La deforestación y la degradación de los bosques han generado y generan hoy preocupación a nivel mundial. Las tasas de pérdida en bosques tropicales, así comode los templados y boreales, resultan alarmantes. Los bosques tropicales en el mundo entero han sufrido un aumento en la tasa de deforestación, en tanto las escasas áreas de bosque templado primario que todavía subsisten, al igual que los bosques boreales, se encuentran severamente amenazadas.
Los bosques no están vacíos. Ellos son el hogar de millones de personas que conforman poblaciones indígenas y comunidades locales, las cuales viven en los bosques o cerca de ellos, dependiendo de los recursos que éstos les proveen. Además de los servicios que los ecosistemas forestales suministran a nivel local, constituyen un factor primordial para la estabilización del clima a nivel global. Esta función por supuesto que no es nueva, pero el actual proceso de discusiones y negociaciones sobre al calentamiento global ha enfatizado su importancia. En efecto, la UNFCCC en su Artículo 1.7 define “depósitos” como “(un) componente del sistema climático en que está almacenado un gas de efecto invernadero o un precursor de un gas de efecto invernadero”. Dado que, de acuerdo con la definición precedente, los bosques maduros son enormes reservorios o depósitos de carbono, su conservación es fundamental para evitar un incremento en la concentración de dióxido de carbono atmosférico. Por el contrario, la destrucción de bosques primarios, a causa de incendios por ejemplo, suma considerables cantidades de anhídrido carbónico a la atmósfera. La deforestación y los cambios en el uso de la tierra también liberan otros gases de efecto invernadero al aire. La conversión de bosques en tierras de pasturas aumenta la liberación de metano, en tanto la quema de los bosques provoca la emisión de óxido nitroso a la atmósfera. Está fuera de toda discusión que la conservación de los bosques en todo el mundo sería un camino efectivo para lograr el objetivo último de la UNFCCC, cual es “la estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que impida interferencias antropogénicas peligrosas en el sistema climático” (Artículo 2). El Artículo 4.1.d de la Convención establece –entre las obligaciones de las Partes- la de promover y cooperar en la conservación y el aumento de los sumideros y reservorios, incluidos los bosques.
Sin embargo, y a pesar de las conferencias, consultas y talleres de carácter oficial que se suceden aquí y allá, de las que salen hermosas declaraciones y recomendaciones, muy poco se ha hecho para frenar este proceso de destrucción y evitar sus efectos negativos. Ello no puede razonablemente ser atribuido al carácter malévolo de los actores implicados, sino a la lógica del sistema económico dominante. El enfoque orientado hacia la economía de mercado ha ignorado por completo los efectos negativos de la destrucción de los bosques -en si mismos, como recursos naturales- sobre el clima global y, con seguridad, sobre la gente que vive en los bosques y depende de ellos. La promoción de cultivos de exportación, la ganadería comercial, los monocultivos forestales, el madereo comercial, la explotación petrolera, los proyectos de grandes represas nos muestran que la deforestación no es casual o “natural”, sino consecuencia de tal enfoque. Mencionaremos algunos ejemplos:
- Los países del Sur se ven más y más presionados a destruir sus recursos naturales –incluidos los bosques- con el fin de generar fondos para pagar su deuda externa. Indonesia, por ejemplo, se propone transformarse en el primer exportador de aciete de palma del mundo. Las compañías plantadoras de palma aceitera usurpan las tierras y las selvas de las comunidades locales y los pueblos indígenas y no dudan incluso en prender fuego a los bosques nativos para liberar espacio destinado a la instalación de las plantaciones. El incremento del consumo de papel en el Norte está provocando la expansión de plantaciones forestales para pulpa en tierras previamente ocupadas por bosques naturales, que luego de la corta son sustituidos por monocultivos. Eso está sucediendo con los bosques templados de Chile, víctimas de las plantaciones de pino. Paradójicamente en Tasmania, Australia, centro de origen del género Eucalyptus, se están dando cortas masivas del bosque nativo para su sustitución por monocultivos forestales.
- Las comunidades locales junto a organizaciones ambientalistas están denunciando y enfrentando las destructivas actividades de corta de los bosques. En Gabón, por ejemplo, compañías malayas están talando la selva tropical primaria de la cuenca del Río Okano. Recientemente grupos ambientalistas de Guatemala han tenido éxito en disuadir al gigante maderero Simpson Forestry, de EE.UU., de continuar sus actividades de madereo en el área de Río Dulce. Este tipo de actividades no se limita a países del Sur; la talarrasa también está destruyendo los antiguos bosques del Pacífico de Canadá y EE.UU., al tiempo que ambientalistas han sufrido incluso violencia física por su activismo en defensa de éstos.
- La prospección y explotación petroleras constituyen un importante factor de destrucción de las selvas tropicales, lo que se agrega al rol negativo de las petroleras en relación con el calentamiento global. El Parque Nacional Yasuni, una Reserva de la Biósfera de UNESCO situada en Ecuador, y el Parque Nacional Kithar, en Pakistán, están viéndose amenzados por actividades de explotación a cargo de las compañías Pérez Compact de Argentina, Elf de Francia y Premier Oil. En Nigeria, Shell no sólo ha destruido los bosques y ocupado tierras de los pueblos nativos, sino que ha utilizado el aparato de seguridad del Estado para amenazar a quienes se oponen a sus actividades. Al mismo tiempo Shell está instalando plantaciones forestales en el Sur, con el fin de generarse una “imagen verde”.
- La minería es también un factor de primera línea en la destrucción de los bosques. Las selvas lluviosas vírgenes de Surinam están amenazadas por el aumento de las concesiones mineras que el gobierno de ese país está entregando a compañías extranjeras. La mina de oro Grasberg en Irian Jaya, Indonesia, está contaminando los recursos hídricos y haciendo que los bosques locales se pierdan. Efectos similares está teniendo la explotación de cobre en Bougainville y Ok Tedi, en Papua Nueva Guinea.
Los ejemplos arriba mencionados son sólo una muestra de la actual situación, realmente desesperanzadora, e ilustran lo que el texto de la UNFCCC quiere decir cuando se refiere a “la actividad humana que altera la composición de la atmósfera mundial” (Artículo 1.2).
Del lado opuesto, hay quienes están enfrentándose a estas prácticas destructivas, mediante acciones cotidianas en pos de conservar sus tierras, recursos y culturas, contribuyendo entonces positivamente a la estabilización del clima:
- Los Dayak, grupos étnicos indígenas de Sarawak (Malaysia) y Kalimantan (Indonesia), han venido liderando una larga lucha, iniciada a fines de la década de 1980, para detener la destrucción de sus bosques tropicales por parte de planes de “desarrollo”, tales como el madereo comercial y las plantaciones, las grandes represas y la industria del camarón.
- Los indígenas Cofanes, quienes hace poco ocuparon el pozo petrolero Dureno 1 en la Amazonia ecuatoriana; los ‘Uwa, que enfrentan a la Occidental Petroleum in Colombia; los Kolla de Salta, Argentina, que se oponen al gasoducto de San Andrés, protegiendo así las “yungas”, un ecosistema forestal montano rico en biodiversidad.
- Las comunidades de pequeños agricultores de Pucallpa, Perú, que están reconvirtiendo tierras de cultivo y pasturas en bosques secundarios, los cuales suministran leña y madera para uso doméstico, además de ofrecer beneficios ambientales como la conservación de la biodiversidad y la toma de carbono atmosférico.
- Los ambientalistas y pueblos indígenas de Nigeria, que están defendiendo la Reserva Forestal de Okomu, un área que todavía puede mostrar orgullosamente su selva prístina, a pesar de las presiones económicas generadas por los enormes monocultivos forestales de Michelin Rubber Company y Okomu Oil Palm Company, y de las actividades madereras de la empresa Africa Timber and Plywood.
- Los grupos ambientalistas de la costa pacífica de Norte América, que enfrentan valientemente a las compañías madereras, intentando proteger lo que todavía queda de los viejos bosques boreales de la zona.
Esta gente y muchos otros en similares condiciones, deberían ser vistos como los auténticos contribuyentes al logro del “objetivo último de esta Convención” (Artículo 2). Varios instrumentos e iniciativas legales de nivel internacional mencionan el papel de los pueblos indígenas y las comunidades locales en la conservación de los bosques. Por ejemplo, la Convención de los Pueblos Indígenas, introducida por la Organización Mundial del Trabajo en 1989, llama a los estados signatarios a tomar medidas para proteger y preservar el ambiente en los territorios habitados por los pueblos indígenas, así como a reconocer sus derechos territoriales. El “Llamado a la Acción” de la COP2 de la Convención de Diversidad Biológica, reunida en Yakarta, en 1995, enfatizó “la necesidad de desarrollar e implementar métodos para el manejo forestal sustentable, los cuales combinen metas de carácter productivo y socioeconómico de las comunidades locales dependientes de los bosques, con metas ambientales”.
Desgraciadamente, la actual tendencia de las negociaciones globales sobre cambio climático no parecen ir en esa dirección. El Protocolo de Kyoto está siendo considerado más un tratado comercial que un tratado ambiental, dado que los países del Norte y las corporaciones privadas –principales responsables de la alteración del clima a nivel mundial- son los actores más relevantes en la escena diplomática y procuran imponer sus puntos de vista. La “promoción de prácticas sostenibles de gestión forestal” –como reza el Artículo 2.ii del Protocolo de Kyoto respecto de las obligaciones de los países comprendidos en el Anexo I- parece ser tan sólo letra muerta.