Como resultado de la creciente preocupación que suscita el cambio climático, los bosques figuran nuevamente entre los primeros puntos de la agenda internacional, principalmente en lo referente a su función como reservorios de carbono. Está ampliamente reconocido que los bosques pueden contribuir a mitigar (si se los conserva) o a empeorar (si se los destruye) el peligro inminente del cambio climático. Sin embargo, ¿se está hablando realmente de bosques?
Quizás el mejor (o peor) ejemplo para responder a esa pregunta sea el Congreso Forestal Mundial que acaba de tener lugar en Argentina. En dicho encuentro, bosques y monocultivos de árboles fueron tratados como sinónimos. Tal posición, viniendo de expertos forestales, sirve para respaldar a las empresas que se ocupan en convertir los verdaderos bosques en falsos bosques, la diversidad biológica en monocultivos, la naturaleza en ganancias.
Un “bosque plantado” es un bosque: tal es el mensaje que el mundo está recibiendo del Congreso Forestal Mundial. Si este mensaje fuera propuesto como ejercicio “verdadero-falso” a un grupo de escolares, la mayoría no vacilaría en responder “falso”. Pero, salvo pocas excepciones, los “expertos” forestales del mundo parecen tener otra opinión. Por consiguiente, se puede eliminar un bosque y substituirlo por una plantación de eucaliptos, pinos, palma aceitera, caucho o cualquier otro árbol y, según ellos, nada habrá cambiado.
Para empeorar aun más las cosas, una parte del programa del Congreso se refería a la necesidad de “mejorar” los bosques por medio del uso de árboles genéticamente modificados (GM), a pesar de que los árboles GM podrían hacer estragos en los bosques del mundo. En línea con el enfoque del CFM, los futuros monocultivos de árboles GM podrían también ser considerados “bosques”, con lo cual la definición de bosque se volvería aún más absurda... y peligrosa.
El mismo problema en cuanto a la definición de bosques y plantaciones se planteó durante las negociaciones climáticas sobre REDD (Reducción de las Emisiones debidas a la Deforestación y la Degradación en los Países en Desarrollo) que tuvieron lugar en Bangkok algunos días antes. El hecho de que la Convención sobre el Cambio Climático de la ONU también considere que las plantaciones son “bosques” fue un buen pretexto para que los delegados de la Unión Europea intentaran bloquear los textos destinados a evitar la conversión de bosques en plantaciones. Esto llevó a que las negociaciones terminaran abruptamente, ya que la mayoría de los delegados se dieron cuenta del peligro de canalizar fondos REDD para el reemplazo de bosques tropicales por plantaciones de árboles para celulosa o de palma aceitera.
También la producción de etanol a partir de plantaciones de árboles y de agrodiésel a partir de plantaciones de palma aceitera, como alternativas “verdes” a los combustibles fósiles, está ligada al cambio climático y a la definición de las plantaciones como bosques. Dichos combustibles podrían llevar a la destrucción de extensas zonas boscosas que serían convertidas en monocultivos de árboles. Según la definición actual de bosque, esto no cambiaría nada, con tal que la “cubierta forestal” se mantuviera incambiada.
Lo absurdo de todo esto, así como los intereses creados que se esconden detrás, está volviéndose cada vez más claro, incluso para los negociadores de REDD. Evidentemente, el proceso para excluir las plantaciones de los bosques es aún largo y difícil, pero son cada vez más las organizaciones sociales, los movimientos campesinos, las organizaciones de pueblos indígenas, los activistas de derechos humanos, los académicos, los forestales y el público en general que se reúnen bajo la consigna de que “las plantaciones no son bosques”. Las comunidades locales que iniciaron este proceso a través de sus luchas contra los monocultivos de árboles, ya no están más solas.