El mundo tiene una Convención sobre Cambio Climático desde 1992. La firma y ratificación de esta convención implica obligaciones, tanto legales como morales. La mayoría de los gobiernos ya la han ratificado. Sin embardo, luego de todos estos años, los gobiernos tienen poco que mostrar en materia de resultados, excepto las toneladas de papel utilizadas en interminables negociaciones.
La novena Conferencia de las Partes (COP) finalizó recientemente en Milán, otra vez sin haber logrado alcanzar las firmas necesarias para que el Protocolo de Kioto, acordado en 1997, entrara en vigencia. El Protocolo, diseñado para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero de los países industrializados aún aguarda, luego de seis años, las firmas del principal contaminador del mundo (Estados Unidos) y de Rusia.
¿Dónde nos deja esto? ¿Es imposible que se haga algo serio hasta que estos gobiernos desvergonzados firmen? ¿Es necesario que todos los esfuerzos de las campañas se centren en lograr que lo hagan?
A esta altura parece claro que es tiempo de empezar a mirar más allá y por fuera del Protocolo de Kioto. De cualquier manera, todo el mundo sabe que el mundo necesita mucho más que este diluido tratado, que apenas serviría para cortar algunas emisiones y que permite falsas "soluciones" tales como plantaciones de árboles como sumideros de carbono, que incrementarían los problemas ambientales sin resolver el tema del cambio climático en sí.
Nos parece que es tiempo de que tanto las organizaciones de la sociedad civil como los gobiernos extraigan enseñanzas de los 11 años de virtual inacción y que se aparten de los prevalentes enfoques oficiales sobre el cambio climático. Es necesario volver al texto de la Convención sobre Cambio Climático y comenzar a cumplir con sus disposiciones. Volver a las fuentes para asegurar que la humanidad tenga un futuro. El juego del comercio de carbono debe ser dejado de lado y deben adoptarse medidas concretas para abordar el cambio climático.
Por supuesto que continúa siendo necesario que se adopte un instrumento legalmente vinculante para asegurar el cumplimiento de las obligaciones de los estados respecto del cambio climático. Sin embargo, muchas medidas pueden ser tomadas de inmediato en todos los países del mundo para abordar el cambio climático, que sirvan al mismo tiempo para mejorar las condiciones de vida de las comunidades locales.
Es necesario empezar por reconocer que desarrollo no es sinónimo de crecimiento y que incluso el crecimiento no es sinónimo de un incremento de emisiones de gases de efecto invernadero. Es preciso que todos comprendamos que el modelo de desarrollo del Norte conduce al desastre social y ambiental, incluido el cambio climático. El Sur no debe seguir ese camino y tiene en cambio que buscar medios alternativos para alcanzar el bienestar social y el cuidado ambiental. Tal enfoque implicaría una enorme reducción de las emisiones de carbono proyectadas, que hoy se calculan en base al paradigma predominante de desarrollo.
La deforestación no es sólo innecesaria: es una tragedia para los pueblos que habitan en los bosques o que dependen de los mismos para su supervivencia. Resulta beneficioso para el Sur conservar y restaurar sus bosques, que están actualmente siendo destruidos para servir los intereses de elites nacionales y transnacionales. El evitar la deforestación no sólo sería de gran beneficio para el clima (evitando la liberación del carbono almacenado en los bosques), sino que al mismo tiempo beneficiaría a las comunidades locales. Esto puede ser alcanzado a través de políticas nacionales, abarcando desde la reforma agraria hasta el reconocimiento de los derechos territoriales de los pueblos indígenas.
La explotación de petróleo, carbón y gas natural en los trópicos ha resultado en graves impactos sociales y ambientales, sin traer consigo la prometida prosperidad a los países donde esos combustibles fósiles son extraídos. El carbono almacenado en los hidrocarburos es la principal fuente de gases de efecto invernadero. Una moratoria sobre nuevas exploraciones petroleras serían un buen primer paso para evitar el cambio climático. Si un pequeño país como Costa Rica ha sido capaz de prohibir la explotación petrolera, también lo pueden hacer otros países. El uso de energía limpia, renovable y de bajo impacto -en particular en la industria y el transporte- sería seguramente bienvenido por millones de personas que viven en ciudades altamente contaminadas en el Sur.
Por supuesto que el Norte tiene la obligación -y la capacidad- de hacer mucho más, dado que su riqueza material pasada y presente se basa en el abuso de los pueblos y recursos de la Tierra, incluyendo el uso abusivo de la atmósfera, que dio origen al actual problema del cambio climático.
Entre muchas otras cosas, el Norte debe usar sus recursos financieros, tecnológicos y científicos para cambiar la matriz energética en sus propios países, pasando de la dependencia de los combustibles fósiles a fuentes de energía limpias, renovables y de bajo impacto. Los recursos para ello sobran; lo que se requiere es la voluntad política, que puede ser lograda a través de un mayor involucramiento de la sociedad civil en el tema. Las fuerzas que impiden este cambio son muy poderosas, con la industria petrolera a la cabeza, por lo que se requiere una oposición igualmente fuerte para forzar cambios en la dirección requerida.
Lo anterior son sólo unos pocos ejemplos de las muchas cosas que se podría y debería hacer. La gente debería empezar a preguntar a sus gobiernos por qué no se están instrumentando las acciones necesarias. ¿Por qué aún estamos a nivel de 1992, cuando el tema se planteó formalmente y se acordó adoptar medidas al respecto? ¿Por qué están los gobiernos aún jugando con el futuro de nuestros hijos? En ese sentido, es bueno recordar las palabras de un dirigente religioso de la India, quien preguntó a los delegados gubernamentales presentes en la anterior Conferencia de las Partes realizada en Nueva Delhi: "A quién creen que están engañando? Están engañando a sus hijos; están engañando a sus nietos".