La nube de polen que suele instalarse en primavera sobre Japón se está disipando, y los japoneses comienzan a sentirse más aliviados de la alergia respiratoria que deja a uno de cada 6 habitantes del archipiélago con los ojos rojos y la nariz congestionada. El efecto es peor en las ciudades, por la combinación del polen con las emanaciones de los automóviles. En 10 años, en Tokio la proporción de la población afectada por esta causa aumentó de 7% a 20%.
Pero hace 40 años esto no ocurría. ¿Qué cambió? La respuesta está en la degradación y pérdida de los bosques. El proceso de modernización implicó un cambio en la manera de considerar el bosque. Le ha quitado su espíritu, que otrora fuera fuente de inspiración religiosa, arquitectónica, poética y artística para el pueblo japonés. Hoy, convertido en mercancía, constituye principalmente fuente de energía y de material de construcción. Y de alergia.
La segunda guerra mundial se tragó la mitad de los bosques, por lo que en 1950 se instauró una política de reforestación sistemática, centrada en la plantación de coníferas de rápido crecimiento, en particular la Cryptomeria, una especie más rentable para la construcción. Es así que actualmente hay 10 millones de hectáreas plantadas con una sola especie de conífera, que está al origen de la nube de polen primaveral.
Estos enormes monocultivos han implicado un desequilibrio que además de tener impactos sobre la salud humana, tiene también consecuencias ambientales, sociales y económicas. El desequilibrio ambiental se manifiesta en catástrofes como deslizamientos y derrumbes de tierra y alteración del ecosistema, en detrimento de la fauna y la flora locales. Desde el punto de vista socioeconómico tampoco ha servido de gran cosa. En efecto, cuando las plantaciones de Cryptomerias estuvieron prontas para ser explotadas, los criterios de rentabilidad hicieron que la industria forestal se volcara a la importación de madera a precios más bajos. Eso implicó pérdida de puestos de trabajo en las poblaciones rurales vinculadas al sector forestal y, como consecuencia, promovió el despoblamiento rural.
Dentro de esa lógica empresarial, pese a ser poseedor de enormes volúmenes de madera en pie, Japón es hoy uno de los mayores importadores de madera del mundo --en el año 2000 importó 100 millones de m3-- y se ha convertido en el mayor depredador de los bosques del resto de Asia. Mientras tanto, sus plantaciones sólo parecen ser capaces de generar alergias. Pero no solo eso. La poderosa industria japonesa, gran emisora de dióxido de carbono y por lo tanto responsable del problema del cambio climático, adhiere a la nueva fórmula de los sumideros de carbono para evitar reducir las emisiones. Y para ello recurre a la plantación de extensos monocultivos forestales en el extranjero (ver Boletín no. 20 del WRM). De alguna manera, exporta su enfermedad.
Artículo basado en información obtenida de: "La vengeance de la forêt", Philippe Pons, Le Monde, 14 de junio de 2002.