Los seres humanos han utilizado la biomasa para producir energía desde tiempos inmemoriales de forma sostenible. Por otro lado, la industrialización está terminando con las reservas de combustibles fósiles y ésta es la causa de la búsqueda frenética de otras fuentes de energía. Las bioenergías se basan en la producción de energía a partir de materia viva, la biomasa.
La biomasa es materia viva como árboles, arbustos, hierbas, granos, algas, microbios y también residuos vegetales.
Los acuerdos del protocolo de Kyoto dieron lugar en Europa a políticas como la Directiva de Energías Renovables, aprobada en diciembre de 2008 por el Parlamento Europeo. Ésta tenía como objetivo diversificar las fuentes de energía, pero también abrir nuevos mercados globalizados para la agricultura industrializada europea. Automáticamente se promovió un boom de bioenergía a escala industrial en muchos países del continente.
En la actualidad, dos tercios de la energía llamada renovable provienen en la Unión Europea de la biomasa. Las otras energías renovables – solar, eólica, hídrica, etc. – aportan solamente un tercio. La Comisión Europea pretende que antes de 2020, el 14% de toda la energía de la Unión Europea proceda de biomasa. La materia prima no será precisamente -como se dice a menudo- residuos, sino madera, y también aceites vegetales y biogás. El 75% de los subsidios para las energías renovables está destinado a la biomasa y los biocombustibles. Los demás se reparten entre la energía solar y eólica.
Esto sucede a espaldas de la opinión pública. Las informaciones son parcializadas al vender los beneficios de la economía verde, con la que se pretende continuar creciendo sin límite en lugar de concretar medidas sólidas de ahorro y eficiencia energética.
Renovable es lo que siempre vuelve a crecer, y sostenible es lo que manteniéndose diverso y productivo, no impacta negativamente sobre el medio. Pero al contrario de lo que se suele afirmar, ninguno de estos conceptos aplica a una economía globalizada y a un uso energético masivo y siempre creciente, ni a los impactos ambientales y sociales de este modelo económico.
Los supuestos beneficios de la generación de electricidad a partir de biomasa forestal son la disponibilidad ilimitada de la madera, el aprovechamiento de los residuos de la poda y el mantenimiento de los bosques, la forma limpia de producción o la neutralidad en términos del ciclo de carbono.
Pero no nos engañemos: no hay deshechos forestales capaces de abastecer la demanda energética que se requiere para producir energía para todas las centrales eléctricas de biomasa que se están instalando. La producción global de pellets era de unos 10 millones de toneladas en 2008 y se estima que se duplicará en los próximos 4-5 años. Se prevé un crecimiento anual global del 25 al 30% en los próximos 10 años, según la organización británica Biofuelwatch. Este gran crecimiento en la demanda de madera para la producción de electricidad impacta los bosques de Europa, Norteamérica y Rusia y obliga a muchos países a importar la materia prima de países productores del Sur global.
La demanda europea prevista de madera para la producción de energía eléctrica y calor es de 700 millones de metros cúbicos anuales de madera. Ya la industria maderera por ejemplo, del mueble, o la producción de pulpa de celulosa y papel, requieren anualmente por su parte de 500 millones de metros cúbicos de madera. La FAO afirma que, para 2020, Europa sufrirá una escasez dramática de unos 400 millones de metros cúbicos anuales de madera.
La demanda de madera importada significa una carrera por el uso de las tierras productivas, y el desplazamiento de pueblos indígenas y campesinos de los bosques en beneficio de las empresas productoras de la madera como materia prima industrial. La neutralidad en términos de carbono es igualmente cuestionable y no se sustenta sobre ninguna base científica sino sobre cálculos hechos a conveniencia.
Países como Suecia, Gran Bretaña o Alemania están experimentando un desarrollo sin precedentes de la generación de biomasa a gran escala. Los planes de Gran Bretaña significan, por ejemplo, un consumo de 50 a 60 millones de toneladas de biomasa por año, repartidas entre varias centrales de biomasa planificadas, en construcción o ya instaladas. Pero Gran Bretaña produce tan sólo entre 8 y 9 millones de toneladas de biomasa seca por año. Conclusión: tendrán que importar el resto.
Lo que se presenta a la opinión pública como un cambio benigno y benéfico, de la energía fósil a la renovable, es en los hechos un despojo global de los recursos naturales del Sur para el Norte que profundizará la injusticia y empeorará la pobreza y el hambre.
Por Guadalupe Rodríguez, Salva la Selva, correo electrónico:guadalupe@regenwald.org