Cuando llegan las plantaciones en gran escala de monocultivos de árboles, el agua se va. Eso afecta a toda la comunidad aledaña, pero hay efectos especialmente diferenciados para las mujeres. Son ellas quienes, con sus propias palabras, lo cuentan.
En Brasil, la Mata Atlántica, uno de los ecosistemas de mayor diversidad biológica del planeta, ha dado paso a un paisaje uniforme y triste: el monocultivo del eucalipto en gran escala. (1) “... parecía que el clima cambió, dentro de la aldea. Cambió porque hasta para llover, esos cambios que hizo el eucalipto; los ríos tenían corriente, ahora queda ese hilito de agua. ¿Como vamos a poder plantar? Hay momentos en que hay que estar regando la huerta, la tierra queda seca, tostada, y la dificultad hoy de que para tener una alimentación saludable hay que plantar y abonar.” (Cláudia, Comisión de Mujeres Indígenas Tupiniquims y Guaraníes, aldea Tupiniquim Pau-Brasil)
“Yo siempre cuento lo que mi madre contaba: que había mucha caza, mucho pez. Está el río de São Domingos, que ya no tiene más agua, ya no se encuentra caza. Únicamente tatú, carpincho... Los peces también se acabaron definitivamente. Si uno quiere pescado, tiene que comprar en la ciudad, ya no existe más. Mis hijos ya no conocen lo que es.” (Domingas, de la comunidad quilombola de São Domingos).
Sólo en el municipio de Aracruz se deforestaron 430km² del bosque tropical pluvial nativo para dar lugar a la plantación de eucaliptos. Ríos imprescindibles para la vida de las poblaciones indígenas como el Guaxindiba y el Sahy, que bañaban la aldea de Pau-Brasil, prácticamente desaparecieron: “Era tan maravilloso que se abriese el río para nosotras. Lavábamos ropa, juntábamos agua para beber, para hacer comida... Uno pescaba peces, los agarraba con un tamiz. El mujererío... ¡se juntaba tanta gente! Era el lugar de lavar ropa. Terminaba de lavar ropa, uno se daba un baño y se iba, ¿verdad?” (Marideia, aldea Tupiniquim Pau-Brasil).
Este drama ocurrió también en la región donde viven las comunidades quilombolas: “Hoy el río está contaminado, no usamos el agua para beber, no usamos el agua para bañarnos, no usamos el agua para lavar ropa, no usamos nada, ¿verdad? Quiere decir que la diferencia fue mucha diferencia, porque antes nosotros teníamos nuestro río bueno, nuestro río era limpio, el agua era igual a un vidrio, uno miraba así, veía la sombra de uno, uno veía los pececitos allá en el fondo, y hoy, uno no ve, sólo ve oscuridad ...” (Nilza, Comisión de Mujeres Indígenas, aldea Tupiniquim Comboios).
“[...] Nuestra preocupación era la falta del río, y ahora es mucho mayor. Es lo mismo que usted dijo: ´bañarse, lavar la ropa, tener agua en casa`. ... Y cuando había río acá, las mujeres agarraban sus fardos de ropa... y era aquella fiesta a la orilla del río, todas lavando la ropa. Era más el día sábado, y quien tenía tiempo, durante la semana. Ya era un trabajo menos, porque había aquella cantidad de agua en el río, y todo era más fácil [...] Cuando había que sacarla en el pozo, bajar una ladera donde está el pozo hoy... Entonces esa preocupación no es de los hombres, es más de las mujeres y cuando falta esa agua en los tanques o hay un problema en la bomba, los hombres no van a agarrar el balde... son muy pocos lo que van a agarrar el balde y bajar la ladera, ¿verdad? Y cuando había sólo un poquito de agua, solamente uno iba cambiando. Pero la preocupación es de las mujeres mismo, ¿verdad?, de ir allá a agarrar agua en el pozo y tener esa agua en casa. Hasta que... quiero decir, cuando había río, esa preocupación disminuía porque, por lo menos para lavar la ropa, uno tenía como resolver el problema. La dificultad aumentó cuando todo ese proceso, con la llegada del eucalipto fue chupando esa agua del río que llegó al punto al que llegó hoy” (María Helena, aldea Tupiniquim Pau-Brasil).
“Lavábamos mucha ropa juntas. Era el mismo punto. La hora en que aquellas mujeres colocaban la ropa al sol, tenían la manía de hablar. Uno coloca en remojo, ¿verdad?, en jabón en polvo, y ellas no. Allá el blanqueador era la hoja del mamón, ¿verdad?... (risas), y colocaba [...], el pasto grande en la orilla del arroyo, cultivaba aquel pasto y ponía esas sábanas blancas, ropas blancas y blanqueaba mismo de verdad. De vez en cuando salpicaba con aquel poquito de agua y blanqueaba mismo, de verdad” (ENI, comunidad quilombola de São Domingos).
En Ecuador, en la zona de los manglares las típicas “concheras” tradicionalmente han obtenido el sustento para sí y su familia de la recolección artesanal de los camarones que anidan en el humedal, entre las raíces de los mangles. Ahora, manglares y concheras han sufrido una devastación feroz en manos de la cría industrial del camarón.
“Nuestra vida completamente ha sido destruida con la llegada de las camaroneras. Hasta la dignidad nos han quitado. Ya no se puede pescar, ya no se puede conchar, porque nos impiden la entrada a los lugares donde hemos trabajado por siempre. Hasta del agua se apropiaron; a veces nos regalan un poquito para tener para la comida, pero eso cuando les sobra a ellos.” (Pobladora de Puerto Hondo, en la Isla Puna, Provincia de Guayas) (2)
En la sierra ecuatoriana –los páramos-, la siembra de plantaciones de pinos comenzó en la década de 1980, promovida por instituciones como el Fondo Ecuatoriano Populorum Progressio, que indicaron a las comunidades cómo y dónde establecerlas. Los impactos se hacen sentir y en particular entre las mujeres, tal como lo muestran los siguientes testimonios: (3)
“Ahora nosotros no tenemos agua y los ríos están secos; ya no tenemos huerta, no sembramos cebolla ni nada. El verano es fuertísimo, se mueren las plantitas, los animales, se secaron los pocitos de agua dulce. La tierra ya no es fértil, ya no produce”. (mujer de Bolivar Simiátug)
“Antes nosotras usábamos esta agua para lavar, ahora ya no podemos tenemos que usar del agua de consumo.” (mujer de Tungurahua)
“Por ejemplo, nosotras estamos obligadas a preparar la alimentación, hacer bañar a los niños. El sacrifico es tener que cargar el agua a dos horas, 3 horas en las pomas, así se ha hecho. A nosotras las mujeres nos toca dar agua a los animales a las 12 y también a la tarde. Nosotras tenemos que ir llevando a la vaquita buscando el agua porque el ojito ya no hay en el río grande está a veces a 40 - 50 minutos. Las mujeres jalamos a las vacas. Cuando preparamos alimentos nos toca cargar el agua. Allí vamos llevando los guaguas. Buscando el agua encontramos donde han estado las platitas nativas, o si no cavamos bastante con el azadón, donde no ha habido pinos”.
“En las plantaciones de pino fueron muriendo todas las plantas nativas, y como no crece nada se secó todo por ahí adentro y se dieron incendios”. (mujer de Guaranda)
Pero la falta de agua ocasionada por las plantaciones de pinos se extiende a zonas agrícolas:
“Antes se sembraban cultivos de ciclo corto, moras y otros tipos, pero hemos tenido que cambiar nuestros cultivos. También hemos cambiado el tipo de animales, ahora ya solo tenemos cuyes”. (mujer de Tungurahua)
“Esto nos afecta principalmente en nuestra economía; ya no producimos, ahora tenemos que comprar todo. Nuestra gente ha salido a trabajar a la ciudad, de empleadas domésticas, de costureras. Antes nuestras abuelas se quedaban en la casa, los niños se quedaban con los mayores. (mujer de Tungurahua)
Estas mujeres son tenaces y fluyen, como el agua que les arrebatan. Sus voces deben ser escuchadas y validadas porque hablan de verdades que tienen la contundencia y la sencillez de la vida misma.
(1) Extractado de “Mujeres y Eucalipto” - Historias de vida y resistencia, Gilsa Helena Barcillos y Simone Batista Ferreira
(2) Testimonio aportado por Marianeli Torres, C-CONDEM, correo electrónico: marianeli@ccondem.org.ec
(3) Testimonios recogidos en investigación en curso encomendada por el WRM.