Al analizar los procesos de destrucción ambiental, normalmente se identifican una serie de causas, que se clasifican en directas y en subyacentes. Por ejemplo, una de las causas directas de la destrucción de bosques es su conversión a monocultivos de soja (Brasil, Paraguay), de palma aceitera (Indonesia, Malasia, Papúa Nueva Guinea, Colombia), de pinos (Chile), de eucaliptos (Brasil, Ecuador). Sin embargo, detrás de esa causa fácilmente identificable se encuentran otras –las subyacentes- que fueron las que en definitiva determinaron e hicieron posible esa conversión.
Dichas causas subyacentes pueden ser varias y estar interrelacionadas: la apertura de las carreteras que permitieron el ingreso de las empresas al bosque; los créditos de la Banca Multilateral que viabilizaron la construcción de dichas carreteras; las presiones del Fondo Monetario Internacional para aumentar las exportaciones para el pago de la deuda externa; el asesoramiento de la FAO y otros organismos de “cooperación” en la promoción de dichos cultivos; la promoción de los agrocombustibles por la Unión Europea, entre otras.
Sin embargo, casi todos los procesos de destrucción ambiental comparten una misma causa subyacente: el consumo excesivo. Los ejemplos al respecto abundan. La destrucción social y ambiental de industrias como la petrolera, minera, maderera o camaronera ya ha sido ampliamente documentada. Si bien los productos así obtenidos son consumidos en muchos países, el principal consumo tiene lugar en un número relativamente pequeño de ellos: Estados Unidos, Japón y miembros de la Unión Europea, por citar los más obvios. Ese consumo constituye entonces la causa subyacente común de la destrucción de los territorios y medios de supervivencia de numerosas comunidades del mundo.
En el caso del papel y cartón, el consumo mundial ya ha sobrepasado largamente el umbral de la sustentabilidad. Sin embargo, la industria que de ello se beneficia pretende incrementarlo aún más. Contrariamente a lo que afirma la publicidad de las empresas, ese aumento no apunta a satisfacer las reales necesidades de papel de la gente, sino a aumentar el uso de papeles y cartones de envoltura, que constituyen más del 50% del total producido. Al mismo tiempo, el aumento tampoco apunta a producir más libros o cuadernos de texto, sino a inventar nuevas “necesidades” de productos descartables (por ejemplo, vasos, manteles y servilletas de papel), que luego de un solo uso pasan a alimentar las montañas de basura en los países ricos.
Un consumo tal de papel y cartón requiere de un abastecimiento continuo de enormes cantidades de materia prima abundante, homogénea y barata. Para ello la industria papelera apeló inicialmente a una fuente de materia prima que parecía ser inagotable: los bosques ubicados en Europa, Japón, Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, el consumo excesivo determinó que dicho recurso se comenzara a agotar y la industria pasó entonces a la instalación de grandes monocultivos de árboles de rápido crecimiento (eucaliptos, acacias, pinos), que resultaron en la destrucción de bosques y praderas de países del Sur (e incluso de algunas regiones del Norte). Esas plantaciones, en continua expansión, están ahora pasando a ser su principal fuente de materia prima para la producción de papel. Más recientemente, la industria ha comenzado a mudar la producción de celulosa al Sur –en las inmediaciones de las plantaciones de árboles- para abastecer sus plantas de papel ubicadas cerca de los principales mercados: en el Norte consumidor.
Esta mudanza tiene varios objetivos, el primero de los cuales es el de abaratar costos a través del acceso a tierra barata (donde además los árboles crecen 10 veces más rápido que en el Norte), mano de obra barata, apoyo estatal y escasos controles ambientales. El segundo objetivo, vinculado al primero, consiste en aumentar la producción de celulosa barata, para poder así crear nuevas “necesidades” de consumo de papel. El logro de esos dos objetivos permite alcanzar el tercero y más importante: aumentar las ganancias de la industria.
Sin embargo, dichos costos económicamente “baratos” para las empresas resultan social y ambientalmente muy caros para quienes los sufren. El avance de las plantaciones y las fábricas de celulosa está entonces siendo resistido por numerosas poblaciones locales en África, Asia y América Latina, que se vinculan a organizaciones y procesos en el Norte para actuar en forma más coordinada. Para colaborar en dicho proceso, en este número del boletín incluimos una sección especial sobre el tema del consumo de papel, que esperamos sea de utilidad para quienes están involucrad@s-tanto en el Sur como en el Norte- en esta lucha.