La Unión Europea persigue el crecimiento a cualquier. Las tecnologías “verdes” necesitan cada vez mayor cantidad y variedad de metales y minerales. Millones en fondos públicos fluyen a través del Banco Europeo de Inversiones a proyectos mineros bajo el velo del “desarrollo”.
Desde su lanzamiento en 2008, la Estrategia Europea de Materias Primas no ha hecho más que afianzarse y cumplir con todos y cada uno de los pasos que marcaba. A grandes rasgos, políticas para un mejor acceso, lo más directo posible, a las materias primas del Sur global, y fomento de la minería dentro de las fronteras de la propia Europa.
La preocupación por el cambio climático y la necesidad de reducir la dependencia de las energías fósiles -petróleo, carbón y gas- han dado paradójicamente el pistoletazo de salida a una carrera intensificada por las materias primas no energéticas. Se necesita cada vez mayor cantidad y variedad de metales y minerales para las tecnologías en auge, pero no se puede obviar que su extracción, procesamiento, transporte y posterior manufactura es altamente demandante de energías fósiles. Con las “energías renovables”, se apunta a una supuesta descarbonización y con la digitalización, se habla de innovación. Pero sin metales y energía ninguno de estos procesos destinados a hacer “competitiva” a Europa se pueden hacer realidad. La llamada decarbonización que se ha puesto en marcha en algunos sectores de la economía no se enfoca entonces en reducir significativamente el consumo de energía, sino más bien en aumentar progresivamente el porcentaje de uso de fuentes energéticas “más limpias”. El impacto global sobre el clima, las comunidades y los territorios locales aumenta.
Economías que se empeñan en seguir creciendo: la digitalización y transición energética
Hacer frente a la transición energética y la digitalización en las próximas décadas podría llegar a duplicar o triplicar la demanda de metales y minerales, pues estos procesos están impulsando un mercado inconmensurable de materias primas. Se necesitan para construir todo tipo de infraestructuras, para fabricar vehículos eléctricos, baterías, etc. Los recursos minerales se han convertido en la clave de una economía que se basa en el crecimiento y que elabora desde ahí un complejo discurso para justificarlo y maquillarlo de verde. En la Unión Europea, esto sucede a través de políticas, discursos e incentivos económicos.
Para fabricar un teléfono móvil, una computadora o una pantalla de televisión, hacen falta entre 40 y 60 diferentes materias primas como el litio (42 gr), el tantalio, el cobalto o el antimonio, que son cada vez más difíciles de obtener. Para fabricar un vehículo eléctrico, hacen falta grandes cantidades de cobre (80 kg), cobalto (10 kg), litio (entre 10 y 20 kg), níquel (30 kg) y grafito (30 kg).
Según CODELCO, la empresa minera estatal chilena que es una de las mayores productoras de cobre del mundo, un sólo molino de viento o aerogenerador de 1 MW contiene 4,4 toneladas de cobre. El consumo de cobre de China, por ejemplo, aumentó de un 12% a un 40% en sólo una década.
La Alianza Europea de Baterías (EBA, por su sigla en inglés) fue impulsada por el sector automovilístico alemán y constituida en 2017 con el fin de convertir a Europa en una potencia mundial de fabricación y distribución global de baterías. El mercado de baterías "podría crecer en 250.000 millones anualmente a partir de 2025” para lo que necesitan “acelerar e intensificar la coordinación entre proyectos estratégicos transnacionales en toda la cadena de suministro”. Las palabras son de Maros Šefčovič, Vicepresidente de la Comisión Europea y responsable de la Unión Energética de la Unión Europea.
Toda esta demanda de materias primas es igual a extracción y más extracción de cobre, cobalto, litio, níquel y otros metales y minerales en lugares como las selvas tropicales en Congo, Filipinas e Indonesia o en los altos andinos de Chile, Bolivia y Argentina.
Reducir la dependencia de economías emergentes y minerales en conflicto
A principios de este siglo, el aumento de los precios de las materias primas y el acaparamiento de algunos minerales por economías emergentes como la de China, que retiene algunas de las materias primas que mina para su propio consumo interno, creó riesgos en el suministro de algunos metales y minerales. Se comenzó a experimentar dificultades para acceder a los mismos y aumentó la preocupación en algunos países de que los precios se fueran por las nubes. China controla por ejemplo el acceso a las tierras raras, necesarias para baterías y catalizadores, entre otras muchas aplicaciones. Otro ejemplo es Indonesia, que intenta controlar las exportaciones de níquel.
Otro problema notorio son los graves conflictos existentes en los lugares donde se extraen las materias primas que demandan los mencionados sectores ahora clave. Es el caso de la República Democrática del Congo y los minerales en conflicto o minerales de sangre. Es decir, aquellos que se extraen entre guerras cruentas y de la mano de mafias, tráfico ilegal, trabajo infantil y otras atrocidades que parecen poner en segundo plano la destrucción y la contaminación ambiental. Después de intensas campañas, se ha logrado promulgar una tímida legislación en la UE que no entrará en vigor hasta 2021 y que está encaminada a exigir trazabilidad en las cadenas de abastecimiento. Dicha legislación es insuficiente y se limita a regular unas pocas materias primas: oro, tantalio, estaño y wolframio, dejando fuera a otros minerales igualmente conflictivos como el cobalto.
Materias primas “críticas” y la responsabilidad de la industria minera
La Unión Europea identifica periódicamente materiales de importancia económica y estratégica para la industria europea que puedan llegar a escasear. Se otorga especial atención a ciertas materias primas a las que se denomina “críticas,” que son actualmente 27, que incluyen a tres de los cuatro minerales en conflicto (cobalto, el tantalio y el wolframio) y también a las tierras raras.
Con esto en la mira, 100 mil millones de euros de la Comisión Europea están destinados a proyectos insignia que abarcan toda la cadena de suministro, incluida la fabricación de tecnología y automóviles. Además, se vienen fomentando las actividades mineras dentro de Europa.
Pero el hecho está en que la minería sostenible no existe. La cara oculta de todo este fomento de “transición energética” es la devastación social y ambiental que la minería conlleva. Las comunidades afectadas por la destrucción que trae la minería entienden como una paradoja muy perjudicial, el hecho de que las energías renovables y tecnologías consideradas sostenibles necesiten toneladas de minerales.
La política de la Unión Europea actual persigue el crecimiento a cualquier precio para ser competitiva y “salvar la economía”. Muchos de sus yacimientos continúan inexplorados por motivos tecnológicos o porque, en teoría, el uso y el acceso a la tierra estarían mucho más regulados y protegidos que en otras regiones. Sin embargo, la idea perversa de salvar el clima haciendo cada vez más extracción y negocios se impone, y presenta riesgos elevados en gran medida para los bosques y comunidades de los bosques del Sur global. La corrupción y la falta de transparencia sobre los planes y proyectos mineros es habitual.
Las mineras europeas activas en el Sur global hablan de “minería responsable”, que básicamente es la misma minería destructiva adornada con explicaciones sobre cómo están haciéndoles un favor a las comunidades locales. Los argumentos más habituales hablan del uso de tecnología de punta que prevendría la destrucción y la contaminación, cuando lo cierto es que lo que permite esta tecnología es mayor destrucción, de mayores áreas, más remotas y a menudo boscosas.
Asimismo, cada año fluyen millones de euros públicos a través del Banco Europeo de Inversiones de la UE a proyectos mineros bajo el velo del “desarrollo”. Esta “ayuda para el desarrollo,” en la práctica, facilita la extracción de minerales y/o la negociación entre los países y las empresas mineras de la UE. Para permitir el acceso de las transnacionales a las materias primas se aplica una “diplomacia de materias primas”, que comprende tratados de libre comercio y el uso de instrumentos de la Organización Mundial del Comercio (OMC) para la “resolución” de conflictos en tribunales privados. Con estas estrategias, las empresas y gobiernos de la UE pueden justificar prácticas altamente violentas y destructoras, como lo que sucede en la República Democrática del Congo con la extracción del cobalto.
Al tiempo que se demandan cada vez más materias primas procedentes de todo el mundo, se producen varias toneladas de deshechos por persona, por empresa y por año en la Unión Europea. Lo primero a revisar y cuestionar es el modelo económico y de vida que lleva a una destrucción incalculable. No podemos apostar a una economía que, tal y como la proponen, tendrá que seguir llevando a cabo obligadamente un extractivismo salvaje de materias primas con todas las violaciones de derechos fundamentales y destrucción de modos de vida y bosques, principalmente en el Sur global.
Guadalupe Rodríguez, guadalupe@salvalaselva.org
Responsable de campañas en España y Latinoamérica en Salva la Selva y coordinadora para Latinoamérica y Sur de Europa de la Red global Sí a la Vida No a la Minería (Yes to Life No To Mining, YLNM)