Cuando la conquista del Dorado se inició, la gran boa mujer serpenteaba desde la memoria del tiempo por la selva amazónica, ella, la serpiente cósmica, era el gran río con su largos y enormes brazos de agua, con sus apacibles remansos y sus cálidas y fecundas lagunas.
Ella le contaba sus secretos a la otra gran señora, a la Jaguar. A la dueña de las tierras y los árboles, de los monos, los tapires y las dantas. A la Poderosa, la que paría el yopo, la ayahuasca y el curare, la dueña del olor de la canela. Ellas juntas corrieron la voz para ocultar las espléndidas ciudades imaginadas por Pizarro u Orellana, los tronos de oro soñados por Vasco Da Gama, las piedras preciosas buscadas por cualquier otro español sediento de riquezas. Disfrazaron al ispingo con mantos de musgo y orquídeas, escondieron a sus hijos y convocaron con el sonido del manguaré a cerrarles el paso a los extraños.
Orellana y sus hombres cuentan de la presencia de altas y fuertes mujeres, armadas con arcos y flechas; con descomunales mazas de piedra y espinosos troncos, que les amenazaban desde la orilla del gran río. Estas mujeres comandaban -dicen- a muchos hombres guerreros. Uno de ellos fue hecho prisionero por los españoles y después de interrogarlo (¿?) supieron del poder de esas atemorizantes mujeres. Eran señoras de más de sesenta aldeas, donde los hombres pasaban por sirvientes y esclavos y sólo los admitían cerca para ser fecundadas. El interrogado también les contó que en la vagina de ellas habitaba la piraña de múltiples y filosos dientes y que poseerlas sin su consentimiento significaba la castración mas eficaz y dolorosa.
La alucinación y el cansancio de los conquistadores por semanas de terror, mosquitos y fiebres, dentro del desconocido mundo de la selva; se unió a los cuentos y amenazas del indígena interrogado quien, para alejarlos de su pueblo y de las mujeres indias, no escatimó imaginación en sus relatos, hechos además en una lengua desconocida para recibir el aporte creativo del traductor.
Nació así el mito de las Amazonas, muy parecidas a las de la mitología griega pero con el "salvajismo" que se les atribuía a los indígenas. El mito le puso el nombre al inmenso río y a la selva circundante.
Mas allá del mito y la leyenda las amazonas, las mujeres que habitan la cuenca, han sido guerreras, defensoras de la maloca, y las mayores responsables en conservar la descendencia de un pueblo condenado al genocidio y al desconocimiento sistemáticos. Ellas en canciones de cuna y en cuentos parsimoniosos para aplacar el miedo, han susurrado al oído de hijos e hijas la historia de su pueblo, sus orígenes, sus valores. Ellas han enseñado a su descendencia el amor al gran espíritu de la selva mientras fabricaban las delgadas vasijas de arcilla o trituraban la yuca para el casabe. Ellas les mostraron las diferencias entre la dentada hoja que mata y la casi exacta que cura. Instruyeron a los hijos para guardar el fuego en las largas caminatas y a las hijas a esconder las semillas en los pliegues de su cuerpo para volver a sembrarlas en tierra propicia cuando de huir de los usurpadores, selva adentro, hubiesen terminado.
Ellas delgadas, pequeñas y sonrientes, armadas apenas de una sonrisa maliciosa, desarmaron a los frailes y misioneros de su cruz y vistieron a la serpiente cósmica con el manto de María. Y cuando les tocó pelear con saña o envenenar el agua, lo hicieron. Cuando les tocó abandonar a los hijos en manos más seguras lo hicieron sin llorar, esperanzadas en salvar lo que quedaba de su etnia.
Fueron presas fáciles del tráfico de esclavos, de los perros amaestrados en dejarles sin rostro, de la lascivia de los conquistadores, curas y colonos, de las gripes y viruelas pero aun así continuaron cantando a sus dioses y a sus espíritus vengadores. Perdieron a sus maridos, a sus abuelos y sus nietos pero continuaron pariendo para permanecer en la memoria.
También ellas sangraron al caucho para que esa leche -convertida en vales para comprar en la tienda del cauchero- alimentase a sus hijos. Lavaron el oro y picaron las rocas buscando el ónix y los diamantes para llenar las arcas de los grandes mineros. Sembraron la coca y escogieron las mejores hojas para engrosar las cuentas bancarias de los capos.
Hoy que su piel se llaga al contacto del humo de las fumigaciones y que el agua contaminada por la explotación del petróleo y el oro envenena su cuerpo, siguen pariendo hijos para resistir la usurpación.
Hoy son las organizadoras, las maestras, las dirigentes indígenas. Hoy siguen siendo las mamás de la sabiduría, la vida, la continuidad, las guardianas del pasado. Las grandes amazonas.
Por: Tania Roura, Revista Iniciativa Amazónica Nº 8, noviembre 2003, ALDHU