Paraguay: los últimos Ayoreo en aislamiento voluntario

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Los Ayoreo viven en una zona de su territorio ancestral llamada Amotocodie. En nuestro mapa moderno, es una zona de bosque virgen extenso cuyo centro marca las coordenadas 21° 07´ S y 60° 08´ W, unos 50 Km. al sur del Cerro León. Pueden sumar unas 50 personas, subdivididos en varios grupos. Raras veces se acercan a un estanque de agua de alguna estancia para tomar agua, y puede ser que algún peón los vea de lejos. A veces, algún cazador blanco encuentra su huella en el monte, o aparecen huecos en los árboles donde sacaron miel. En 1998, un grupo de seis guerreros protagonizó un ataque de advertencia contra una estancia. El 3 de marzo de 2004, uno de los grupos, compuesto de 17 personas, entró en contacto con la sociedad envolvente y se asentó en la orilla de su hábitat ancestral. El Censo Indígena de Paraguay del año 2002 no los registra, porque no se los puede entrevistar, porque son invisibles.

Todos los demás integrantes de su pueblo, los Ayoreo del Chaco Boliviano y Paraguayo, ya fueron arrancados y sacados a la fuerza de los bosques de su inmenso hábitat por misioneros, a lo largo de los últimos 60 años; hoy sobreviven precariamente en los márgenes de la sociedad moderna, y lentamente se dan cuenta de que fueron engañados, que fueron despojados del monte con el cual convivían – y que el monte fue despojado de ellos. Los Ayoreo que aún continúan en el monte son de los últimos indígenas cazadores y recolectores del continente latinoamericano que no fueron contactados y que no buscan contacto con la sociedad moderna envolvente.

Son nómadas en su territorio ancestral: caminan de manera constante por las extensiones aún grandes de monte intocado. Su caminar se guía por el conocimiento íntimo que tienen de los lugares y ciclos de los frutos y recursos del Chaco. El recurso más determinante es el agua, abundante a veces y en ciertos lugares, y extremadamente escaso en otros y según la época. Otros recursos son la carne de animales: saben dónde hay tortugas, o chanchos del monte, o armadillos, o el oso bandera; saben dónde pueden encontrar frutos como el palmito. Dónde hay la miel. Durante la época de lluvias, cultivan al paso en lugares aptos para ello. El monte provee de todo. Un autocontrol sabio del crecimiento demográfico, junto con la migración constante, garantizan la continuidad de su mundo vivencial, previniendo el sobreuso, el desgaste y el agotamiento de sus recursos.

De esta manera, la naturaleza con la cual conviven no muestra signos de deterioro ambiental como consecuencia de su presencia. Más bien debemos reconocer lo contrario: al monte sin ellos le faltaría algo, algo que hace a su vitalidad y a la vigencia de lo que nosotros llamamos biodiversidad. Esto nos sugiere que en el fondo, no solo ellos, sino todos los seres humanos podemos haber tenido una función para los ecosistemas de la tierra, al igual como cada planta y cada animal la tiene. Y que la ausencia nuestra, el hecho que nos hayamos apartado de esta convivencia con el mundo, lo haya debilitado. Faltamos a nuestros ecosistemas. Que al final, los humanos no somos enemigos de la naturaleza y la tierra, sino somos necesarios…si es que cumplimos nuestra función.

Los Ayoreo del monte aún la cumplen. Sabemos, por las explicaciones de los grupos o las familias que fueron sacados o vinieron del monte a nuestra civilización moderna ya en nuestro tiempo actual, en 1986, 1999, 2004 – que la definen como una función de protección mutua: el monte nos protege, nosotros le protegemos al monte. El hombre como protector de la tierra.

Su manera de cultivar la tierra en la época de lluvias es muy expresiva de su relación con el monte y la naturaleza: con las primeras lluvias que caen, echan las semillas guardadas de zapallo, maíz, sandía, poroto, en claros arenosos naturales en medio del monte. Apenas preparan la tierra para ello. Luego siguen caminando y dejan que la naturaleza haga lo suyo. Vuelven para cosechar. Según su concepto, hay que intervenir lo menos posible en lo que hace la naturaleza; apenas se le da unos apoyos mínimos, apoyando para que haga mejor lo que de todas maneras hace.

No se entienden a sí mismos como los dueños del mundo, tal como lo pensamos ser nosotros, hombres modernos salidos de nuestros montes hace siglos o milenios. Según ellos, el mundo no está a libre disposición de los humanos para que hagan cualquier cosa. Por lo contrario, los Ayoreo, en lugar de situarse encima del mundo, se sienten apenas una parte del mismo; parte integrante y parte necesaria. Esto no se percibe solamente en su postura y actitud en la vida cotidiana. La mencionada relación con el mundo la expresa también su estructura social, de una manera profundamente espiritual: paralelamente a las relaciones sanguíneas de parentesco, cada Ayoreo, al nacer y con su apellido, pasa a pertenecer a uno de siete “clanes”; cada clan incluye una parte de todos los fenómenos que existen en el mundo. Un Ayoreo del clan de los Etacore, de esta manera, pasa a ser pariente por ejemplo de la víbora cascabel, de agua que cae en la tormenta, de la soga, del tiempo de sequía, del color rojo de la sangre, de la luna cuando se ve de día, del pájaro totitabia, etc. Todos los Ayoreo en su conjunto son parientes de todo lo que existe en el mundo, y cada cual, según su apellido, vive con el encargo de cuidar a sus “parientes” fenómenos del mundo de una manera muy particular.

Su convivencia con el mundo es comparable a la convivencia de una pareja en el mejor sentido: conscientes de la diversidad y su importancia, conscientes de la mutua interdependencia, sabiendo que uno sin el otro no podrá ser feliz, no tendrá futuro, no podrá vivir.

Esto es una parte de lo que los Ayoreo del monte, con su modo de ser cultural, espontáneo y natural, aportan al mundo actual de hoy: un modo diferente y diverso de ser, que no solo sostiene la integridad ambiental del monte del Chaco en el cual viven, sino que a la vez sostiene una conciencia y presencia diversa que sin ellos le faltaría al mundo de hoy.

Presumiblemente, no saben de su importancia para nosotros. Cuando nosotros finalmente los percibimos, comenzamos a captar el significado de su existencia, no solo para ellos mismos y para su hábitat medio ambiente, sino también para nosotros y nuestro futuro. Porque definitivamente sus posturas como las que nos comunica su modo de vivir, son las que deben inspirar nuestra búsqueda de formas nuevas de vida y convivialidad, si como humanidad queremos tener algún futuro.

Aunque no sepan tal vez de su importancia para la humanidad, con seguridad sienten el peso de la misma, a través de la soledad en el ejercicio de su función protectora del mundo. Lo pueden sentir en lo concreto y lo cotidiano, cuando maquinarias pesadas irrumpen en el silencio de su territorio para nuevos desmontes destinados a estancias ganaderas y nuevas entradas para sacar las maderas preciosas, y cuando sienten cómo la consistencia del mundo del cual son parte se erosiona y se debilita.

Les falta poder sentir que se sume a su fuerza la nuestra, que reasumamos nuestra tarea protectora de su mundo y del nuestro de todos.

Por: Benno Glauser, Iniciativa Amotocodie, correo electrónico:
coordina@iniciativa-amotocodie.org