En 1979, al ocupar una de las últimas áreas de bosques de la Mata Atlântica que todavía no había sido cortada por la entonces Aracruz Florestal, actualmente Aracruz Celulose, los pueblos indígenas tupinikim y guaraní del Estado de Espírito Santo iniciaron una larga lucha por recuperar sus tierras. Esta lucha se vio interrumpida, por última vez, en 1998 cuando las comunidades indígenas tupinikim y guaraní, aisladas y bajo fuerte presión, tuvieron que firmar un acuerdo con la empresa Aracruz Celulose.
El acuerdo resultó de una decisión inconstitucional del ex ministro de Justicia Iris Rezende, quien el 6 de marzo de 1998 redemarcó solamente 2.571 hectáreas de las 13.579 hectáreas que fueron identificadas como tierras indígenas tupinikim y guaraní por un grupo técnico oficial de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), órgano del gobierno federal competente para responder por el tema de la demarcación de las tierras indígenas. En desacuerdo con esta decisión, los indígenas llevaron a cabo, por cuenta propia, la demarcación de las 13.579 hectáreas. Sin embargo, luego de transcurrir ocho días desde el inicio del proceso de autodemarcación, éste se vio interrumpido bruscamente debido a la acción conjunta de la policía federal, de la FUNAI y de la Empresa contra los indígenas. Posteriormente fueron presionados para firmar el acuerdo por el que se los obligó a renunciar a 11.008 hectáreas de tierras identificadas como indígenas.
Luego de siete años de convivencia con el Acuerdo, los indígenas tupinikim y guaraní llegaron a la conclusión que éste no está resolviendo sus problemas, sino que todo lo contrario, se han vuelto más dependientes económicamente de la empresa Aracruz. También contribuyó para dividir a las comunidades y debilitó considerablemente la cultura de estos pueblos. Asimismo, las comunidades estaban renunciando al derecho a las 11.008 hectáreas de tierras indígenas, identificadas y reconocidas como tales.
Pero para Aracruz el Acuerdo ha sido muy beneficioso, ya que con el mismo la empresa, además de explotar intensamente las tierras indígenas, ha podido mostrar al mundo que tiene buena convivencia con los indígenas tupinikim y guaraní y que no hay nada que ponga en jaque su buena imagen de “empresa cumplidora de sus responsabilidades sociales y ambientales”. Como fiel integrante de la lógica capitalista, ésta siempre creyó que el dinero puede comprar todo, incluso derechos garantizados en la Constitución Federal del Brasil. Sin embargo, se olvidó que la tierra es condición de supervivencia física y cultural para los pueblos indígenas y que sin ella están destinados a desaparecer, como sucedió con cientos de otros pueblos diezmados por el proceso de colonización del territorio brasileño a lo largo de los últimos 500 años.
Por todo ello, los indígenas tupinikim y guaraní de las siete aldeas indígenas, reunidos en una asamblea general el 19 de febrero de 2005, decidieron retomar la lucha por las 11.008 hectáreas de tierras indígenas no demarcadas todavía. Luego de la asamblea, los indígenas tupinikim y guaraní buscaron en primer lugar el apoyo del órgano legítimo de defensa de sus intereses: el Ministerio Público Federal. Como resultado de las reuniones con caciques y líderes, esta institución abrió, el 31 de marzo, una investigación civil pública para determinar irregularidades en el proceso de demarcación de las tierras tupinikim y guaraní en 1998, con el objetivo de garantizar que todas las tierras identificadas como indígenas sean efectivamente demarcadas lo más rápidamente posible, según establece la Constitución.
Asimismo los indígenas procuraron el apoyo de entidades, movimientos, iglesias y parlamentarios, dentro y fuera del Brasil. Saben que precisan de mucho apoyo de la sociedad civil para acumular fuerzas en la lucha contra una empresa que cuenta con el apoyo del gobierno federal y varios partidos, incluso partidos que se dicen de izquierda. Es bueno recordar que Aracruz Celulose está entre los tres mayores financiadores de campañas político-electorales en el país. En el caso del gobierno federal, el apoyo del gobierno federal se viene dando a través de préstamos del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) e incentivos a través del Plan Nacional de “Bosques”. Este último tiene como fin aumentar en dos millones de hectáreas más la plantación de monocultivos de árboles en el país a 2 millones de hectáreas antes de 2007.
Además de la recuperación de las 11.008 hectáreas, en un futuro muy cercano los indígenas tupinikim y guaraní enfrentarán otro gran desafío, que es la reconversión, o sea, ¿qué hacer con una tierra cubierta por eucaliptos? En este sentido, las comunidades organizaron los días 28 y 29 de abril en la aldea tupinikim de Irajá, el Encontro Replantar a Nossa Esperança (Encuentro Replantar Nuestra Esperanza). En este encuentro, diversas comunidades afectadas por el monocultivo del eucalipto –indígenas, representantes de quilombolas (comunidades de descendientes de esclavos) y campesinos- intercambiaron experiencias de resistencia al “desierto verde”. En el propio encuentro los indígenas tupinikim y guaraní comenzaron a elaborar un plan de reconversión de las áreas tomadas por el eucalipto de Aracruz para otros usos, como la reforestación con especies nativas y la producción de alimentos.
Cabe alertar que la tan propagada integración de las comunidades locales al proyecto del agronegocio –que es la propuesta de empresas como Aracruz y del Estado brasileño- lleva en la práctica a la muerte de culturas y de la diversidad. En el Brasil, cada vez más quedan en evidencia dos proyectos antagónicos: uno representado por los sectores hegemónicos que tratan a la tierra como posibilidad de obtención de ganancias fáciles; otro, representado por movimientos como el MST (Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra), el MPA (Movimiento de los Pequeños Agricultores) y por las poblaciones indígenas y quilombolas que ven en la tierra la posibilidad de sustento y mantenimiento de la vida. En el caso de los indígenas guaraní y tupinikim, la relación con la tierra es todavía más profunda porque la consideran como la Madre Tierra que debe ser cuidada y protegida. En este sentido, uno de los participantes del Encuentro Replantar Nuestra Esperanza formuló bien esa contradicción: “¡Plantar eucalipto no es replantar nuestra esperanza!”
Finalmente, los indígenas tupinikim y guaraní dan una gran lección a las sociedades de Espírito Santo y del Brasil, porque se atreven a soñar y a desafiar las estructuras de poder vigentes. Proponen un camino que garantice su autonomía en el futuro, en base a sus derechos y al fortalecimiento de su cultura.
Por Gilsa Helena Barcellos, Rede Alerta contra o Deserto Verde, e-mail: woverbeek@terra.com.br