Van más de tres años de resistencia popular frente al megaproyecto Minas Conga, en la región andina de Cajamarca, Perú. La política del actual gobierno para criminalizar y perseguir a los líderes y las lideresas no cesa. Tampoco la violencia por parte de la empresa contra los y las pobladoras que se niegan a otorgar sus tierras, como enseña el caso emblemático de Máxima Acuña y su familia. A finales de 2012, las rondas campesinas se organizaron para vigilar las lagunas acampando sobre una de las montañas que las rodeaban. Una de las organizaciones que aglutina y organiza el accionar de las guardianas es la “Central de Rondas Femeninas de Bambamarca”. Así se constituyeron en lo que hoy se conoce como “los guardianes de las lagunas”, un movimiento esperanzador.
Conga: lagunas versus minas
“No conocía las lagunas hasta que empezaron las marchas y tuvimos que venir a defenderlas. Los abuelos decían que estas zonas (refiriéndose a las lagunas de Celendín) eran sagradas, nadie podía entrar así no más, se hacían cultos y aquí venían los médicos tradicionales a recoger medicina. Los abuelos le llamaban Conga a este lugar”, comentaba una rondera joven (vigía campesina) de Cajamarca al ver las lagunas.
Van más de tres años de resistencia popular frente al megaproyecto Minas Conga, en la región andina de Cajamarca, Perú. El proyecto es propiedad de la empresa peruana Minera Yanacocha, asociado con Compañía de Minas Buenaventura, la empresa estadounidense Newmont Mining Corporation y la Corporación Financiera Internacional (IFC) del Banco Mundial. Yanacocha viene operando desde hace más de 20 años en Cajamarca y cuenta con varias denuncias por crímenes ecológicos, como lo ocurrido con un derrame de mercurio en la provincia de Choropampa en 2011. Minas Conga, una extensión de Yanacocha, abarcaría extensos territorios de las provincias de Bambamarca, Celendín y Cajamarca, zona de cuencas hidrográficas con bofedales, pantanos, humedales y lagunas donde nacen los ríos más importantes de la región. Esta área está formalmente protegida por la Ley General del Ambiente y la Ley de Recursos Hídricos por ser considerada ecosistema frágil.
En 2012, los pobladores afectados realizaron una gran marcha por el agua y por la vida que recorrió, como un gran río, varias regiones del país hasta llegar a la ciudad capital, Lima, trayendo consigo actuales demandas de justicia; no solo sociales sino también ecológicas. Nuevos rostros, nuevas voces y propuestas de cambio basadas en el potencial agropecuario de la región, la defensa de la biodiversidad y el agua, el territorio y la organización comunal. Meses después se desató un intenso conflicto que dejó cinco campesinos asesinados y decenas de heridos producto de la represión policial. Desde entonces, la política del actual gobierno para criminalizar y perseguir a los líderes y las lideresas no cesa. Tampoco la violencia por parte de la empresa contra los y las pobladoras que se niegan a otorgar sus tierras, como enseña el caso emblemático de Máxima Acuña y su familia.
A finales de 2012, las rondas campesinas - un sistema de auto-organización campesina para el resguardo de sus tierras y el orden comunitario - se organizaron para vigilar las lagunas acampando sobre una de las montañas que las rodeaban. Así se constituyeron en lo que hoy se conoce como “los guardianes de las lagunas”, un movimiento esperanzador.
Guardianas del agua y de la vida
Una gran parte de las comunidades afectadas por la minera se organizaron para cuidar las lagunas, símbolo del agua, y el agua símbolo de vida y de la actual hoy en contra del extractivismo en el Perú. Adultos, jóvenes, varones y mujeres hacían grupos que subían de manera alternada. Los varones vigilando, haciendo rondas. Las mujeres vigilando, cocinando y cuidando a los ronderos. Al bajar a sus zonas, comunidades o ciudades, su labor de guardianas continuaba. Una de las organizaciones que aglutina y organiza el accionar de las guardianas es la “Central de Rondas Femeninas de Bambamarca”, la cual fue creada hace más de 30 años, después de la efervescente movilización campesina que logró la reforma agraria en el país.
“Cuando era fuerte la resistencia nos levantábamos a las 3 de la mañana, nos íbamos a los caseríos a convocar para la marcha, más tarde íbamos a buscar alimentos donados en los mercados y en las tiendas solidarias. Una vez en las marchas hacíamos ollas comunes, a nadie le faltaba qué comer. Otras nos colocábamos en la primera fila de las marchas, cantando nuestras coplas nos enfrentábamos a la represión. No nos importó el cansancio, los golpes, muchas veces el grito de nuestros maridos o la incomprensión de la familia. Luchábamos por el agua que es la vida, por nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos” contaban las compañeras ronderas.
Mi territorio como cuerpo, mi cuerpo como territorio
Entre lo novedoso de este movimiento se encuentran las diferentes formas de concebir al territorio y esto gracias a la activa presencia de las mujeres en la resistencia. Una de las reflexiones que surgió de los espacios de diálogos entre mujeres, como los encuentros feministas o las escuelas políticas campesinas, fue que “A la tierra, nuestra madre, la violentan como nos violentan a nosotras. La quieren explotar como lo hacen con nuestra fuerza de trabajo, no la ven ni la reconocen, la invisibilizan como invisibilizan nuestros aportes y nuestras palabras. Es un mismo patrón de poder la que nos oprime, es que para la cosmovisión capitalista y eurocéntrica ambas somos naturaleza apropiable, explotable, controlable.” Por ello, la concepción de un territorio se equipara al cuerpo de las mujeres.
En los mapeos sobre las problemáticas originadas por el extractivismo, hallábamos que en cada zona donde se ubica algún proyecto extractivo los casos de violencia contra la mujeres que van desde la trata hasta la explotación laboral eran mayores y se reforzaban. “El camino de los minerales como del petróleo también es la ruta de la trata de mujeres”, se concluía. Entre estas violencias también se encuentran las ejercidas por el Estado, como con la criminalización de lideresas. Asimismo, la propagación de programas sociales para asistir a las familias empobrecidas que junto con la ausencia de los varones en la familia, por ser contratados en las minas, generan una gran carga de trabajo de cuidado a las mujeres, condicionando su participación política y social.
Desde la voz de las mujeres indígenas y migrantes en ciudades se viene recuperando la dimensión espiritual, el enfoque holístico e interconectado de los territorios. La naturaleza cobra otro significado, nos reconciliamos con ella y nos asumimos parte de ella. Pero no es una naturaleza pasiva ni opresiva sino más bien soberana y libre, como son los pueblos y los cuerpos que la habitan. Cuerpos como la de las mujeres con memoria e identidad, interdependientes y profundamente autónomos, adscritos a un cuerpo común que es el territorio. Estos rasgos son pinceladas desde la mirada de las mujeres que conforman el horizonte multicolor del Buen Vivir. Todo ello energiza el cuestionamiento histórico del poder, llevando a muchas mujeres a levantarse, organizarse, crear otros conocimientos, otras éticas y prácticas transformadoras. La defensa del territorio como cuerpo y la defensa del cuerpo como territorio es una gran grieta para el sistema capitalista en su nueva fase de intensa expansión extractivista, así como para el patriarcado y la colonialidad, caras de un mismo poder.
Alternativas: mujeres tejiendo un Buen Vivir
Las rondas femeninas en Bambamarca se habían visto debilitadas en su organización hasta que empezó la resistencia. Mujeres de diversos caseríos y comunidades volvieron a juntarse, se reencontraron. Hoy se cuenta con más organizaciones de mujeres y con más mujeres en las organizaciones mixtas. De ahí que surgieron iniciativas de encuentros con mujeres de otras regiones en el país, como de Cusco, la comunidad de San José de Cañaris, El Valle del Tambo, Loreto, Piura, Pasco, entre otros. Todos estos son territorios donde el modelo económico, basado en la extracción ilimitada de los bienes comunes, está generando graves impactos ambientales, conflictos sociales, mayor empobrecimiento y violencia contra las mujeres. Así, en noviembre de 2014, en el marco de la preparación social para la Cumbre de los Pueblos frente al cambio climático que se llevó a cabo en Lima, más de 120 mujeres diversas de los territorios mencionados - campesinas, indígenas, asalariadas, estudiantes, artistas, educadoras, activistas - se encontraron para discutir sobre sus problemáticas, reforzar los lazos y las experiencias de construcción de alternativas de vida que existen. Porque las hay, no tenemos que inventarlas.
Entre estas experiencias de construcción se propusieron varias rutas. Frente al extractivismo, a sus tejidos coloniales, patriarcales y capitalistas, propusieron otro modo de vida con equidad, identidad, justicia social y ecológica, a lo que por ahora llaman “Buen Vivir”. Frente al acaparamiento de las tierras, su contaminación, el empobrecimiento, la inseguridad alimentaria, el abandono del agro, la dependencia del petróleo y los minerales, entre otros, propusieron la economía solidaria, la soberanía energética y alimentaria, la diversificación productiva con consulta previa y planificación económica popular, la repotenciación de la agroecología, así como la defensa irrestricta de los bienes comunes y de los derechos de la madre tierra. Frente a la pérdida de identidad y de principios elementales para la convivencia como el respeto, el trabajo mancomunado, la complementariedad y reciprocidad, recuperar y poner en práctica los saberes ancestrales, y respetar los derechos humanos colectivos e individuales. Frente a la violencia contra los cuerpos de las mujeres, propusieron una vida digna y sin violencia, vivir el cuerpo como territorio soberano así como el reconocimiento histórico del trabajo de cuidado, tanto en del hogar como de los ecosistemas, y el compartir justo de estas labores entre varones y mujeres, entre Estado y sociedad.
Finalmente se concluyó que los hilos que conforman el Buen Vivir como alternativa, provienen de todas las experiencias emancipadoras, las de antes y las de hoy. Por ello, es importante rescatar nuestra memoria de lucha y reforzar experiencias de convivencia democráticas comunitarias en cualquier espacio, como en las organizaciones y movimientos. Sin la solidaridad y sororidad entre los pueblos y entre las mujeres no hay otro camino posible.
Mar Daza, Programa de Democracia y Transformación Global – PDTG
mar@democraciaglobal.org