Detrás del color blanco de una hoja de papel se ocultan oscuras historias de degradación ambiental y despojo social. Sin embargo, esas historias rara vez llegan a ser conocidas por los consumidores, que viven muy lejos de los lugares donde se obtiene la material prima (la madera) y de donde se producen la celulosa y el papel. Éste es el motivo por el cual es tan importante conocer --y contar-- la historia.
En general, la historia comienza en un bosque, que una de dos, o se tala para proporcionar materia prima a una fábrica de celulosa --y después se deja crecer o se replanta con una sola especie-- o se elimina para ser sustituido por una plantación de monocultivo de árboles de crecimiento rápido. En algunos casos no se destruyen bosques sino praderas para dar paso a plantaciones de árboles a gran escala para obtener celulosa. En ambos casos, los impactos a nivel local sobre la biodiversidad, el agua y los suelos son enormes.
Esos efectos ambientales también producen impactos sociales. Los bosques y las praderas no son lugares deshabitados. Por el contrario, son el hogar de millones de seres humanos cuyos medios de vida se basan en esos ecosistemas. La historia entonces continúa con comunidades locales desposeídas que son las que sufren las consecuencias. Siempre que pueden, las comunidades luchan por sus derechos y deben enfrentar la represión de autoridades estatales que toman partido por el sector de la celulosa. A veces triunfan, a veces no, pero invariablemente deben soportar las consecuencias de su resistencia.
El capítulo siguiente de la historia comienza en una fábrica de celulosa. La materia prima barata --extraída a un costo social y ambiental enorme-- se traslada a la fábrica para su procesamiento. Este proceso determina la contaminación del agua y el aire, lo que a su vez afecta la salud y la calidad de vida de las comunidades que viven en los alrededores de la fábrica. También en este caso los pobladores locales se ven obligados a luchar y a enfrentar las consecuencias.
La historia termina con la producción y el consumo del papel producto del proceso. Lo que hace más triste todavía el final de la historia es que la mayoría de ese papel nunca estuvo destinado a satisfacer reales necesidades humanas, sino a crear niveles de consumo innecesarios que aseguren la rentabilidad de la industria de la celulosa y el papel.
Pero la historia puede tener un final totalmente diferente. Es posible reducir el consumo en forma radical sin que se produzca escasez de papel. Un ciudadano francés consume anualmente 190 kilogramos de papel y cartón, en gran medida utilizados en empaque. ¿Por qué no podría un ciudadano finlandés bajar su consumo anual de 430 kilogramos a esa cifra? ¿Por qué no podrían los ciudadanos de EE.UU. bajar también su consumo per capita de 330 kilogramos? Pero incluso las cifras francesas implican un consumo excesivo y se podrían reducir a los 40 kilogramos que consume un ciudadano uruguayo promedio, cuyo propio consumo podría a su vez ser reducido fácilmente a niveles todavía más bajos.
La reducción del consumo no es sin embargo un problema de opción individual; es un tema político. La industria de la celulosa y el papel, junto con sus numerosos socios --proveedores de maquinarias, firmas consultoras, agencias de crédito a la exportación, bancos privados y multilaterales, entre otros-- reaccionarán ante los esfuerzos por reducir el consumo. Por lo tanto la oposición exitosa debe reunir a todos aquellos afectados por las plantaciones, la deforestación y la producción de celulosa y papel, y a la oposición organizada en los países consumidores, para realizar campañas conjuntas exigiendo respeto para los derechos de las comunidades locales afectadas por el ciclo del papel y cambios en las políticas nacionales y mundiales sobre el uso del papel.
La blanca hoja de papel no tiene por qué estar manchada; puede ser limpia desde el punto de vista social y ambiental. Ése es el desafío. Y el propósito de esta edición del boletín del WRM es contribuir en esa dirección.