Las plantaciones de palma aceitera en gran escala resultaron nefastas para muchos habitantes de Papúa-Nueva Guinea, en especial para las mujeres, que han sufrido cambios radicales en su vida, su trabajo, su seguridad y su salud (ver Boletín nº 120 del WRM).
El “desarrollo” prometido a las comunidades a cambio de sus tierras (agua corriente, electricidad, viviendas mejoradas) nunca llegó. Y los resultados en cuanto a ingresos son magros. Según una crónica de la activista Andrea Babon, un cultivador de palma aceitera declaró el año pasado que inicialmente le habían prometido un ingreso equivalente a unos 161 dólares estadounidenses por tonelada de frutos de palma aceitera que cosechara, pero el precio internacional del producto cayó y los cultivadores solo recibieron el equivalente a 40 dólares estadounidenses por tonelada.
Babon explicó que “los productores cosechan el fruto de la palma aceitera y la empresa lo recoge cada quincena”. A una familia entera, incluidos niños desde tan solo cinco años, le puede llevar dos días, trabajando de sol a sol, cosechar 1,7 toneladas de fruta. Por esa cantidad, el pago es de aproximadamente 85 dólares australianos (unos 68 dólares estadounidenses), menos los costos deducidos por la empresa por concepto de fertilizantes o de reembolso de préstamos, que pueden representar hasta 70 por ciento del pago. Es un trabajo muy duro y pesado, para obtener apenas unos 25,5 dólares por quincena”.
A la escasa remuneración de las mujeres se agrega el problema de la distribución de los ingresos dentro de la familia. Las mujeres obtienen solo una pequeña parte del dinero que ganan sus esposos, aunque hayan contribuido a la producción de los frutos. En general, ellas tienen menos control del dinero que los hombres porque las empresas tratan con éstos, que pueden cortar grandes racimos de los árboles y obtienen los empleos mejor remunerados.
Además, esta pérdida de la participación social de las mujeres ha significado un cambio radical en sociedades que solían ser matriarcales. Un informe de la Australian Conservation Foundation (ACF, Fundación Australiana por la Conservación) cita a una mujer dueña de tierras en la provincia de Nueva Irlanda, que declaró: “Nuestra sociedad es matriarcal [cuando las mujeres son las jefas de familia o de tribus]. Sin embargo, no se consulta a las mujeres. La tierra es nuestra, pero los hombres están tomando todas las decisiones. En otras partes del mundo la tierra es muy cara. Nosotros somos como vacas. Nos sacan la leche y se van. Es hora de que nos resistamos”.
También hay zonas que tienen un sistema de sucesión matrilineal. En Papúa Nueva Guinea esto significa que la tierra es transmitida de madre a hija, y no de padre a hijo. Aun cuando las mujeres sean las legítimas propietarias, como las empresas productoras de aceite de palma solo tratan con los hombres, son ellos los que firman el contrato de arrendamiento de la tierra, sin el consentimiento de las mujeres.
Dice un informe de ACF: “En la zona del gobierno local de Mosa, en la provincia de Nueva Bretaña Occidental, las mujeres padecen la peor parte de la pobreza. Dicen que se sienten ‘encajonadas’ cuando las reasientan en un bloque de palma aceitera, y ahora no tienen otra salida que seguir recogiendo los frutos. Ni siquiera pueden pagarse el viaje de vuelta a sus casas”. En esta zona, una plantación de palma aceitera de 4 hectáreas rinde un ingreso mensual de unas 1.800 kinas (en moneda de Papúa Nueva Guinea, equivalente a unos 630 dólares estadounidenses). Dado que este ingreso debe sustentar hasta a dos y tres generaciones de miembros de una familia, no alcanza para atender todas sus necesidades básicas. Con promesas de desarrollo se atrajo a la gente hacia la zona, y esto provocó una sobrepoblación de los bloques de plantación. Algunas familias ni siquiera pueden costearse elementos básicos como jabón y medicamentos, y se ven en dificultades para pagar los estudios y los uniformes de sus hijos”.
Cuando se convierten tierras agrícolas tradicionales en plantaciones de palma aceitera, el acceso de las mujeres a esas tierras se ve restringido. Esto implica que las mujeres son privadas de una fuente de alimentos para sus familias. Con menos tierras para huertos y agricultura de subsistencia, las familias pasan a depender de los alimentos que compran en las tiendas, que son más costosos.
La restricción del acceso a las tierras de cultivo también priva a las mujeres de los ingresos que pueden ganar mediante la venta de hortalizas en ferias locales, a las que en general controlan. Esto no solo limita su libertad sino también el ingreso familiar, dado que las mujeres tienden a invertir su dinero en el hogar más que los hombres.
Basada en esta idea, la Oil Palm Industry Corporation (OPIC) lanzó su proyecto Mama Lus Frut Scheme en Hoskins, Nueva Bretaña Occidental, en 1997. Se trata de un sistema que reduce la tarea de las mujeres a la recolección de los sobrantes. Según el informe de ACF, el proyecto “fue ideado originalmente porque quedaban demasiados frutos en el suelo y se desperdiciaban. Las mujeres recibían sus propias redes para la recolección y tenían su propio sistema de pago, llamado “mama card”. Se les pedía que recogieran los frutos sueltos y se los vendieran a la empresa. Este sistema fue promovido por los partidarios de las plantaciones de palma aceitera, incluso por la agencia australiana de ayuda para el desarrollo (AusAID), como una buena medida para ayudar a las mujeres de Papúa Nueva Guinea.
“La OPIC convenció a los hombres de las bondades del proyecto diciéndoles que si las mujeres tenían su propio ingreso, toda la familia se beneficiaría. Al principio, parecía una buena idea. Sin embargo, es posible que esto también haya estimulado a algunos hombres a dejar toda la responsabilidad del mantenimiento de la familia en manos de las mujeres, para poder gastar su propio salario en otras cosas”.
La vida puede ser muy dura para las mujeres que trabajan en las plantaciones de palma aceitera. Ignoradas, coartadas, tienen un trabajo agotador e ingresos magros, y están amenazadas por la violencia doméstica por parte de hombres sometidos a un trabajo duro y a la pérdida de sus formas de vida y los valores tradicionales.
Artículo basado en: “The Impact of Oil Palm on Women and Families”, Australian Conservation Foundation (ACF), enviado por Lee Tan, coordinador del Programa de Asia-Pacífico, Australian Conservation Foundation, e-mail: L.Tan@acfonline.org.au, http://www.acfonline.org.au/; “Papua New Guinea Case Study - Asian Development Bank Technical Assistance Loan to Papua New Guinea for Nucleus-Agro Enterprises”, Australian Conservation Foundation (ACF), Centre for Environmental Law and Community Rights (CELCOR/FoE PNG) y Friends of the Earth Australia (FoE Australia), escrito por Lee Tan y enviado por el autor, y "Anatomy of a Campaign", por Andrea Babon, http://www.acfonline.org.au/uploads/res_Habitat_AP_3.pdf