Bosques y comunidades: ¿idealización o solución?

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¿Por qué fue en las comunidades tradicionales que surgieron la prácticas milenarias de utilización del bosque que ahora se denominan “Manejo Comunitario de Bosques”? ¿Por qué esas prácticas han sido algo natural para ellas?

Tal vez haya que empezar por hablar de ecosistema. Fritjof Capra, en “Ecology, Community, and Agriculture”, http://www.ecoliteracy.org/pdf/ecology.pdf , lo define claramente: “Lo primero que reconocemos al observar un ecosistema es que no se trata de una mera colección de especies sino de una comunidad, es decir, que sus miembros dependen unos de otros, están todos interconectados en una vasta red de relaciones”.

Los conceptos que siguen –resumidos del trabajo de Capra– permiten una mejor comprensión del tema.

Para que esa comunidad se perpetúe –dice Capra–, las relaciones que mantiene deben ser sustentables. Desde su introducción a principios de la década de 1980, el concepto de sustentabilidad ha sido frecuentemente distorsionado, manipulado e incluso trivializado al utilizarlo sin el contexto ecológico que le da su verdadero significado. Lo que se ‘sustenta’ en una comunidad sustentable no es el crecimiento económico, el desarrollo, la participación en el mercado o la ventaja competitiva, sino la trama de la vida de la cual depende su supervivencia en el largo plazo. En otras palabras, una comunidad sustentable está concebida de tal manera que sus formas de vida, negocios, economía, estructuras físicas y tecnologías no interfieren con el potencial de la naturaleza de sustentar la vida.

Por otro lado, cuando se empiezan a comprender los principios de la ecología a un nivel profundo se observa que también pueden entenderse como principios de comunidades. Podría decirse que los ecosistemas son sustentables porque son comunidades vivas. Así, comunidad, sustentabilidad y ecología están estrechamente vinculados.

Esto lo recoge la ciencia occidental en la nueva teoría sistémica, que reconoce que existe un modelo básico de vida que es común a todos los sistemas vivos y que adopta la forma de una trama. Hay una trama de relaciones entre los componentes de un organismo vivo, así como hay una trama de relaciones entre las plantas, los animales y los microorganismos de un ecosistema, o entre las personas de una comunidad.

Pero la teoría de los sistemas no es imprescindible para llegar a esta comprensión. Sin haber desarrollado un marco científico en el sentido que la cultura occidental le da al término, las culturas indígenas han tenido una comprensión sistémica ancestral de la naturaleza y del lugar que ocupan en ella –una comprensión en términos de relaciones, conexión y contexto, lo que algunos denominan “sabiduría sistémica”. Sobre ese conocimiento basaron sus relaciones, siguiendo el modelo de cooperación, asociación y vinculación que hace tres mil millones de años hizo posible el surgimiento de la vida.

Los conceptos arriba desarrollados por Capra sirven para establecer el marco teórico del concepto “manejo comunitario de bosques” y despejar dudas de que se origine en una visión romántica –lo que actualmente no sería “políticamente correcto”.

Ahora bien, el mundo ha cambiado. La globalización ha llegado a casi todos los rincones del planeta para convertir a la naturaleza en una mercancía más, los bosques han sido invadidos, alterados y deteriorados –cuando no destruidos– y las culturas tradicionales corren peligro de ser arrasadas. No es posible ignorar todo eso.

Much@s vemos ese proceso con alarma, y ponemos nuestro esfuerzo en identificar las causas de este estado de cosas. Adentrarse profundamente en las causas hasta llegar a lo subyacente nos permite reflexionar sobre hacia dónde hay que encaminarse para buscar salidas. Sabemos que las situaciones son diversas y todas revisten complejidad, pero también es cierto que en ese camino con múltiples ramificaciones finalmente se llega a un punto crucial donde se suele enfrentar una opción simple y dramática: de este lado o del otro, sí o no. Decimos esto para explicar posiciones que a veces pueden percibirse como “maniqueístas” o simplistas.

Nuestro punto de referencia es la defensa de los bosques en un sentido amplio, es decir, con una visión política y social, integrada a los pueblos que han pertenecido a ellos, que han dependido de ellos. Esos pueblos forjaron en torno a los bosques la diversidad de sus culturas, lograron su sustento conservándolos, alzaron su identidad y dignidad. Pero ahora, también en un destino común con los bosques, son acosados, desplazados, robados.

Son ahora esas comunidades las que en la elaboración de estrategias de conservación o restauración de los bosques pueden aportar sus conocimientos tradicionales, su cultura, sus prácticas sustentables de utilización de la naturaleza. El WRM no hace más que seguirlas, apoyarlas, amplificar sus voces. No estamos empecinad@s en que las comunidades continúen viviendo como lo hicieron sus ancestros –es posible que algunas ya ni siquiera lo deseen. Sin duda la vida moderna ha traído comodidades a las cuales sería válido que hubiera un acceso equitativo. Pero aunque seamos conscientes de que a esta altura en muchos casos las propuestas de manejo comunitario de bosques serán soluciones parciales a situaciones totalmente deterioradas, eso no impide que marquemos –y para eso sirve el marco teórico, para permitir guardar distancia de las situaciones subjetivas– lo que consideramos son las causas últimas de la destrucción, trazando así un referente genérico para la búsqueda de salidas.

No es una cuestión de buenos y malos. Aplicando un análisis sistémico es posible analizar las relaciones que establecen los actores de nuestra comunidad planetaria. Y en ese sentido, en el origen de los procesos de destrucción de los bosques y las culturas, volvemos una y otra vez a identificar a los artífices de la globalización, y a ésta con todos sus ingredientes: producción en gran escala, uniformización, pérdida de la diversidad, acaparamiento de los mercados, acumulación de capital, megaproyectos, el lucro y la mercantilización invadiendo todas las esferas de la vida, y todos los impactos que procuramos denunciar en nuestros boletines, publicaciones y material de información.

Asimismo, no se trata de dictar las soluciones (cada caso buscará la suya) sino de identificar lo que consideramos deberían ser ingredientes de las mismas: establecer condiciones estructurales que permitan recrear los valores de cooperación y asociación que hacen posible la existencia de las comunidades, redefinir las relaciones de los individuos entre sí conforme a esos valores (y ahí entra la equidad, la inclusión, la participación) y con su entorno (lo que equivale por un lado a desterrar la mercantilización de la naturaleza con su corolario de explotación y depredación y por otro recuperar los ciclos, el intercambio, las interrelaciones, la diversidad).

En eso estamos.