La actual matriz energética está constituida básicamente por petróleo (35%), carbón vegetal (23%) y gas natural (21%). Las naciones de la OCDE – la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos –, que son responsables del 56% del consumo energético del planeta, necesitan desesperadamente un sustituto en forma de combustible líquido para el petróleo. Se prevé que las tasas de extracción de petróleo alcancen un pico este año y que el suministro mundial decrezca significativamente en los próximos cincuenta años.
La Administración Bush está comprometida con ampliar considerablemente los agrocombustibles para reducir su dependencia del petróleo importado (Estados Unidos importa el 61 % del petróleo crudo que consume). Aunque existe una gama de previsiones para los agrocombustibles, el etanol, derivado del maíz y de la soja, constituye actualmente el 99 % de la totalidad del uso de los agrocombustibles en los Estados Unidos.
La energía que contienen los granos o plantas es en realidad una metamorfosis agroquímica de la energía solar que a través del aceite vegetal o del alcohol se transforma en combustible – biodiesel y etanol. Las mejores condiciones para este proceso existen en los países del Sur, donde es mayor la incidencia de la energía solar.
La producción de combustibles a partir de semillas de girasol, de maíz, soja, almendra, palma africana o caña de azúcar se presenta como una buena intención -- sustituir el petróleo, un combustible contaminante y no renovable, por combustibles renovables -- que contará con amplia publicidad porque se presentará como un gesto de buena voluntad para frenar el calentamiento de la atmósfera.
Pero la supuesta “solución” apunta a dejar intacto el modelo actual de derroche de energía y transporte individual, un modelo que debe ser sustituido por uno basado en el transporte colectivo. La crisis energética ha proporcionado una oportunidad para la formación de poderosas alianzas mundiales entre las empresas petroleras, las de granos, de ingeniería genética y la industria automotriz. Estas nuevas alianzas están decidiendo el futuro de los paisajes agrícolas del mundo. El auge de los agrocombustibles consolidará aún más su dominación sobre nuestros alimentos y sistemas de combustibles y les permitirá determinar qué se produce, cómo y en qué cantidad, con el resultado de más pobreza rural, más destrucción ambiental y más hambre. Los beneficiarios finales de la revolución de los agrocombustibles serán los megacomerciantes de granos, entre ellos Cargill, ADM y Bunge; las empresas petroleras como BP, Shell, Chevron, Neste Oil, Repsol y Total; las empresas automotrices como General Motors, Volkswagen AG, FMC-Ford France, PSA Peugeot-Citröen y Renault; y los gigantes de la biotecnología como Monsanto, DuPont y Syngenta.
En una iniciativa impulsada por el gobernador del Estado de Florida, Jeb Bush, el ex ministro de Agricultura del Brasil, Roberto Rodrigues y el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Luis Moreno, se lanzó en Miami la Comisión Interamericana de Etanol. Por otro lado, la gira latinoamericana de Bush realizada en marzo de este año por Brasil, Uruguay, Colombia, Guatemala y México, se propuso lograr que los gobiernos de la región promuevan la producción en gran escala de agrocombustibles -- como el alcohol de caña de azúcar y el etanol de maíz -- para exportarlos al mercado estadounidense. El objetivo es que sean los países del sur quienes concentren su agricultura en la producción de combustible para abastecer a los automotores del primer mundo y que de esa forma éste no dependa del petróleo que importa de países que le resultan “problemáticos” (como Venezuela, Irán, Irak, Nigeria, Arabia Saudita y Angola).
Todo esto ha de fortalecer la relación comercial entre Brasil y los Estados Unidos, ya el mayor importador de etanol brasileño -- importó el 58 % del total producido por esta nación en 2006. Lejos de significar una buena noticia para Brasil, si la caña de azúcar brasileña cumpliera los niveles de combustible renovable para etanol propuestos por la administración Bush, Brasil necesitaría aumentar su producción unos 135 mil millones de litros más por año.
Dado el nuevo contexto energético global, los políticos e industriales brasileños están formulando una nueva visión del futuro económico del país, centrada en la producción de fuentes de energía para sustituir un diez por ciento del uso mundial del petróleo en los próximos 20 años. Esto requerirá cinco veces más tierras dedicadas a la producción de azúcar, pasando de 6 a 30 millones de hectáreas.
Y no sólo la producción de azúcar, sino de soja y otros cultivos potencialmente energéticos. Como respuesta, sólo en Brasil es probable que se deforesten unos 60 millones de hectáreas en el futuro cercano. Los nuevos cultivos ocuparán nuevas superficies que probablemente implicarán una deforestación comparable a la de la región de Pernambuco, donde sólo queda un 2,5% de la cobertura boscosa original.
Los agrocombustibles están iniciando un nuevo ciclo de expansión y devastación en la región del Cerrado, donde la superficie plantada está en rápida expansión y donde se prevé que para el año 2030 ya no quedará nada de su cobertura vegetal natural. También está amenazada la Amazonía. El ingeniero químico brasileño Expedito Parente, propietario de la primera patente registrada en el mundo para producir biodiesel a nivel industrial, declaró: “Tenemos 80 millones de hectáreas en la Amazonía que van a transformarse en la Arabia Saudita del biodiesel”.
En la actualidad, el 85% del total de soja producida en Brasil procede de cinco Estados: Mato Grosso, Mato Grosso do Sul, Paraná, Goiás y Rio Grande do Sul, aunque en las zonas del norte del país (Rondonia, Pará, y Roraima) se registran últimamente avances impresionantes. El total de la tierra utilizada para el cultivo de la soja ha aumentado por un factor de 57 desde 1961 y el volumen de producción se ha multiplicado 138 veces. El cincuenta y cinco por ciento de la cosecha de soja, es decir 11,4 millones de hectáreas, es de soja transgénica. En esa dirección apunta también el plan de desarrollo “Avança Brasil”, que busca extender la frontera agrícola penetrando a profundidad en la zona de bosques para fomentar el cultivo de la soja y al que el Gobierno proyecta destinar unos 40 mil millones de dólares. El presidente Lula ha declarado que la soja transgénica se utilizará para los agrocombustibles y la “soja buena” para consumo humano.
El cultivo de la soja ya ha provocado la deforestación de 21 millones de hectáreas de bosques en Brasil y ha convertido grandes superficies de la Cuenca Amazónica en tierra infértil. Los suelos pobres necesitan mayor aplicación de fertilizantes industriales para lograr niveles competitivos de producción. Se han abandonado al pastoreo de ganado cien mil hectáreas de tierras agotadas, donde antes se cultivaba soja, lo que conduce a todavía mayor degradación del suelo. Además, la expansión de la soja lleva a niveles extremos de concentración de tierras e ingresos. En Brasil, el cultivo de la soja desplaza a once trabajadores agrícolas por cada trabajador nuevo que emplea. Esto no es un fenómeno nuevo; en los años setenta, 2,5 millones de personas fueron desplazadas por la producción de soja en Paraná y 300.000 fueron desplazados en Río Grande del Sur. Muchos de estos nuevos Sin Tierra han emigrado a la Amazonía, donde han deforestado bosques primarios.
El avance de la “frontera agrícola” para agrocombustibles es un atentado contra la soberanía alimentaria de los países del Sur, ya que la tierra para la producción agrícola se está dedicando en forma creciente para alimentar los autos de las personas del Norte. La cantidad de cereales que se necesita para llenar un tanque de casi 100 litros con etanol una sola vez alcanza para alimentar a una persona durante un año entero. La producción de agrocombustibles también afecta a los consumidores en forma directa, al aumentar el costo de los alimentos.
Únicamente las alianzas estratégicas y la acción coordinada de los movimientos sociales (organizaciones de agricultores, movimientos ambientales y de trabajadores agrícolas, ONGs, grupos de consumidores, miembros comprometidos del sector académico, etc.) podrán ejercer presión sobre los gobiernos y las empresas multinacionales para asegurar que estas tendencias se detengan. Se requiere trabajo conjunto para garantizar que todos los países mantengan su derecho a lograr la soberanía alimentaria a través de sistemas de producción local con base agroecológica, reforma agraria, acceso al agua, a las semillas y a otros recursos, y de políticas agrícolas y alimentarias nacionales que respondan a las necesidades genuinas de los agricultores y los consumidores.
Artículo basado en: “O Mito dos Biocombustíveis”, Edivan Pinto y Marluce Melo, Comisión Pastoral de la Tierra Regional Nordeste – CPT NE, y Maria Luisa Mendonça, Red Social de Justicia y Derechos Humanos, 23 de febrero de 2007; “The ecological and social tragedy of crop-based biofuel production in the ameritas”, Miguel A Altieri, Elizabeth Bravo, versión completa (en inglés) en http://www.wrm.org.uy/subjects/biofuels.html#analytical; “Estados Unidos y Brasil: La nueva alianza etanol”, Raúl Zibechi, http://www.wrm.org.uy/temas/Biocombustibles/Alianza_Etanol.html; El mito de los biocombustibles, Edivan Pinto, Marluce Melo y Maria Luisa Mendonça, Agencia Latinoamericana de Informacion – ALAI, marzo de 2007, enviado por Biodiversidad en América Latina http://www.biodiversidadla.org/content/view/full/30737; “Bodiesel… o biotrampa?” 2006, http://www.iccc.es/2006/08/07/biodiesel-o-biotrampa/#pp0.