Tres importantes eventos internacionales relacionados con los bosques tuvieron lugar durante 2002: la sexta conferencia de las partes del Convenio sobre Diversidad Biológica, la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sustentable y la octava conferencia de las partes de la Convención sobre Cambio Climático. De poco sirvieron. Más allá de la retórica y de los compromisos acordados en dichas --y anteriores-- reuniones, lo cierto es que no se percibe ningún impacto positivo. Por el contrario, la realidad está mostrando a diario que los bosques siguen siendo destruidos y que los monocultivos forestales continúan expandiéndose a expensas de los bosques y de otros ecosistemas nativos.
Por otro lado, la realidad también muestra que los países del Sur se siguen empobreciendo y endeudando, lo que parece obligarlos a explotar más y más recursos en la esperanza de poder eventualmente "desarrollarse". Muchos de esos recursos se encuentran en áreas de bosques (maderas, minerales, petróleo, energía hidroeléctrica, etc.), lo que conlleva una permanente contradicción entre el discurso de la protección de los bosques y la acción que determina su destrucción.
Además, la independencia formal de los gobiernos se ve crecientemente coartada por el poder de organismos multilaterales de crédito como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y los bancos regionales de "desarrollo", que siguen imponiendo las mismas recetas que ya han demostrado ser peores que la enfermedad. A ellos se agrega el también creciente poder de la Organización Mundial del Comercio y de las empresas transnacionales.
En ese contexto, parecería ser que no hay solución y que los bosques --y con ellos los medios de supervivencia de las poblaciones locales-- continuarán siendo destruidos para pagar una impagable deuda externa y para logar un "desarrollo" que ni llega ni llegará. Sin embargo, tal conclusión adolece de una falla fundamental: no toma en cuenta el papel protagónico que están asumiendo los pueblos, que no sólo están buscando, sino que además están encontrando soluciones. La propia situación de crisis está impulsando a la gente a buscar alternativas a nivel local y a unirse a escala global para enfrentar un tipo de "desarrollo" que está llevando al desastre social y ambiental.
En las áreas boscosas, los pueblos indígenas y las comunidades locales están reclamando --y crecientemente conquistando-- su derecho al manejo comunitario de los bosques. Ya existen numerosas experiencias exitosas que prueban que ese tipo de manejo es no sólo viable, sino que es además socialmente justo y ambientalmente adecuado. Si de proteger los bosques y mejorar la calidad de vida de su gente se trata, éste es entonces claramente el camino a recorrer.
Pese a ello, son muy pocos los gobiernos dispuestos a entregar el control y el manejo de los bosques a las poblaciones que allí habitan. Más allá de las manidas argumentaciones técnicas acerca de la supuesta incapacidad de las poblaciones locales de manejar los bosques, lo que está en juego es el interés económico de actores nacionales y transnacionales --apoyados por actores políticos y agencias multilaterales-- que no están dispuestos a perder el acceso irrestricto a las riquezas que se encuentran en las áreas boscosas.
Es por ello que los gobiernos se resisten al reconocimiento de los derechos territoriales de los pueblos que habitan los bosques, que implica su derecho a manejarlos de acuerdo con criterios que contraponen la lógica ambiental y social a la lógica de la explotación maximizadora de ganancias económicas que hasta ahora ha sido la norma. Dado el enorme poder de esos actores, resulta imprescindible avanzar en formas de organización y movilización --local, nacional e internacional-- para obligar a los gobiernos a adoptar finalmente las medidas que se resisten a adoptar pero que son necesarias para asegurar la conservación de los bosques y el bienestar de sus habitantes. Esas medidas necesariamente pasan por aceptar y legalizar el derecho de éstos al control y manejo de los bosques.
En el contexto de esa lucha, los gobiernos deben entender que ya no engañan a nadie con su discurso vacío y sus promesas incumplidas. Han pasado diez años desde que se comprometieron en la Cumbre de la Tierra a adoptar medidas que aún están por adoptar. Desde entonces se han gastado millones y millones de dólares en interminables reuniones internacionales y procesos nacionales cuyos resultados no se ven por ningún lado. Es más: los retrocesos son mucho más claros que los avances.
La situación fue perfectamente definida por un conocido líder religioso hindú --el Swami Agnivesh-- durante la reciente conferencia de las partes de la Convención sobre Cambio Climático realizada en Nueva Delhi. Como culminación de una manifestación multitudinaria reclamando soluciones a la crisis del clima, las autoridades autorizaron a regañadientes el ingreso de una pequeña delegación de representantes de la misma al local de la conferencia. Entre ell@s se encontraba el Swami Agnivesh, quien -- luego de demostrar que el proceso de la Convención no está adoptando las medidas necesarias para evitar el cambio climático-- increpó a los delegados gubernamentales presentes diciendo: "¿A quién creen que engañan? Están engañando a sus hijos, están engañando a sus nietos". El engaño se acabó. Es hora de soluciones y las mismas están al alcance de la mano.