A pesar de lo que el título pueda sugerir, este editorial no se centra en la guerra declarada por el gobierno de Estados Unidos contra el pueblo de Irak; se enfoca sobre la interminable guerra declarada por los intereses petroleros contra el planeta y sus pueblos.
Muchas son las guerras que han sido declaradas y que aún siguen siendo desatadas alrededor del mundo para asegurar el control corporativo sobre el petróleo. El petróleo es poder y el poder necesita controlar al petróleo. Detrás de los nombres de presidentes y dictadores están los de actores mucho más poderosos: Exxon/Mobil, Chevron/Texaco, Shell, British Petroleum, Elf. Éstos --y sus parientes cercanos-- son los que derrocan a presidentes electos y dictadores para reemplazarlos con dictadores o presidentes más amigables.
Muchas de esas guerras ni siquiera son cubiertas por los medios de comunicación, y cuando lo son, el petróleo es rara vez mencionado como su causa de fondo. Un gobierno es derrocado por la oposición armada en un país africano y la noticia sólo abarca el odio entre ambas partes y casi nunca a las corporaciones y gobiernos extranjeros que respaldan a cada una de ellas. En muchos casos, los actores detrás de bambalinas son las empresas petroleras. En Venezuela, un presidente electo ha tenido que enfrentar un golpe y una huelga general por estar sentado sobre un mar de petróleo y por no parecerle lo suficientemente amistoso al poder petrolero de los Estados Unidos.
Pero el petróleo no sólo está detrás de guerras civiles, golpes de estado y campañas electorales presidenciales. El petróleo es también responsable de las innumerables guerras "de baja intensidad", que destruyen comunidades enteras alrededor del mundo y particularmente en los trópicos. Muchas comunidades indígenas y otras poblaciones locales han sido borradas del mapa o han tenido que enfrentar situaciones terribles debido a la destrucción ambiental resultante de la exploración y explotación petrolera en sus territorios, así como de la violación generalizada de sus derechos humanos. Desde Ecuador a Nigeria y desde Indonesia a Chad, el "oro negro" ha sido una maldición para los pueblos locales y su medio ambiente.
Demás está decir que el petróleo también ha desatado la guerra contra el aire y el clima del Planeta. La contaminación generalizada del aire afecta a todos los seres vivos, mientras que el cambio climático abre una interrogante sobre el futuro de la Tierra. El uso de combustibles fósiles --y particularmente el petróleo-- es claramente responsable de esta situación.
Los gobiernos del mundo han hecho algunos intentos de abordar esta última temática. Han firmado y ratificado la Convención sobre Cambio Climático y el Protocolo de Kioto. En forma similar a lo ocurrido recientemente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en relación a Irak, un gobierno --representando los intereses de las corporaciones petroleras-- decidió no ratificar el Protocolo de Kioto porque afectaría sus intereses. Este país --los Estados Unidos-- resulta ser el número uno en emisiones de CO2 en el mundo y sede de las empresas petroleras más poderosas del mundo. Es por ende responsable de la mayoría de las guerras petroleras --pasadas y presentes-- y no sólo de esta última.
En la actual situación, resulta evidente que el sistema de las Naciones Unidas es imperfecto. Quienes llevan a cabo campañas por los bosques, la biodiversidad y el clima se sienten a veces muy frustrados por la falta de acción por parte de las Naciones Unidas en torno a estas temáticas. Pero, pese a su imperfección, resulta igualmente evidente que es mucho más democrático que las decisiones unilaterales tomadas por los poderosos en respuesta a intereses corporativos.
Las guerras --con o sin un componente ideológico-- siempre son terribles. Las guerras petroleras -estrechamente vinculadas al dinero y al poder-- son aún peores.