La lucha contra la represa Hidroeléctrica de Belo Monte sigue viva, pero los pueblos del territorio todavía tienen que lidiar con la negación de sus derechos básicos, el aumento de la violencia en el campo y la ciudad y los enormes desafíos de seguir produciendo tras los impactos del “Belo Monstruo”.
La lucha sigue viva, creativa y con carácter femenino en la región del río Xingu, estado de Pará, contra la represa Hidroeléctrica de Belo Monte, no sólo para reconocer finalmente que tal mega-emprendimiento es social, económica y ambientalmente inviable sino también para garantizar que otros proyectos depredadores no se instalen en la región. Ejemplo de lo anterior es la empresa minera canadiense Belo Sun, que amenaza al municipio de Volta Grande y a todos los que viven alrededor de un río ya mutilado. Además de esto, los pueblos del territorio aún necesitan lidiar con la negación de sus derechos básicos, el aumento de la violencia en el campo y la ciudad y los enormes desafíos de seguir produciendo tras los impactos del “Belo Monstruo”.
En la coyuntura actual, la necesidad de oponerse al proyecto de gobierno de extrema derecha de Jair Bolsonaro y su visión depredadora para la Amazonía parece obvia. Sin embargo, vale recordar que la emblemática lucha vigente contra la represa hidroeléctrica de Belo Monte tiene por lo menos dos etapas. En un primer momento, a fines de la dictadura militar, en la década de 1980, la instalación de la represa se paralizó momentáneamente gracias a la movilización de los pueblos indígenas del Xingu, movimientos sociales, familias de ribereños, la Prelacía del Xingu y las Comunidades Eclesiásticas de Base, que reconocían como enemigos al gobierno federal y a este proyecto. En el segundo momento, ya en la época en que por primera vez gobernaba en Brasil un grupo auto-declarado de izquierda, la disputa por mentes y corazones no fue sólo entre la clase dominante y la clase trabajadora sino que en gran medida fue entre los propios grupos del entorno popular.
Es decir que la lucha que se establece en esa región desde la llegada de los primeros colonizadores blancos, pasando por los desafíos del ciclo de la extracción del caucho y de la carretera transamazónica, tiene en la lucha reciente un capítulo peculiar. La región demuestra que el enfrentamiento se da contra cualquier partido u organización que no se ponga del lado del pueblo, independientemente del espectro ideológico declarado, bandera partidaria o institución. Es de esa forma radical (en el sentido de estar enraizado en los anhelos populares que no son negociables) que los grupos liderados o formados sobre todo por mujeres siguen atreviéndose a levantar la voz contra cualquier proyecto de muerte en la región, denunciando el modelo de mal-desarrollo establecido y proponiendo un camino de paz como fruto de la justicia.
La vida amenazada en el municipio de Volta Grande do Xingu
La complejidad del río Xingu, la biodiversidad que de él depende, las actividades productivas que históricamente se desarrollan en él, a partir de él y con su contribución están amenazadas tras la instalación de la represa, que obligó a 30.000 personas a abandonar sus tierras. La situación más emblemática, sin embargo, es la de Volta Grande do Xingu, una región de cerca de 100 km2 donde viven centenares de familias ribereñas de los pueblos indígenas Juruna y Arara que aprendieron a convivir con los ciclos estacionales del río, cuyo flujo aumenta o disminuye conforme a la época del año. Con la represa definitivamente instalada en 2015, ese caudal es controlado por el consorcio Norte Energia y desde entonces la producción agrícola, agropecuaria y la pesca están siendo sensiblemente impactados, lo que demuestra que el llamado “Hidrograma de Consenso”, propuesto por la empresa para simular el flujo de agua en la región y que entraría en vigor tras instalarse las últimas turbinas a fines de 2019, está llamado al fracaso.
“La idea es que el IBAMA [Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables], los investigadores, Norte Energia y las comunidades controlen si el caudal liberado por Norte Energia perjudica la fauna, la flora y la vida como un todo en Volta Grande durante seis años a partir del fin de la construcción de la represa. Sin embargo, por lo que hemos observado ya sabemos que los impactos son gravísimos y tienden a empeorar, lo que pone en jaque al consorcio. Si este libera el agua necesaria no producirá la energía que pretende, y si produce dicha energía, la vida del Xingu se muere", analiza Cristiane Carneiro, investigadora de la fauna acuática y poblaciones tradicionales de la región del Xingu. Según Carneiro, todo eso ya había sido ampliamente denunciado por varios investigadores antes del proceso aplastante con el que los gobiernos de Lula y Dilma impusieron la obra.
“Los peces suben, pero no logran bajar. Cada día que pasa nos resulta más difícil lograr pescar, porque el pescado está disminuyendo en cantidad y de peso”, observa el pescador, agricultor y garimpeiro artesanal José Pereira, conocido como Pirulito. Según él, no se trata sólo de que la actividad productiva fue perjudicada sino que hasta el momento la comunidad de Ressaca, municipio de Senador José Porfírio, donde él vive, no ha recibido medidas compensatorias satisfactorias por parte de Norte Energia y las respectivas prefecturas. “Ellos dicen que aplican el dinero aquí, que gastaron miles de millones, pero acá yo no veo nada, sólo veo el pueblo empobreciéndose cada vez más", denuncia.
Y si en Ressaca, que es una de las poblaciones mejor estructuradas de la región, la sensación de abandono es grande, la situación de la familia de Eduvirgis Ribeiro, residente de Travessão do Miro, en Senador José Porfírio, es bastante más desafiante. Entre otros cultivos, su familia invierte principalmente en la producción de cacao, pero buena parte de la producción se pierde porque el impacto del estiaje alcanza la napa freática, seca los igarapés [pequeños cursos de agua navegables], dificultando tanto la crianza de pequeños animales como la supervivencia de las plantaciones. "Nuestra producción y nuestro modo de vida aquí están comprometidos, y tenemos la sensación de que ante Norte Energia y los gobernantes somos invisibles. Si queremos alguna mejora tenemos que sacarla de nuestro propio bolsillo”, comenta Eduvirgis.
Impactos invisibles
María de Fátima, más conocida como “Baiana”, representa a centenares de habitantes de la zona comprendida entre la desembocadura del río Iriri y el pueblo indígena Arara, en Altamira. El grupo que ella lidera, todavía sin reconocimiento oficial de ser víctimas de los impactos de Belo Monte, comenzó a luchar no sólo por obtener ese reconocimiento sino también a favor de políticas públicas básicas desde 2018. Desde entonces, su comunidad vive la casi desaparición de peces, las enfermedades causadas por el agua contaminada luego de la inundación de la selva y las dificultades para acceder a los servicios de salud y educación y, por eso, decidió denunciar esta cruel realidad ante los organismos competentes.
“La situación que vivimos aquí es indignante. Lo que hacíamos era básicamente pescar y esperar a que pasara el intermediario y se llevara nuestra producción, y hoy, con la desaparición del pescado, muchos de nosotros pasamos hambre, sin detallar que un vecino nuestro murió porque se enfermó y nadie tenía combustible para llevar a ese hombre a la ciudad. Por eso, llegó la hora de decir basta”, relata Baiana.
Jóvenes y adolescentes
Belo Monte expulsó habitantes de diversas islas en Altamira y otros municipios del territorio. Además, atrajo gran cantidad de mano de obra para los municipios de la región, lo que provocó un aumento significativo de violencia, que impacta principalmente a los jóvenes y adolescentes negros, especialmente en Altamira. “Cuando vino la obra expulsó a los ribereños, que tenían una fuerte relación con el río. Eso provocó no solamente enormes problemas de salud mental a las personas que tuvieron que irse a donde no querían, sino que les hizo prácticamente perder su principal actividad productiva, que era la pesca, y provocó también el aumento significativo de la violencia, un aumento absurdo del exterminio de la juventud negra”, analiza Antônia Melo, coordinadora del Movimiento Xingu Vivo para Siempre
“No tenemos seguridad para andar por la calle. Sabemos que ellos [los diversos tipos de pistoleros que actúan en el medio urbano] no matan sólo a quien deben, matan a quien quieren. Yo ya no tengo hijos pequeños, pero tengo un nieto y me muero de miedo de que lo confundan con alguien y lo ejecuten, por eso me quedo preocupada cada vez que tiene que salir a la calle", profetiza Raimunda Gomes, integrante de Xingu Vivo y del Consejo Ribereño, organización creada luego de que los pueblos de la región conquistaran el derecho de regresar a los terrenos de las márgenes del río, como instrumento de monitoreo y garantía de que esta conquista sea llevada a cabo por quien corresponde.
El proceso, inédito en las experiencias de represas en Brasil, es acompañado mayormente por líderes femeninas, quienes lidian con la falta de compromiso de Norte Energia en cuanto a cumplir plazos, y al mismo tiempo con el proceso prácticamente irreversible para la juventud: "Tenemos entre nosotros una generación de jóvenes y adolescentes que hace años que están fuera del territorio ribereño, ya construyeron una relación con la ciudad y no quieren volver a vivir junto al río, por eso no sé qué va a ser de la pesca artesanal de la región cuando los padres se vayan", analiza Josefa Oliveira, también del Consejo Ribereño. Según ella, además de que buena parte de los adolescentes que fueron a la ciudad tras las expulsiones de los padres miran con desinterés la vida en las islas, está la problemática de la falta de perspectiva de estudios a partir de la enseñanza media en el territorio. “Yo misma sólo pude estudiar porque me vine a la ciudad, porque donde vivía mi abuelo, que era ribereño, no había escuela más allá de la Enseñanza Fundamental”, lamenta.
El impacto sobre las mujeres xinguaras
En las ciudades cercanas a Belo Monte los niveles de violencia, explotación sexual infantil y tráfico de personas saltaron en forma exponencial debido a que la región no había sido preparada para recibir el gran flujo de trabajadores convocados por la construcción de la represa.
“Los emprendimientos destructivos como Belo Monte perjudican en especial la vida de las mujeres, como el aumento de la violencia doméstica y el feminicidio. Somos nosotras las que más sentimos el impacto de varias enfermedades adquiridas por la pérdida y expulsión de nuestros territorios y viviendas, nuestros lazos familiares y vecinales, con la muerte de hijos e hijas por la violencia del tráfico de drogas, abuso sexual, prostitución, la pobreza, el desempleo, y otras pérdidas. Con tanta violencia contra los derechos humanos por parte de empresas y gobiernos, las mujeres recaen con depresión, aumento de la presión arterial, profunda tristeza y casos que ya llevaron a la muerte", alerta Antônia Melo, coordinadora del Movimiento Xingu Vivo para Siempre. Según ella, tal reflexión se basa en un diagnóstico realizado por un grupo de psicólogos y psiquiatras de la Universidad de São Paulo (USP) con varias familias en Altamira.
Otro asunto es que una obra de la magnitud de Belo Monte, que llegó a tener 33 mil trabajadores en junio de 2014, en el punto más alto de la obra, cuando la previsión era de 19 mil trabajadores como máximo, tiene un efecto enorme en la cotidianeidad y las condiciones de vida de la población local.
“En los lugares donde se implantan grandes obras, la explotación sexual y la prostitución se convierten en requerimientos para su existencia y realización, pues históricamente una está ligada a la otra", afirma el investigador Assis Oliveira, coordinador de la investigación Trabalhadores e Trabalhadoras de Belo Monte: percepções sobre exploração sexual e prostituição [Trabajadores y trabajadoras de Belo Monte: percepciones sobre explotación sexual y prostitución]. El estudio identificó, entre 2013 y 2014, “un total de seis modalidades distintas de explotación sexual, que involucraban, con mayor o menor intensidad, también la presencia de niños, niñas y adolescentes”. Las casas de prostitución y los lugares donde se instalan grandes obras como Belo Monte están históricamente ligados, considerando el modelo de desarrollo. (1)
“Las mujeres xinguaras son las más impactadas, pero también son las que más lucharon, luchan y continuarán luchando, y es de esa forma que vamos a resistir a Belo Sun”, anuncia Antônia Melo.
En mayo de 2019 se realizó el segundo seminario Xingu Tierra de Resistencias con el lema “Defensoras y Defensores de los Derechos Humanos y la Naturaleza”, realizado por el Movimiento Xingu Vivo para Siempre, el Centro de Formación del Negro y la Negra de la Transamazónica y Xingu, la Red Eclesiástica Panamazónica, la Prelacía del Xingu, la Sociedad Paraense en Defensa de los Derechos Humanos, la Universidad Federal de Pará y la Prelacía del Xingu, que contó con la participación de centenares de líderes y donde se recogieron incontables denuncias de amenazas y conflictos generados directa e indirectamente por Belo Monte. El documento se usará como instrumento político para presionar a las autoridades a tomar urgentes previsiones en relación con cada uno de los casos, pero el encuentro sirvió también para mostrar que la resistencia sigue fuerte en el territorio.
Del mismo modo, a fines de agosto de 2019 se realizará un seminario regional para debatir específicamente el exterminio de jóvenes y adolescentes en el campo y la ciudad de Altamira y en toda la región del Xingu, promovido por Xingu Vivo, el Colectivo de Mujeres del Xingu y el Movimiento de Mujeres del Campo y de la Ciudad de Altamira, junto al CEDECA Emaús y las organizaciones de jóvenes y adolescentes de la región, con el fin de fortalecer la lucha para que todos los casos de violencia se resuelvan y se castigue a los responsables, y de proponer políticas públicas para la prevención de la violencia.
Movimiento Xingu Vivo para Siempre