Paraguay: bosques y comunidades a merced de un modelo insustentable

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El Paraguay, un país eminentemente agrícola, se encuentra ante el falso dilema de elegir entre la tecnología o “continuar en el atraso”.

La tecnología aplicada a la agricultura en los últimos 40 años --a partir de la Revolución Verde, con su paquete de agrotóxicos y ahora transgénicos-- ha prometido superar los inconvenientes que atentan contra la producción agrícola y solucionar el hambre.

Ahora, ¿qué hay de malo con la tecnología a la que tanta gente se opone, o qué hay de malo con el "atraso" del cual otros cuantos se quejan? Históricamente, la agricultura se ha desarrollado por miles de años en huertas familiares, chacras y extensiones de tierra que no superaban las 10 hectáreas por familia. El incremento de la demanda externa de productos agrícolas ha incitado a grupos capaces de acceder a grandes créditos a aumentar el área de siembra con el fin de obtener mayores beneficios económicos.

Paraguay no ha escapado a esta tentación. De las 10 hectáreas de cultivos variados de las fincas familiares, pasamos a fincas en las que se planta 1000 hectáreas, o mayores superficies de tierra, con una sola especie. Esto ha causado que grandes bloques de bosque, cerrado e incluso humedales sean transformados en áreas de cultivo empresarial en nuestro país.

¿Ha solucionado este “progreso” el problema de la alimentación adecuada para la población del país? Hoy, los productos agrícolas de consumo se han vuelto escasos, caros e insalubres para el consumidor común. Las estadísticas de la FAO demuestran que los niveles de desnutrición y extrema pobreza han crecido abruptamente en los últimos 40 años y se han potenciado en los últimos 10 años.

Si los paquetes tecnológicos supuestamente aumentan y mejoran la calidad y cantidad de los productos, ¿por qué en realidad hay más hambre y pobreza? La respuesta es casi obvia: porque nos han mentido y nos han vendido la idea de que la tecnología solucionaría todos los problemas y traería grandes beneficios para todos. Es así que hemos contaminado nuestras fuentes de agua, talado nuestros bosques, degradado nuestros suelos; hemos expulsado a pueblos indígenas enteros de sus territorios, conservados por ellos durante miles de años, condenándolos a una vida miserable en las calles de nuestras ciudades; hemos expulsado también a miles de familias campesinas, que se suman continuamente a la gran masa de los refugiados ambientales; hemos asumido deudas que no podríamos pagar con el solo fin de usar lo "último" de los avances tecnológicos.

¿Estamos mejor que antes? La respuesta es indudablemente “no”. Hoy en el Paraguay, uno de cada dos habitantes es pobre y uno de cada cuatro compatriotas está por debajo de niveles de extrema pobreza, en especial en el campo. La mayoría de estos han vendido sus tierras cediendo a la tentación o la presión de los terratenientes, o han sido expulsados por los mismos con amenazas y con pulverizaciones de agrotóxicos. Otros, habiendo implementado en sus tierras el "avance tecnológico", se han dado cuenta que hoy sus tierras ya no producen; se han desertificado por la carga química y la mala práctica impuesta por dichos "avances" tecnológicos. La tecnología nos ha vuelto más pobres, más desnutridos, ha empobrecido nuestro ambiente y está comprometiendo seriamente nuestro futuro.

Sin embargo, el 80% de los productos que consumimos siguen proviniendo de pequeñas fincas familiares, en tanto que la producción de las grandes empresas agrícolas solo satisface la demanda de los mercados de países industrializados. Este modelo de producción se ha basado en la expulsión de comunidades, tanto indígenas como campesinas, de sus tierras de origen, que han perdido así su potencial de desarrollo sustentable heredado a lo largo de generaciones, han visto alterada y degradada su cultura, desarrollada en función de la conservación de su hábitat.

Al mismo tiempo, este modelo de producción a gran escala se ha basado en la deforestación para destinar las tierras a la explotación agrícola. De acuerdo con cifras oficiales (MAG/GTZ), en 1945 el país contaba con 8.805.000 hectáreas de bosques, que cubrían el 55% del territorio nacional. A fines de la década de los 60, los bosques se habían reducido a 7.042.000 hectáreas (44%). El proceso de deforestación se fue acelerando y en 1991 el área boscosa se había reducido a 2.403.000 hectáreas que apenas cubrían el 15% del país. Ese proceso de destrucción aún continúa y al día de hoy el área boscosa apenas alcanza el 7%.

Entonces, no se trata de enfrentar el dilema de adquirir tecnología o estar condenados al atraso, sino de plantear un modelo de gestión de los bienes naturales y de desarrollo sustentable de las comunidades, en el que se tengan en cuenta factores sociales, económicos, culturales, ambientales y, por sobre todo, donde prevalezca el bien común a través de la activa participación democrática de todos los sectores sociales.

Por: Robert Rolón, Programa Economía Solidaria, Sobrevivencia-Amigos de la Tierra Paraguay, correo electrónico: eco_nomia@sobrevivencia.org.py