Gran parte de la población del mundo –en particular la masculina– está en estos días prendida a los televisores observando el campeonato mundial de fútbol. Si bien muchos son conscientes de que esto ya no es un mero deporte sino un gigantesco negocio globalizado, en el que los jugadores son poco más que gladiadores descartables al servicio de grandes empresas, igual no pueden dejar de ver, disfrutar o sufrir los partidos.
Es que el fútbol sigue siendo uno de los pocos escenarios del mundo donde parece haber igualdad de oportunidades, en el que 11 hombres de un país disputan el triunfo con otros 11, sin importar cuan económica, política o militarmente poderoso sea el adversario fuera de la cancha. En un mundo dominado por el poder del más fuerte -tanto en el sur como en el norte- ese sentimiento de igualdad que muestra el fútbol es casi único y quizá lo más destacable de este certamen. Un campeonato en el que los países del llamado Tercer Mundo han logrado obtener el título más veces que los países del Norte: Brasil 5 veces, Argentina 2, Uruguay 2, Alemania 3, Italia 3, Inglaterra 1 y Francia 1. Tanteador: Sur 9 - Norte 8.
Pero mientras ese mundo de ficción -el campeonato mundial- avanza, despertando alegrías, esperanzas y penas, el verdadero partido -donde sí prevalece el poder económico, político y militar- se sigue desarrollando en condiciones de absoluta desigualdad y donde el “fair play” brilla por su ausencia.
Tomemos el caso de Ecuador, uno de los equipos que despertó la expectativa de muchos luego de sus dos primeras actuaciones en Alemania. En la vida real, el país Ecuador viene perdiendo por goleada desde hace muchos años. Claro que el árbitro -el gobierno- normalmente ha sacado tarjetas rojas solo a los representantes del pueblo y a lo sumo amarillas para el sector empresarial nacional y transnacional. Ha inventado fouls y off-sides inexistentes para el pueblo y se ha mostrado ciego ante los más claros penales empresariales. Lo que en este caso sería la FIFA -el Banco Mundial y el Fondo Monetario- han sancionado permanentemente a los jugadores indígenas, negros y pobres- en tanto que han impuesto las reglas del juego al árbitro de turno para favorecer al equipo empresarial. El resultado se podría expresar en tanteadores como los siguientes:
Empresas petroleras 10 – pueblos indígenas amazónicos 5
Empresas madereras 8 – pueblos del bosque 3
Empresas camaroneras 5 – pueblos negros del manglar 2
Empresas de palma aceitera 6 – pueblos indígenas y negros 1
Empresas plantadoras de árboles 5 – pueblos indígenas y negros 3
En todas esas áreas los pueblos están perdiendo. Sin embargo, es fundamental señalar que los goles -en algunos casos golazos- que éstos han marcado son relativamente recientes, en tanto que las empresas han conquistado muy pocos en los últimos años y están a la defensiva. El propio árbitro aparece en ocasiones cobrando penales a las empresas (como en el caso reciente de la petrolera Oxy a la que se le rescindió el contrato) o fingiendo ceguera ante faltas cometidas por el pueblo (como en el caso de la reciente corta de eucaliptos de la empresa japonesa Eucapacific por parte de las comunidades locales). Hasta la propia "FIFA" parece estar mirando para otro lado.
Es importante además señalar que la consigna de la hinchada ecuatoriana es ¡Sí se puede! Y que su canto dice ¡Vamos ecuatorianos que esta noche tenemos que ganar! Lo interesante es que son las mismas consignas y cantos que se han usado en las movilizaciones para tumbar al presidente. La última noche de las pasadas movilizaciones todos gritaban en las calles ¡Vamos ecuatorianos que esta noche se tiene que caer! Y el presidente cayó. ¡Gooooooooooooooool!
Ecuador acaba de ser eliminado por Inglaterra en el presente mundial de fútbol, pero en el partido por la vida su pueblo está avanzando, en forma cada vez más organizada, hacia el área adversaria y conquistando bellísimos goles. Jugando de atrás, el pueblo ecuatoriano viene acortando las diferencias en el tanteador. Un equipo de negros, indios y mestizos, hombres y mujeres, ancianos y niños. Con sus propias reglas de juego. Y sobre todo, con la esperanza de que el triunfo es posible. ¡Sí se puede!