Una vez más, como cada dos años, FAO ha publicado su informe “Situación de los Bosques del Mundo 2007” (http://www.fao.org/docrep/009/a0773s/a0773s00.htm), donde “se examinan los progresos hacia la ordenación forestal sostenible”. A pesar de que admite que “La deforestación continúa a un ritmo alarmante de cerca de 13 millones de hectáreas anuales”, la conclusión general del informe es que “se han hecho progresos” --si bien agrega que “de manera desigual”.
Tal parece que no puede reconocerse el grave estado actual de los bosques y el ambiente en general: la deforestación masiva de los manglares para dar lugar a las granjas camaroneras, las vastas superficies de tierra dadas en concesión a la agroindustria (para plantaciones industriales de árboles o cultivos), la minería, las represas hidroeléctricas, el madereo industrial --actividades todas que implican la degradación y/o destrucción de los bosques con los consiguientes impactos sociales y económicos en las comunidades locales. Prácticamente nada de eso aparece en el informe de la FAO. Y tampoco se identifican las causas subyacentes de esa destrucción.
En el informe se dice que algunas regiones “en particular las constituidas por economías en desarrollo y ecosistemas tropicales, continúan perdiendo superficie forestal, a la vez que carecen de instituciones apropiadas para poder invertir esta tendencia”. En el caso de África se dice que “la capacidad de las instituciones de aplicar una ordenación forestal sostenible es limitada, debido en gran parte a la situación social y económica general desfavorable”.
Al respecto, resulta oportuno citar lo que decía Assitou Ndinga, de la República Democrática del Congo, sobre los factores externos que afectan las decisiones de los organismos forestales nacionales: “la globalización y la inserción de los países centroafricanos en redes ... internacionales ... tienen efectos positivos pero también coercitivos que debilitan su compromiso con la causa de los ecosistemas de bosque. Esto es debido tanto a la hegemonía occidental y a la cultura de la sociología de las relaciones internacionales en los países occidentales, como al escaso sentimiento nacionalista de los africanos”. Y agregaba que la diplomacia oficial occidental “suele estar al servicio de fuerzas que, en el pasado, provocaron el debilitamiento de las estructuras y el empobrecimiento de la región; fuerzas cuya primera preocupación es el interés personal pero que instrumentalizan el poder de su propio Estado y los convenios internacionales” (ver Boletín del WRM Nº 107).
A esta falta de reconocimiento de la dimensión de la pérdida de bosques y de profundización en las causas de la misma se agrega otra carencia: la definición que incluye a las plantaciones forestales industriales como una subcategoría de bosque -- “bosques plantados”. Esa definición contribuye a legitimar la expansión de los monocultivos en gran escala de árboles, ocultando la miseria, exclusión y destrucción ambiental que ha dejado en numerosos países del Sur. La FAO maneja errónea y confusamente el concepto de cobertura forestal, equiparándolo a bosque e incluyendo allí las plantaciones, dando como resultado la subestimación del grado de destrucción de los bosques y la invisibilización de la gravedad de las plantaciones forestales. Por otro lado, los datos que brinda la FAO acerca de las plantaciones forestales ocultan tanto la naturaleza del problema y su verdadera magnitud -- en cuanto al porcentaje de superficie ocupada en los países afectados --, como los responsables, los mecanismos de apropiación de los bienes naturales y los impactos sobre la gente y el ambiente.
No estamos diciendo con esto que sea la FAO el único actor de la reconversión de grandes extensiones de ecosistemas -- praderas, bosques, páramos -- en “desiertos verdes” de monocultivos de árboles. Es innegable que son fundamentalmente grandes intereses económicos los motores de la expansión --entre ellos la industria celulósica papelera mundial en busca de materia prima barata para abastecer el consumo derrochador del Norte. Pero la FAO ha sido funcional al proceso, en tanto organismo “experto” que participa activamente en procesos internacionales (como la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible) y cuya orientación, promoción y legitimación puede ser tomada como punto de partida en distintos foros y ámbitos internacionales.
Como forma de demostrar las derivaciones que trae la definición de las plantaciones forestales como bosques, brindamos a continuación comentarios sobre las secciones del informe tituladas: Bosques plantados, La tenencia de los bosques, La restauración del paisaje forestal y El sector forestal y la reducción de la pobreza.
Los “bosques plantados” de la FAO
La sección encabezada bajo el título de “bosques plantados” (pág. 88) muestra un cuadro que identifica a los 10 países con la mayor superficie de “bosques plantados” en 2005, entre los cuales figuran Estados Unidos, Rusia, Japón, Suecia, Polonia, Finlandia, junto con Brasil, India, China y otros.
Más allá de la absoluta discrepancia que tenemos con la idea inaudita de que pueda “plantarse” un ecosistema, el cuadro resulta absolutamente engañoso. La definición de “bosques plantados” de la FAO iguala a “los bosques con componentes plantados” –como sería el caso de Finlandia o Suecia- con las “plantaciones para producción”, generalmente con especies exóticas de rápido crecimiento, que definen a los monocultivos de árboles que avanzan sobre los territorios de los países del Sur y permanecen invisibles en las estadísticas de la FAO.
Durante más de 10 años hemos llevado adelante una Campaña sobre este tema, a partir de las evidencias proporcionadas por comunidades indígenas y campesinas, organizaciones sociales y ambientales, académicos, investigadores, personas afectadas y otras sensibilizadas ante el tema. Tenemos cientos de artículos y libros que recogen denuncias y procuran dar voz a quienes no tienen lugar para expresarse en los sitios de poder.
Investigaciones realizadas en Sudáfrica, Swazilandia, Uganda, Uruguay, Brasil, Chile, Ecuador, Camboya, Tailandia, Vietnam, Indonesia, y testimonios recogidos en esos y otros países como Malasia, India, Australia, Kenia, Nueva Zelanda, Argentina, Colombia, Venezuela, Ghana y otros dan cuenta de los graves impactos que han causado y causan en esos países los monocultivos de árboles.
Sin embargo, apenas dos de estos países mencionados -- Brasil e India-- figuran en la lista de la FAO, en tanto que en todos los demás los monocultivos industriales son invisibilizados. Las más de 2 millones de hectáreas en Chile, los 3 millones de hectáreas en Indonesia, el millón y medio de hectáreas en Sudáfrica, los 5 millones en Brasil y las cientos de miles de hectáreas plantadas con árboles en decenas de países del Sur parecen no existir. Sin embargo, sí existen y sus impactos han sido ya documentados.
Al mismo tiempo, el cuadro de la FAO esconde el porcentaje de territorio que ocupan las plantaciones en cada país o región y con ello la incidencia de sus impactos. Por ejemplo, en el caso de Swazilandia, ocupan casi el 10% del territorio nacional y están ubicadas además en las mejores tierras. Lo mismo sucede al interior de muchos países, donde determinados estados o provincias contienen altísimos porcentajes de sus tierras ocupadas por dichos monocultivos (Kwazulunatal en Sudáfrica, Misiones en Argentina, Espirito Santo en Brasil, la Novena Región en Chile, etc.)
La tenencia de los bosques
“La propiedad pública forestal sigue siendo con mucho la categoría predominante en todas las regiones”, dice la FAO en su informe (pág. 80). Y agrega que “a nivel mundial, el 84% de las tierras forestales y el 90% de otras tierras boscosas son de propiedad pública”.
En esta sección de la Parte II figura una gráfica que ilustra los números de la “tenencia forestal” en 19 países del sudeste asiático y de la cual surge que el 92% son de propiedad pública -- totalizando 365 millones de hectáreas de bosque --, mientras que la industria figura con un magro 1%.
Estos números ocultan en principio dos cosas: que aunque estén en manos públicas, numerosos bosques son destruidos por empresas que reciben derechos de concesión para actividades extractivas -- madereo, minería -- y para el establecimiento de plantaciones, y que justamente esas concesiones les dan derechos que implican que esos bosques están en manos privadas.
Esta es una realidad que ocurre en Asia, África y América Latina. En Panamá, el gobierno aprobó grandes concesiones para el desarrollo de la industria minera sobre los bosques, perjudicando a los pueblos que viven en ellos, como es el caso de la extracción de cobre y oro dentro de los territorios de los Ngobe-Bugle y de los Kuna. En la República Democrática del Congo, 103 empresas madereras recibieron, en 2005, concesiones que abarcan 147.526 kilómetros cuadrados de bosques. En Gabón, la mayor parte de los bosques ya han sido asignados a concesiones madereras, mientras que más de la mitad del territorio de Surinam, para beneficio de un puñado de personas, está bajo concesiones, entre ellas las otorgadas para explotación de madera y oro en bosques tropicales que son de vital importancia para los Marunes. El sector forestal de la República Centroafricana está dominado por compañías y capitales de origen francés, que intervienen en la explotación de casi la mitad de los 3,2 millones de hectáreas de bosques entregados en régimen de concesión. Las concesiones otorgadas en Birmania, en el estado de Kachin --una de las últimas grandes zonas de bosques intactos del sudeste asiático continental-- habilitan a unas pocas elites a enriquecerse con la extracción de los recursos naturales, el madereo y la minería, mientras que en Camboya, a fines de la década de 1990 el gobierno entregó más de un millón de hectáreas de concesiones al madereo --a costa de las tierras y bosques de los pobladores locales, que han constituido sus medios de vida durante generaciones-- y concesiones de tierras, muchas de las cuales fueron para establecer plantaciones industriales de árboles a gran escala que, según el criterio de la FAO, figurarían como bosques.
También quedarían dentro de las estadísticas de bosques las plantaciones que realiza en Indonesia la empresa Asia Pulp & Paper (APP), vinculada a la celulosa y el papel. APP ha recibido dos concesiones para plantaciones de árboles para celulosa en las provincias de Riau y Jambi. En esta última trabaja con Acacia mangium como materia prima de la celulosa. Hasta el momento, la superficie ya convertida y por convertirse en “tierra de acacias” por la compañía llega a 500.000 hectáreas en la provincia. En Riau, la empresa está estableciendo plantaciones con gran rapidez para poder alimentar sus fábricas de celulosa, convirtiendo bosques en plantaciones y superponiéndose con tierras comunitarias. En el sur de Sumatra APP tiene otra concesión que abarca 380.000 hectáreas. Durante la década de 1970 el gobierno de Indonesia declaró 140 millones de hectáreas de tierras como bosques estatales, con lo cual se aseguró el control del Estado sobre bosques administrados tradicionalmente por miles de comunidades locales. Al igual que con las concesiones para el madereo industrial, el gobierno entrega concesiones a la industria de la pulpa y el papel sin considerar quién vive allí ni quiénes han usado tradicionalmente el bosque (ver Boletín Nº 101 del WRM). Ahora tiene planes de establecer otros cinco millones de hectáreas de plantaciones de acacia para pulpa de papel.
La restauración del paisaje forestal
En esta sección (pág. 76) la FAO define que la “restauración del paisaje forestal” se trata de “enfoques prácticos que no pretenden restablecer los bosques primigenios de antaño” sino adoptar otros enfoques que permitan “restaurar las funciones de los bosques y árboles y potenciar su contribución a medios de vida y usos de las tierras sostenibles”.
Para graficar su modelo, la página dedicada a este tema ostenta una foto cuya nota al pie sirve para tener bien claro a qué se apunta: un “mosaico de bosques plantados para la producción de madera y bosques secundarios regenerados naturalmente para protección de los valles y los cursos de agua”, en el Estado de Bahía, Brasil.
Entre 1970 y 1985, Bahía perdió el 70% de sus bosques nativos con la llegada de las empresas de papel y celulosa Suzano-Bahia Sul, Aracruz, CAF Santa Bárbara Ltda. y Veracel. El extremo sur de Bahía conserva tan solo el 4% de la Mata Atlántica original en áreas de reserva y más de la mitad de las tierras cultivables está en manos de las empresas. La expulsión de los trabajadores rurales, quilombolas (descendientes de esclavos), indígenas y pequeños agricultores provocó un aumento de las favelas, la desintegración de grupos y familias, violencia y miseria.
Lejos está ese proceso destructivo de ser una restauración. El eufemismo esconde la tragedia de la ocupación de los territorios del Sur por los grupos de poder que buscan condiciones favorables para sus monocultivos de árboles -- es decir, mano de obra y tierra barata así como condiciones de suelo, agua y clima que permiten un rápido crecimiento de los árboles exóticos introducidos, además de poder dejar fuera de sus países la contaminación y la conflictividad social.
En setiembre de 2006, un conjunto importante de “hombres, mujeres y jóvenes, trabajadores rurales y urbanos, indígenas, ambientalistas, científicos, profesores y estudiantes” de Bahía denunciaban “la situación de degradación y miseria en que se encuentra la región del Extremo Sur de Bahía, promovida por la empresa de celulosa, Veracel, una joint venture de Stora Enso”. En la carta se afirmaba que la empresa provocó la pérdida de trabajo de “aproximadamente 400 trabajadores [rurales]”, gran parte de los cuales se trasladaron a la periferia de ciudades vecinas, y que además, “En toda la región, la plantación extensiva de eucalipto promovió la desaparición de diversos ríos y cañadas” (ver Boletín Nº 110 del WRM).
Para la gente esto no son cifras ni estadísticas, sino situaciones trágicas que comprometen su vida, su futuro.
El sector forestal y la reducción de la pobreza
La FAO menciona en esta sección (pág. 78) los posibles vínculos entre los programas forestales nacionales y las estrategias de reducción de la pobreza, y comenta las conclusiones de diversas entrevistas mantenidas con autoridades gubernamentales. Una vez más, cuando hace referencia a la contribución de los “recursos forestales” a los hogares, así como a la identificación de oportunidades y obstáculos para la contribución del sector forestal al alivio de la pobreza, el problema de las plantaciones industriales de árboles queda totalmente escondido.
¿Qué se entiende por “recursos forestales”? Si hablamos del bosque y sus productos, mucho hay para decir acerca del aporte que hacen a las comunidades que los habitan o dependen de ellos. En el bosque encuentran alimentos, como miel, frutas, semillas, bellotas, raíces, tubérculos, insectos, animales silvestres; se sirven de las resinas, el rattan, el bambú, taninos, colorantes, hojas, paja, pieles, cueros, para el autoconsumo o como fuente de ingresos con su venta; y las plantas que allí se encuentran sirven para forraje, de especial importancia para la producción de ganado vacuno, ovino, cabras, burros y camellos. Y a ello hay que agregar los importantes aportes que brinda el ecosistema bosque, en especial en la regulación del ciclo hidrológico.
Pero nuevamente volvemos al problema de lo que oculta el concepto de la FAO, que iguala a las plantaciones con los bosques. Detrás de ese eufemismo se esconde lo que están sufriendo numerosos pueblos de Asia, América Latina y África, donde los monocultivos forestales destruyen la agricultura campesina, sustituyen la producción de alimentos, impiden la realización de necesarias reformas agrarias y la devolución y demarcación de tierras indígenas, desplazan a las comunidades de sus tierras y ecosistemas, les desmantelan su cultura.
Las plantaciones de acacia destruyen los bosques de Belum y Temenggor, en Malasia; en Camboya, los monocultivos de acacia, pino y eucalipto avanzaron indiscriminadamente sobre las praderas que la población local Phnong usa para pastar su ganado, así como sobre los bosques y cementerios ancestrales, elementos esenciales de la cultura Phnong. En Indonesia se acelera la introducción de plantaciones de árboles para abastecer la industria de la celulosa y el papel, que ha entrado en conflicto con los límites y la tenencia de las poblaciones locales, de lo cual es indicio la enorme cantidad de “demandas” y “reclamaciones”. En Ecuador, en 2006, jóvenes de Muisne realizaron una acción contra las plantaciones de árboles de la empresa japonesa EUCAPACIFIC, que han afectado profundamente la región, acabando con el agua, la flora y la fauna que antes abundaban y que eran utilizadas por la población local, y expulsando a los propios pobladores de la zona. En Colombia, este año el Tribunal Permanente de los Pueblos – Capítulo Colombia se reunió para juzgar a las empresas transnacionales por el tema de la biodiversidad y la explotación de los recursos naturales en ese país, acusando a Smurfit Kapa - Cartón de Colombia, entre otras cosas, de " violación de derechos humanos, ambientales, sociales y culturales”, “destrucción de selvas húmedas tropicales, bosques andinos y otros ecosistemas y por destruir el tejido social, medios de producción tradicional y cultural de las comunidades; suprimir y contaminar fuente hídrica; influir la formulación de políticas gubernamentales en el país y presionar a funcionarios del Estado en pro de los intereses de la multinacional”.
Las empresas forestales llegan con grandes promesas de empleo, vendiendo el mensaje de que “ofrecen oportunidades de empleo, aún en las áreas más remotas del país”. Pero investigaciones y testimonios dicen otra cosa muy distinta (ver “Promesas de empleo y destrucción del trabajo” http://www.wrm.org.uy/paises/Brasil/faseESP.pdf; Boletines Nº 74 y 69 del WRM). Las cifras finales de empleo distan mucho de lo anunciado, y el trabajo en las plantaciones generalmente es zafral, tercerizado, mal remunerado, y muchas veces se realiza en condiciones deplorables.
Podríamos seguir mencionando muchos más casos de los que recogemos y denunciamos en nuestra campaña contra las plantaciones industriales de árboles. Lamentablemente abundan.
Mientras los pueblos y movimientos sociales claman por soberanía alimentaria, la FAO transita por otros caminos que van en sentido opuesto. Es hora de que el organismo aborde las causas subyacentes de la deforestación. Nos gustaría ver un informe que tratara en profundidad los problemas que acarrea la desigualdad en la tenencia de la tierra; la falta de democracia participativa, la influencia de los militares y la explotación de las zonas rurales por las élites urbanas, el consumo excesivo en los países de altos ingresos, la industrialización descontrolada –factores que están en la raíz de la destrucción y degradación de los bosques.
Del mismo modo, si la FAO aspira a ser el organismo mundial que contribuya a arrojar luz sobre la situación de los bosques del mundo, con miras a su cuidado y preservación, también le cabe la responsabilidad de hacer visible, de una vez por todas, el acuciante problema de la expansión de los monocultivos en gran escala de árboles a costa de los territorios, ecosistemas y pueblos de los países del Sur. La FAO tiene la responsabilidad de dar voz y espacio a estos cuestionamientos y problemas.
Un primer paso es que reconozca que las plantaciones no son bosques y suprima de una vez por todas la insostenible categorización de los monocultivos de árboles como bosques.