.

En octubre de 2019 el gobierno nacional resolvió eliminar los subsidios a los combustibles. No se tocaron las ventajas –y subsidios- a la industria del petróleo. Al contrario, esta medida hacia los subsidios de los combustibles se daba con un conjunto de medidas adicionales para aumentar la extracción petrolera: reglamentos para desregular los controles ambientales, compromisos para pagar arbitrajes a las empresa petroleras, y medidas económicas que mantienen la centralidad del petróleo en las actividades económicas y de producción. Se pretendió argumentar que era una medida a tono con las demandas ambientales globales.

Las movilizaciones vienen siendo lideradas por los pueblos indígenas, quienes han protagonizado las luchas anti-extractivas en el país históricamente. Estos pueblos ahora denunciaban que la medida era un ataque a las economías empobrecidas del campo y de la ciudad. Las movilizaciones obligaron al gobierno no solo a suspender la medida, sino a sentarse en una mesa para discutir una agenda económica para el país.

El Parlamento de los Pueblos, convocado por las organizaciones indígenas, presentó su propuesta: una serie de medidas de ajuste e impuestos a las empresas y sectores más ricos del país, pero además un giro a las políticas nacionales que reconozcan la  plurinacionalidad, el buen vivir y los derechos de la naturaleza. (5)

Proponen parar la frontera extractiva minera y petrolera y no tocar los subsidios a los y las consumidoras, mientras no se hayan resuelto temas relacionados con la soberanía alimentaria y energética, que justamente han sido torpedeadas por el modelo petrolero en el que se basa la economía ecuatoriana.

Esperanza Martínez,
Acción Ecológica, Ecuador, miembro de la red Oilwatch

(1) Hay un consenso en que la crisis actual, no es solo económica, ambiental, energética, sino que es un quiebre civilizatorio de carácter integral, que revela el agotamiento de un modelo de organización económica, productiva y social, con sus respectivas expresiones en todos los ámbitos de la vida.
(2) Oilwatch es una red del sur, que promueve la resistencia a las actividades petroleras en los trópicos. Actualmente tiene su coordinación internacional en Nigeria.
(3) Más información en Frontpage: www.texacotoxico.net
(4) Más información en www.yasunidos.org
(5) El documento puede ser bajado en: CONAIE, Entrega de propuesta alternativa al modelo económico social