En este mundo crecientemente privatizado, hablar de agua es casi sinónimo de hablar de su apropiación por parte de alguna empresa para convertirla en mercancía y fuente de ganancias. La gravedad de ello ha sido percibida por mucha gente y ha dado lugar a grandes luchas –a veces pacíficas, a veces violentas- para evitar su pasaje a manos de empresas transnacionales.
Sin embargo, el rol de las transnacionales va mucho más allá del negocio del agua potable y se extiende desde su contaminación hasta la destrucción de los ecosistemas que aseguran el funcionamiento del ciclo del agua.
El agua no se contamina sola y el origen de su contaminación se encuentra en la mayoría de los casos vinculado a grandes empresas transnacionales que, o bien contaminan directamente o bien producen y venden las sustancias contaminantes que acaban envenenando el agua.
En el primer caso se destacan las empresas petroleras y mineras, que vierten enormes cantidades de sustancias contaminantes en las zonas donde se instalan, en tanto que en el segundo lo hacen las empresas que producen y venden productos tóxicos cuyo destino final es también el agua. Por supuesto que éstas no son las únicas empresas involucradas, pero ocupan sin duda un lugar prominente en la larga lista de empresas contaminantes.
Un caso diferente, pero igualmente grave, es el de las empresas vinculadas a la construcción de grandes represas hidroeléctricas, que destruyen ecosistemas enteros –tanto hídricos como boscosos- afectando así a las innúmeras especies –incluyendo la humana- que de ellos dependen.
Algo similar ocurre con las empresas camaroneras, que no solo contaminan los recursos hídricos sino que también destruyen los ecosistemas de manglar, tan importantes para la defensa de los sistemas costeros y la vida vinculada a los mismos.
Otro caso es el de las empresas vinculadas a la producción de celulosa, que instalan enormes monocultivos de árboles de rápido crecimiento para abastecer a sus fábricas de materia prima. Dichos árboles consumen –sin costo alguno para la empresa- ingentes volúmenes de agua, que llegan a secar humedales, lagunas y cursos de agua. Al mismo tiempo, sus enormes fábricas utilizan gratuitamente el agua para su proceso industrial y la devuelven contaminada al mismo curso de agua del que la extrajeron.
La lista es demasiado larga como para poder comprimirla en un artículo, pero se puede generalizar diciendo que en todo proceso de destrucción del agua y de los ecosistemas necesarios para asegurar el funcionamiento del ciclo hidrológico siempre hay al menos una, y en la mayoría de los casos varias, empresas transnacionales que de hecho se han apropiado del recurso.
En todos los casos, los más perjudicados son los pobladores locales, cuya vida depende de los ecosistemas y de los recursos hídricos contaminados o degradados por obra de dichas empresas. De los pobladores urbanos, los más pobres son los más afectados, ya que se ven obligados a gastar sus escasos ingresos monetarios en agua embotellada porque el agua entubada está contaminada. A su vez, a nivel de poblaciones locales, las más perjudicadas son normalmente las mujeres, que son impactadas de manera diferenciada por los cambios resultantes a nivel local.
A nivel más macro, el mayor peligro para el agua está vinculado al cambio climático. Por un lado, porque una de las principales causas del mismo –la deforestación- impacta negativamente sobre el ciclo del agua. En efecto, la destrucción de amplias áreas de bosques afecta tanto la ocurrencia de lluvias como la infiltración del agua a las napas subterráneas, que son las que aseguran el abastecimiento de los cursos de agua entre una y otra lluvia. Por otro lado, porque el propio cambio climático modifica enteramente el régimen hidrológico, dando lugar a fenómenos extremos como sequías e inundaciones.
Demás está decir que detrás del fenómeno del cambio climático es también posible identificar a grandes empresas transnacionales que se benefician, ya sea de los procesos de deforestación, ya sea de la explotación y venta de combustibles fósiles y más recientemente, del comercio de carbono que inventaron para obtener aún mayores ganancias del cambio climático convertido en negocio.
Para la abrumadora mayoría de los habitantes del planeta, el agua no puede reducirse a un negocio y menos aún lo puede ser el cambio climático. La contaminación y escasez de agua, así como el cambio climático son desastres a evitar y no mercancías a negociar. Las luchas –locales, nacionales e internacionales- contra los diferentes procesos y actores que afectan el agua y el clima no son luchas de “oposición” sino de afirmación: por la vida de ésta y de futuras generaciones.