A nadie cabe duda que estamos inmersas e inmersos en un largo y en ocasiones resistido proceso de toma de conciencia de las relaciones sociales de género que, en términos generales, han colocado históricamente a la mujer en situación de desigualdad y subordinación.
La lucha de la mujer, una lucha libertaria desde su condición de sector excluido, es, en esencia, un reclamo social de cambio en las relaciones y estructuras sociales que, en la mayoría de las sociedades, a través de los sistemas políticos, legales, culturales, religiosos y familiares han restringido el rol de la mujer al ámbito privado y familiar. Es, en definitiva, un reclamo de justicia social.
En el mundo occidental es posible ubicar antiguas raíces en la figura de la francesa Olympe de Gouges, dramaturga y activista política, que en 1791 fue autora de la "Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana”, en clara contrapartida a los "Derechos del Hombre y el Ciudadano". El artículo 10 de su declaración establece que “la mujer tiene el derecho de subir al cadalso; debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna”, significando con ello que si la mujer tiene el derecho a ser ejecutada, también debería tener el derecho a hablar.
En el siglo XX el tema de género adquiere mayor visibilidad en tanto es tomado por organismos y procesos internacionales, siendo instrumental la Plataforma de Acción de la IV Conferencia Mundial de las Mujeres de Beijing, en 1995, que aboga por la participación plena de la mujer en el ejercicio del poder en la esfera pública.
Desde entonces, progresivamente, documentos, conferencias y procesos internacionales han ido reconociendo formalmente el derecho de la mujer a participar de manera igualitaria con el hombre en los ámbitos de poder y toma de decisiones. Sin embargo, ese reconocimiento formal no se acompasa con los datos de las estadísticas, que revelan una subrepresentación de la mujer con respecto al hombre en los espacios decisorios.
En otros ámbitos, y especialmente en países del sur, las luchas sociales ante la imposición de modelos productivos que implican la destrucción de bienes comunales como el agua, la tierra, el territorio, la soberanía y hasta la propia cultura, han encontrado a las mujeres a la par de los hombres, y en ocasiones en la vanguardia. Esas mujeres que comienzan a librar batallas generalmente no para sí sino en función de los hijos, la familia, la comunidad, crecen en el camino, adquieren protagonismo, se empoderan y terminan transitando el cambio individual y la acción colectiva propia, que deviene en acción política pues intenta incidir en las decisiones públicas.
Son avances construidos sobre el dolor, el coraje y la esperanza de muchas vidas anónimas de mujeres como las del manglar de Ecuador en defensa de su soberanía alimentaria ante el avance destructivo de las granjas camaroneras; las campesinas del MST de Brasil defendiendo la producción campesina, desplazada por las plantaciones industriales de eucaliptos; las mujeres de Idheze, en Nigeria, que cerraron instalaciones petroleras de la empresa Nigeria Agip Oil Company, cansadas de que ni siquiera indemnizaran a la comunidad por la contaminación sufrida durante años; las mujeres del histórico Movimiento Chipko, en el Himalaya de la India, abrazadas a los árboles de sus bosques para defenderlos de los madereros. Mujeres que resisten el avance de los monocultivos de árboles, mujeres contra la minería, contra las represas, contra el petróleo. Contra la destrucción, porque luchan por la vida.
Y esas conciencias engendran otras conciencias, que son escalones para salir ya sea de la invisibilidad o de la opresión lisa y llana. La mujer ya no quiere ser mediatizada por el hombre. Un colectivo de mujeres Mapuche denuncia “La invisibilidad, negación y exclusión del Estado chileno hacia las mujeres mapuche, que no cuenta con programas que involucren la situación ni nuestro modo de vida”. Pero a su vez reacciona y acusa que eso “también se traslada a gran parte del mismo Movimiento Mapuche”. Habla de la “invisibilidad” de las mujeres mapuche a pesar de que han estado “a la par con los hombres, gestando el movimiento, luchando por la consecución de los derechos como integrantes de la sociedad y sobre todo como mujeres”. (1)
Las Mapuche son claras y enérgicas en sus reclamos: “La reivindicación por los derechos, la justicia, la equidad y el respeto que se exige empieza por casa. Se habla de reconstruir la ‘patria’ Mapuche y ¿quién dice que debe ser patria, que significa lo que es del pater/padre? El seno de nuestra existencia es la Mapu Ñuke, la madre tierra, nuestra MATRIA”.
Al igual que sus hermanas Mapuche, mujeres de todo el mundo incorporan sus reivindicaciones propias a las luchas colectivas y se pronuncian cada vez con mayor fuerza, haciéndose dueñas de su lugar en el mundo, de sus vidas.
Raquel Núñez
World Rainforest Movement
(1) “La matria mapuche”, http://www.mapuche-nation.org/espanol/html/articulos/art-77.htm