Hasta la década de 1950, los países eran solo eso: países. Durante la presidencia de Harry Truman en los Estados Unidos, los países fueron clasificados en “desarrollados” y “subdesarrollados”, según cuán cerca o cuán distante estuvieran del modelo estadounidense. Con posterioridad, el adjetivo negativo “subdesarrollado” fue reemplazado por el más positivo de “en desarrollo”. El hecho de que la mayoría de los países llamados “en desarrollo” estén ahora en una situación social, económica y ambiental peor de la que tenían cuando recibieron esa clasificación, no es siquiera objeto de demasiado debate.
Lo que es importante –para los países “desarrollados”- es mantener la ilusión de que los países “en desarrollo” PUEDEN llegar a ser similares a los países occidentales. Esa es también una de las ilusiones que las Instituciones Financieras Internacionales (IFIs) procuran mantener.
El objetivo no declarado de las IFIs, por supuesto, es diferente: asegurar que los recursos de los países “en desarrollo” continúen fluyendo hacia las naciones “desarrolladas” económicamente ricas, que en el proceso se enriquecen aún más –mientras los países “en desarrollo” se siguen empobreciendo. Lamentablemente, hasta ahora las IFIs han tenido gran éxito, tanto en lograr este objetivo, como en mantener la ilusión de un futuro al estilo occidental para el sur.
Las dos IFIs más conocidas son el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Cuentan con el apoyo de los bancos de desarrollo regionales: el Banco Africano de Desarrollo, el Banco Asiático de Desarrollo y el Banco Interamericano de Desarrollo, así como también el Banco Europeo de Inversiones y un gran número de Agencias de Crédito a las Exportaciones.
El financiamiento ofrecido por todas esas instituciones --que falsamente aducen ayudar a los países a “desarrollarse”-- ha provocado un empobrecimiento y una destrucción ambiental generalizada, a la vez que ha aumentado la deuda externa y la dependencia de los países del Sur. Esa dependencia es luego utilizada por las IFIs para imponer condiciones favorables --que claramente afectan la soberanía de los países-- a las inversiones del norte y a la apropiación de los recursos.
La huella de las IFIs es visible en la mayoría de los procesos que conducen a la deforestación. Tomemos el caso de la Amazonía. La deforestación fue posible en primer lugar por los préstamos de las IFIs destinados a la construcción de carreteras que penetraron en el bosque. A partir de ahí fue posible llevar a cabo actividades de madereo industrial, ganadería extensiva, agricultura en gran escala, minería y explotación petrolera, provocando una vasta destrucción forestal y violaciones de los derechos humanos. En la mayoría de los casos esas actividades pudieron llevarse a cabo por los préstamos de las IFIs. A pesar de la expoliación de sus recursos, los países amazónicos se endeudaron y los condicionamientos de las IFIs los forzaron a aumentar aún más la explotación de sus recursos para su exportación, a efectos de pagar los intereses de la deuda externa. Al mismo tiempo, los programas de ajuste estructural abrieron aún más el acceso de las empresas del norte a las riquezas de los países amazónicos. En la región tropical de África y Asia se identifica con facilidad la existencia de un modelo similar.
Aún hoy, cuando los ministros de finanzas de los siete países más ricos del mundo prometieron recientemente cancelar las deudas que los países más pobres deben al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional, están persiguiendo los mismos objetivos que antes. Esto queda patente en el párrafo 2 de la declaración de los ministros de finanzas (11 de junio de 2005), que dice que para estar en condiciones de ser beneficiados con la cancelación de la deuda, los países en desarrollo deben “… alentar el desarrollo del sector privado” y eliminar “impedimentos a la inversión privada, tanto nacional como extranjera”. Esto significa abrir las puertas aún más a las empresas transnacionales así como privatizar todo lo que pueda ser privatizado, incluidas las necesidades básicas de la gente (tales como agua, asistencia de la salud, seguridad social, educación), activos de propiedad del Estado de todo tipo e incluso la atmósfera (a través del comercio de carbono relacionado con el cambio climático).
Queda claro que lo que la gente y el ambiente necesitan es exactamente lo opuesto: entre otras cosas, impulsar el desarrollo de las comunidades, establecer impedimentos claros a la inversión privada destructiva, asegurar el libre acceso de tod@s al agua, la asistencia de la salud, la seguridad social, la educación. En la medida que las IFIs empujan en la dirección contraria, resulta claro que no son parte de la solución de los problemas del mundo sino un actor de primera línea en agravarlos. Son herramientas utilizadas por los poderosos en contra de aquéll@s a quienes han quitado poder. Sus financiamientos y condicionamientos dan lugar a actividades social y ambientalmente destructivas. Otro mundo es posible sin esas instituciones.
Movimiento Mundial por los Bosques – Amigos de la Tierra Internacional