Sistemas de organización comunitaria, enraizados en creencias y concepciones sagradas, orientan las relaciones en Bali, Indonesia, y hacen frente al agronegocio y al mega-turismo.
De las más de17 mil islas que componen lo que llamamos hoy Indonesia, Bali es un “hotspot” del turismo mundial. Los millones de personas que la visitan anualmente llegan en búsqueda de sus playas, de los campos de arroz considerados patrimonio mundial de Unesco o de los famosos templos hindúes. No por casualidad Bali es conocida como la Isla de los Dioses: lo sagrado, vivido por las comunidades en sus relaciones cotidianas, hace parte de una gama de atracciones. Poco divulgados, sin embargo, son los impactos del turismo en la vida de las comunidades.
Subaks bajo amenaza
Los milenarios subaks son la expresión de las relaciones comunitarias en Bali. Legalmente reconocidos como una simple estructura de riego, los subaks son un sistema milenario de creencias que orientan la manera como las personas se relacionan entre sí y con otras esferas de la vida.
De este modo, los subaks no son únicamente canales de riego que proveen agua a los campos inundados de arroz o el cultivo de frutas y otros alimentos, estos también conectan los elementos que hacen del agua la religión de Bali: el tiempo, la tierra, el aire, los bosques, los cultivos, las danzas, las ofrendas, los templos. Los subaks son vividos por las comunidades y administrados por federaciones que se componen de líderes encargados de mirarlos de forma integrada.
Sin embargo, las amenazas a los subaks se vienen dando de forma intensa a lo largo de los últimos 50 años. En la década de 1970, el gobierno dictatorial de Suharto introdujo a la fuerza en Indonesia los paquetes de la “revolución verde”: los agricultores fueron obligados a utilizar nuevas semillas “mejoradas” de arroz, producidas por corporaciones que exigen dosis elevadas de fertilizantes y agrotóxicos. Los que se negaban a utilizar dichos paquetes iban presos. De este modo, el cultivo de las semillas tradicionales de Bali entró en declive, junto a la contaminación del agua con productos químicos y la dependencia de las familias que pasaron a tener que comprar los insumos.
Por lo tanto, la concepción sagrada de estos sistemas tradicionales afrontó la imposición de una “modernización de la agricultura” y, casi que en simultaneo, la proyección de Bali como un destino turístico. Sectores económicos pasaron a codiciar sus mares, sus tierras y bosques y a transformar ese complejo sistema cultural y filosófico en algo que podría ser vendido como atracción turística.
Desde entonces, el mega-turismo viene provocando un aumento exponencial de la demanda de agua y la ampliación de las construcciones (rutas, hoteles, resorts, tiendas), promovidas de forma difusa por diversos inversionistas. Sin saneamiento, buena parte de los desechos de la alcantarilla se vierten directamente en los canales de los subaks que están distribuidos a lo largo de la isla. Estos también son utilizados para abastecer de agua a los pueblos y al riego de los campos seculares de arroz, que son el centro de la reproducción de la vida en las comunidades. En Bali, hay 17 nombres para el grano del arroz de acuerdo a las etapas, desde su plantación hasta llegar al plato de comida.
Al sur del volcán Batu Karu, en Jatiluwith, están los campos de arroz que se volvieron una atracción turística mundialmente conocida. Con más de 2 mil hectáreas, las semillas tradicionales balinesas son cultivadas en terrazas de arroz para la alimentación de las familias que viven de esto, en un sistema cultural integrado de 20 subaks unidos al bosque y al lago Tambligan y resguardados por una serie de templos, ubicándose el mayor de ellos en la cima del volcán. Sus terrazas inundadas, cuidadosamente diseñadas, hacen parte de uno de los patrimonios mundiales de la Unesco.
Su fama mundial, sin embargo, atrae a 160 mil turistas por año y pone a las comunidades ante una contradicción: lo que podría ser una fuente de ingresos en realidad favorece a la apropiación de tierras y casas por parte de gente del exterior, así como a la reducción de agua disponible para los campos de arroz, especialmente en la estación seca. Mientras las comunidades aguardan los recursos a través de la Unesco, no hay regulación para impedir la adquisición de tierras por parte de los inversionistas, poniendo en riesgo el modo de vida de las comunidades, su subsistencia y el propio patrimonio mundial.
Los Subaks resisten
A pesar de las imposiciones de la “revolución verde” y de las apropiaciones del área por inversionistas de la industria del turismo, la agricultura tradicional es una estrategia para dar continuidad, para defender la posesión comunal de la tierra y restablecer la relación con lo sagrado. En el distrito de Karangasem, al este de Bali, 214 familias se organizaron para producir arroz y otros cultivos de forma orgánica. El plan es volver a utilizar las semillas tradicionales de arroz balinés, que no requieren fertilizantes y pesticidas y que duran mayor tiempo después de la cosecha. Como diversos subaks comparten la misma fuente de agua, las familias saben que de usar productos químicos, no estarían contaminando solo su comunidad: todo el sistema estaría afectado.
“Según los antiguos habitantes, no podemos tomar el agua solo para nosotros, mucho menos para venderla. Igualmente sucede en la agricultura. Nosotros tomamos el agua prestada porque luego debemos devolverla tal como la encontramos. Todos los días hacemos ofrendas al agua, y el agua será dada si la respetamos”, explica DwiMardana, agricultor de la comunidad Peladung, ubicada a los pies del volcán Agung. En su comunidad, la multinacional francesa de productos alimenticios Aqua Danone fue impedida de explotar la fuente de agua en 2010. En esta ocasión, las familias de agricultores, por votación, negaron la posibilidad de extraer el agua para embotellarla y comercializarla por parte de la empresa, aun cuando los jefes locales fueron favorables a la extracción.
La sacralidad del agua (de este modo, el agua no es un bien que se retiene ni una mercadería) se sobrepuso a las promesas de empleo y dinero presentadas por el gobierno y por la propia Aqua Danone, los cuales aceptaron hacer una votación porque estaban seguros de que tendrían el apoyo de la comunidad para su proyecto. Se equivocaron. En la confrontación de concepciones del mundo opuestas, venció la importancia por lo sagrado, enraizado en el día a día de las personas, una huella de su identidad. “El agua es nuestra religión y nuestra vida, por eso no es posible que alguien venga a perturbar eso”, sintetiza Dwi.
Adat: regulación comunitaria
En Bali, las comunidades tienen sus propios sistemas tradicionales de “regulación comunitaria”, conocidos como adat, basados en costumbres que pasan de generación en generación, y van por fuera de las leyes del Estado. El caso de la resistencia impuesta a las inversiones de Aqua Danone, en Peladung, demuestra la fuerza que esta regulación comunitaria puede tener y es uno de los ejemplos de la contradicción entre la lógica estatal y la lógica comunitaria.
Al suroeste del volcán Batu Karu, en el centro de la isla, Munduk, cuya existencia se remonta al siglo VIII, es una de las cuatro comunidades que protege el lago Tambligan y que demuestra cómo la “regulación comunitaria” puede impedir la apropiación de la vida por parte del turismo. Rodeada de bosques, la región es codiciada por empresarios y madereros. Sin embargo, cualquier actividad económica requiere el permiso de la comunidad.
En el siglo XIII, la comunidad que vivía a las orillas del lago decidió mudarse para la parte inferior de la montaña, destinando su antigua área rodeada de templos para protección. Allí, como en otras partes de la isla, la resistencia está unida a lo sagrado: la comunidad posee su propio proyecto de protección del lago Tambligan, considerado fuente de vida, y por lo tanto ha negado repetidamente las embestidas de sectores económicos.
A su vez, en el milenario Tenganan, protegido por montañas y símbolos de la resistencia balinesa contra las sucesivas invasiones de la isla, una fuerte “regulación comunitaria” consigue imponer límites a la acción de la industria del turismo y detener la explotación maderera en 900 hectáreas de bosques. A pesar de que estén habilitadas las visitas desde los años 1970, la comunidad, considerada la más antigua de Bali, tiene un código interno y sistemas de decisión que, como en Munduk, impiden las embestidas económicas.
En Tenganan, el adat tiene un conjunto de reglas y sanciones que los miembros de la comunidad deben seguir como protección de su cultura y su modo de vida, a pesar que pueden decidir recibir turistas y obtener un ingreso por turismo. La tierra, por ejemplo, no puede ser vendida y los turistas no pueden alojarse en la comunidad ni participar de ceremonias sagradas. Los propios residentes de la comunidad no pueden tomar fotos de rituales. Los niños frecuentan la escuela fuera de la comunidad, pero también participan en el proceso educativo sobre la regulación interna.
El caso de la bahía Benoa
Las resistencias muestran que la industria del turismo actúa de la misma manera que el modelo extractivo, amenazando a los medios de vida de las comunidades locales, con la cooptación de líderes y de la juventud. La colocación de tierras en el mercado global es un elemento importante en este proceso.
Un claro ejemplo de esto es el gran proyecto en la bahía Benoa, en el extremo sur de la isla, donde se localiza el aeropuerto internacional de Denpasar por donde llegan los turistas. Este es el único lugar de Bali donde se puede ver la salida y la puesta del sol en el mar. Al final de su mandato, el ex-presidente de Indonesia, Susilo Bambang Yudhoyono, firmó un decreto que convertía un área de conservación en un proyecto de “recuperación”. El actual gobierno de Joko Widodo continúo dicho proyecto.
El proyecto, que tiene atrás al Banco Mundial y a un gran grupo económico local liderado por el magnate Tomy Winata, el Tirta Wahana Bali Internacional, incluye la construcción de islas artificiales interconectadas por puentes para la ubicación de resorts y otros emprendimientos turísticos, además de un circuito de Fórmula 1. El proyecto promete miles de empleos. Sin embargo, la bahía Benoa abriga innumerables comunidades de pescadores que viven del mar y serían impedidas de acceder a sus templos, tierras y a la bahía, así como a sus barcos de pesca. Además, estas mismas comunidades viven de los manglares que no se encuentran contemplados en el proyecto de “recuperación”.
Frente a la amenaza de la pérdida del territorio de las comunidades y de la apropiación de tierras, además de la destrucción de los manglares, se consolidó en Bali un gran movimiento de resistencia contra el proyecto de “recuperación” de la bahía. Formado por habitantes de la isla, artistas y activistas, el ForBALI , Foro Balinés contra la Recuperación (Balinese Against Reclamation Forum, en inglés), ha conseguido posponer los planes del gobierno y del sector privado a través de protestas, reuniones con líderes locales y manifestaciones frente a los órganos públicos.
La resistencia en Bali se da por la articulación de ForBALI, por la fuerza de la tradicional “regulación comunitaria” o adats, por la vivencia de lo sagrado que se relaciona con los subaks, los bosques y el agua. A su vez, en pequeñas pero emblemáticas acciones: con la finalidad de esconder la belleza de sus campos de arroz, comunidades colocaron grandes carteles que impiden que turistas curiosos tomen fotos de sus vidas cotidianas en las plantaciones. Lo sagrado continúa resistiendo, oponiéndose a las concepciones de mundo representadas por la “revolución verde” y por el turismo que transforma todo en negocio.
Carolina Motoki, carolina [at] wrm.org.uy
Miembro del secretariado internacional de WRM