El sur de Camerún es rojo y verde. Verde como el bosque de la cuenca del Congo, que respira y late y que ofrece a sus habitantes los recursos bióticos necesarios para la subsistencia; rojo como los caminos polvorientos por los que corren camiones transportando los cuerpos de gigantes del bosque que serán transformados en muebles, parqués, puertas, etc. Por las venas abiertas de Camerún fluye su elemento vital hasta el puerto de Douala, donde el vampiro del Norte viene a saciar su sed...
Del bosque nos llegan voces de mujeres. En el sudeste de Camerún hay mujeres que se organizan para mejorar sus condiciones de vida y preservar un árbol mítico: el moabi (Baillonella toxisperma). Este gigante del bosque de la cuenca del río Congo está siendo explotado en forma industrial, a un ritmo difícil de determinar pero que afecta a las poblaciones locales y, en particular, a las mujeres.
Para las poblaciones del sur de Camerún, el moabi tiene considerable importancia. Como “árbol sagrado”: tradicionalmente a los ancestros fallecidos se los sentaba al pie del árbol o en un hueco del tronco; de esa forma el moabi encarnaba el poder del difunto. Como “árbol farmacia”: su corteza, sus hojas y raíces sirven para preparar más de cincuenta medicinas tradicionales, utilizadas, entre otras cosas, para el tratamiento de dolores menstruales, infecciones vaginales y puerperio. Como “árbol nutricio”: sus frutos son comestibles, lo cual, durante la fructificación, reduce el trabajo doméstico de las mujeres; las semillas producen un aceite de buena calidad, que está bajo el control de las mujeres desde la recolección hasta la comercialización, y que representa una de sus principales fuentes de ingresos en las regiones productoras.
La explotación industrial del bosque comenzó en Camerún en los albores del siglo veinte, durante la colonización alemana, en la región litoral, para extenderse luego a todo el país al ritmo de la construcción de las vías férreas. Y, aunque algunos empresarios no encuentren explicación a la disminución de moabis, se puede observar que la distribución de esta especie es inversamente proporcional a la presencia histórica de explotaciones forestales. En efecto, el comercio del moabi resulta lucrativo, por tratarse de una madera de gran calidad para la carpintería y de alto precio en el mercado internacional. Es realmente un producto de lujo, que adorna el interior de yates o quintas en forma de entarimados, ventanas, revestimientos, etc. Para revestir los pisos del Teatro de los Campos Elíseos, en París, se eligió un parqué de moabi...
En Camerún, el comercio internacional de la madera está exclusivamente en manos de firmas extranjeras, mayormente francesas, italianas, libanesas y, desde hace poco, chinas. Sin embargo, el mercado del moabi sigue siendo muy “franco-francés”: según estadísticas oficiales, entre 2000 y 2005 el 45% del volumen de moabi fue producido por empresas francesas, y el 71% de la producción se vendió en Francia (el 24% en Bélgica). Es evidente pues que el comercio de moabi coincide perfectamente con los lazos comerciales del país con la antigua metrópoli.
Desde la década del 80, muchas aldeas están en conflicto con las empresas de explotación forestal en torno a la reserva del Dja, región rica en moabis. Los aldeanos han enviado numerosas cartas a las autoridades competentes, reivindicando su derecho de uso del espacio forestal y pidiendo protección para los moabis. Han tomado varias medidas, como organizar reuniones con los empresarios, marcar los moabis para señalar su derecho a utilizarlos y bloquear el paso de las máquinas hasta que intervenga el ejército, pero ninguna logró realmente su objetivo. En Bedoumo, el ejército reprimió violentamente una huelga destinada a cerrar el paso a los madereros. Los aldeanos fueron obligados a recoger con la mano las brasas de las fogatas que habían encendido en la ruta para soportar el fresco de la noche; fueron golpeados y torturados, y algunas mujeres embarazadas sufrieron abortos por este motivo. Los conflictos de este tipo movilizan a toda la comunidad, aunque en general sean los hombres quienes figuran, pues se supone que son ellos quienes tienen contacto con las autoridades, verbalmente y por escrito.
Sin embargo, los dos conflictos vinculados específicamente con el moabi que hicieron enfrentarse físicamente a los aldeanos con los empresarios fueron, uno de ellos, impulsado por mujeres, y el otro conducido por mujeres. En Bapilé, la empresa italiana FIPCAM abrió un camino (durante un día de festejos en el que los aldeanos habían ido a una aldea vecina) en el espacio reservado para el bosque comunitario, y destruyó un cementerio. Al día siguiente, al oír el ruido que hacían los leñadores y descubrir varios moabis en flor que habían sido derribados, cinco mujeres del pueblo fueron al bosque para intentar convencer a los trabajadores a que abandonaran la faena, pero sin éxito. En los días siguientes, toda la comunidad se movilizó para bloquear la ruta y las máquinas; luchas y huelgas se sucedieron durante un mes, logrando finalmente que se protegiera a algunos de los árboles restantes y se reconociera el perjuicio causado (300 moabis tumbados), aunque la pérdida no ha sido aún compensada.
En la aldea de Zieng-Ognoul, de Pallisco, un empresario francés abrió un camino en el espacio reservado para el bosque comunitario. Cuando los aldeanos oyeron el ruido, la Sra. Koko Sol marchó al bosque con varias personas del pueblo, principalmente mujeres, y amenazó con prender fuego a las máquinas si los obreros no paraban el trabajo. Esta iniciativa permitió rechazar a los madereros y preservar gran cantidad de moabis; lamentablemente, once ya habían sido tumbados.
En algunos casos, también surgen conflictos entre los hombres y las mujeres de las aldeas. En primer lugar, porque los hombres trabajan en las empresas y se encargan de inventariar las especies maderables. En segundo lugar, porque algunos de ellos venden moabis de sus campos a aserraderos clandestinos. Una mujer de Ebimimbang afirmó que “los culpables son los hombres, porque son ellos quienes tienen contacto con los empresarios, y bien saben que [el moabi] es muy importante para las mujeres”.
La escasez de moabis perjudica especialmente a las mujeres, que deben encontrar otras opciones alimentarias, reciben menos ingresos y carecen de ingredientes medicinales y para tratamientos específicos de enfermedades genitales femeninas. Este fenómeno se suma a la dominación masculina que soportan en sus sociedades. Frente a esta situación, la Sra. Rufine Adjowa decidió crear una ONG llamada CADEFE, cuyo objetivo es mejorar las condiciones de vida de las mujeres protegiendo al moabi. La idea es reunir a las mujeres de la aldea en pequeños grupos o incluso en cooperativas, para desarrollar la venta de aceite de moabi. Las campesinas pueden así obtener ingresos sustanciosos, que les permiten pagar la escolaridad de los niños y la atención médica, o comprar el petróleo y el jabón que necesitan, sin necesidad de pedir dinero a sus maridos.
Debido a su marginación, todas estas mujeres constituyen un grupo social capaz de impulsar cambios en las relaciones de poder y de proponer soluciones eficaces para la gestión sostenible y equitativa de los ecosistemas boscosos.
Por Sandra Veuthey, en base a observaciones de campo de la autora, correo electrónico:
sandra.veuthey@campus.uab.cat