En un intento por construir o recrear una visión holística de la salud en tanto situación de equilibrio de la cual pueda fluir la alegría de vivir, quizás sea oportuno reflexionar sobre formas de vivir diferentes, muy diferentes de la supuestamente avanzada vida occidental moderna: por ejemplo, la de la sociedad cazadora-recolectora.
La sociedad cazadora-recolectora consume menos energía por año y por persona que cualquier otro grupo de seres humanos. Sin embargo, si nos detenemos a examinarla, la sociedad opulenta original no era otra que la cazadora, en la que todos los deseos materiales de las personas se satisfacían fácilmente.
Existen dos caminos posibles hacia la opulencia: los deseos pueden “satisfacerse fácilmente” produciendo mucho o deseando poco.
La concepción que nos es familiar, basada en el concepto de economías de mercado, establece que los deseos de los seres humanos son enormes, por no decir infinitos, en tanto sus medios son limitados, aunque puede mejorárselos. Así, el desfasaje entre medios y fines puede reducirse mediante la productividad industrial, por lo menos hasta el punto en que los “bienes urgentes” abunden. Pero hay también un camino hacia la opulencia que establece que los deseos materiales de los seres humanos son finitos y escasos y los medios técnicos permanecen incambiados, aunque en general son adecuados. Al adoptar esta estrategia un pueblo puede disfrutar de una abundancia material sin igual, con un “nivel de vida” bajo desde el punto de vista occidental.
Tradicionalmente se considera que la situación de la sociedad cazadora es deprimente. Esta visión se remonta a la época en que Adam Smith escribía y probablemente también a una época anterior a cualquier escritura. Quizás se trate de uno de los primeros prejuicios neolíticos. Pero la mala opinión actual sobre la economía cazadora-recolectora no debe achacarse al etnocentrismo neolítico: la economía mercantil actual promueve las mismas conclusiones lúgubres sobre las condiciones de vida de la sociedad cazadora.
¿Es realmente paradójico afirmar que las economías cazadoras son opulentas, teniendo a la vista su absoluta falta de posesiones? Las sociedades capitalistas modernas, sin importar cuán ricas sean, se dedican a proponer la escasez. La insuficiencia de los medios económicos es el primer principio de los pueblos más ricos del mundo. Su sistema industrial-mercantil instituye la escasez, de una forma tal que no se compara a ninguna otra.
La escasez es la sentencia dictada por la economía capitalista. Y es precisamente desde esta posición que consideramos a la sociedad cazadora. Sin embargo la escasez no es una propiedad intrínseca de los medios técnicos. Es una relación entre los medios y los fines. Deberíamos considerar la posibilidad empírica de que la sociedad cazadora trabaja para su salud, un objetivo finito, y que el arco y la flecha son apropiados para ese fin.
Para la mayoría de las sociedades cazadoras, la opulencia sin abundancia no necesita discutirse mucho. Una pregunta más interesante es por qué se contentan con tan pocas posesiones, lo que para ellos es una política, una “cuestión de principios”, y no una desgracia. Pero ¿cuál es la razón de que las sociedades cazadoras tengan tan poco interés en los bienes materiales? ¿Será porque son esclavas de la búsqueda de alimentos, la cual “requiere la máxima cantidad de energía de una cantidad máxima de personas”, con lo que no disponen de tiempo ni fuerzas para procurarse otras comodidades? Por el contrario, según el testimonio de algunos etnógrafos la búsqueda de alimentos es tan afortunada que la mitad del tiempo la gente parece no saber qué hacer. Por otra parte, el movimiento es condición necesaria de ese éxito. En algunos casos hay más movimiento que en otros, pero siempre es suficiente para desvalorizar rápidamente las satisfacciones que brinda la propiedad. De los cazadores se dice, y con razón, que su riqueza es una carga. En sus condiciones de vida, los bienes pueden volverse “penosamente opresivos”.
La movilidad y la propiedad son una contradicción. Que la riqueza pronto se transforma en un obstáculo más que en algo bueno es obvio incluso para el forastero.
Los miembros de las sociedades cazadoras casi podríamos decir que son seres humanos “no económicos”. Por lo menos en lo que refiere a los bienes que no son de subsistencia, son el reverso de la caricatura clásica inmortalizada en la primera página de cualquier tratado sobre los Principios Generales de la Economía. Sus deseos son escasos y sus medios (en relación) abundantes. Por consiguiente están “comparativamente libres de presiones materiales”, no tienen “sentido de la posesión”, demuestran un “sentido de la propiedad no desarrollado”, son “completamente indiferentes a toda presión material” y manifiestan “falta de interés” en el desarrollo de sus herramientas tecnológicas.
Desde la perspectiva interna de la economía no parece acertado decir que las necesidades y los deseos son “restringidos” ni que la noción de riqueza es “limitada”. Tales expresiones implican de antemano un Ser Humano Económico y la lucha de las sociedades cazadoras contra lo peor de su propia naturaleza, que luego se somete finalmente gracias a un voto cultural de pobreza. Estas palabras implican la renuncia a una codicia que en realidad nunca existió, la supresión de deseos que jamás nacieron. Lo que ocurre no es que las sociedades cazadoras y recolectoras hayan reducido sus “impulsos” materialistas; simplemente, nunca hicieron de ellos una institución.
Puede argumentarse con seguridad que las sociedades cazadoras y recolectoras trabajan menos que nosotros. La búsqueda de alimentos, más que un trabajo forzado, es intermitente; se dispone de abundante tiempo libre y de más horas de sueño diurno por persona y por año que en cualquier otro tipo de sociedad.
Los pueblos más “primitivos” del mundo tienen pocas posesiones, pero no son pobres. La pobreza no significa una determinada cantidad escasa de bienes, ni es apenas una relación entre fines y medios: por sobre todo, es una relación entre las personas. La orientación económica de las sociedades cazadoras, libres de la obsesión del mercado por la escasez, tal vez se base con mayor coherencia en la abundancia que nuestras sociedades (occidentales).
Es muy posible que para tener una visión holística de la salud sea necesario explorar las bases mismas de nuestras sociedades, en busca no solamente de la salud sino de sociedades saludables. En este sentido, para muchos de quienes viven en las “opulentas” sociedades modernas, la libertad llana y simple respecto de toda necesidad puede ser un camino sensato hacia la salud.
Por Raquel Núñez, WRM, correo-e: raquelnu@wrm.org.uy. Basado en extractos y adaptaciones de: “The Original Affluent Society”, Marshall Sahlins, http://www.eco-action.org/dt/affluent.html