Los problemas que derivan de los impactos ambientales y sociales causados por las plantaciones industriales de árboles para madera y celulosa han sido bien documentados durante los últimos 20 años. Ahora, existen pruebas abundantes de que los beneficios financieros temporarios generados por las plantaciones industriales, que corresponderán sobre todo a los consumidores pudientes de sus productos artificialmente baratos, a los dueños de las plantaciones y a sus bancos, no compensan en absoluto los costos de sus efectos negativos para la sociedad y el medio ambiente, que son de larga duración o incluso permanentes.
Sin embargo, parece que este conocimiento no ha bastado para desalentar la inversión en más monocultivos industriales destructivos. En cambio, se ha producido una corrida para ampliar la superficie dedicada a dichas plantaciones, con el apoyo mal informado de algunos órganos de las Naciones Unidas, como la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura), el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) y, por supuesto, el Banco Mundial. Uno de los factores que han motivado esta actitud es la noción promovida por la CMNUCC (Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático), de que las plantaciones de árboles son eficaces para reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2), a pesar de que se trata de un cultivo temporario, pues los árboles serán talados y, tarde o temprano, producirán aún más emisiones de CO2 en forma continua.
Esta noción absurda también ha sido justificada por el “Mecanismo de Desarrollo Limpio” (MDL) del Protocolo de Kyoto, el cual aprobó el método de “forestación/reforestación” para permitir a las industrias contaminantes del Norte continuar emitiendo gases de efecto invernadero mientras destruyen la biodiversidad, los recursos hídricos y las economías de subsistencia de los países empobrecidos del Sur. Lo que vuelve aún más insensata esta parte del MDL es que las plantaciones de árboles exóticos invasores que se están estableciendo en praderas en buen estado degradan enormemente el medio ambiente y, de hecho, provocan la liberación de CO2 y metano en la atmósfera. Esto se agrega a los problemas derivados del desplazamiento de comunidades que practican la agricultura sustentable a pequeña escala, del consumo excesivo de agua que hacen los árboles de las plantaciones, de la desaparición del mantillo y de la pérdida definitiva de la fertilidad del suelo que causan los monocultivos de árboles.
Sin embargo, el razonamiento codicioso y tortuoso que se ha utilizado para legitimar este sistema también ha sido empleado para hallar nuevas maneras de apoyar y perpetuar el consumo despilfarrador de energía de los llamados países desarrollados. Esta nueva solución falsa del cambio climático suele ser presentada como “energía renovable” de biomasa, ya sea en forma de combustible líquido, como el aceite de soja o de colza, o de etanol a base de caña de azúcar o de remolacha azucarera, a los que se llama “agrocombustibles”. Un aspecto preocupante de este enfoque es que, si bien la intención parece buena, en realidad su objetivo es mantener un nivel de consumo derrochador, reemplazando simplemente los combustibles fósiles por combustibles derivados de la biomasa. De este modo, en el marco de la mayor estafa del siglo XXI, la llamada “economía verde”, dichas plantaciones autorizan a los países que más han dañado los ecosistemas y el clima mundial a seguir saqueando los recursos de las naciones del Sur.
Los países africanos son especialmente vulnerables a ese ataque; allí, el acaparamiento de tierras y recursos es cada vez más frecuente. Grandes extensiones están siendo destinadas a cultivos para producción de etanol, especialmente a partir de caña de azúcar, mientras se planea establecer enormes plantaciones de árboles para producir chips de madera que serán quemados en las centrales eléctricas de Europa y el Reino Unido, en reemplazo del carbón. Si bien el descubrimiento de grandes yacimientos de gas y petróleo contribuirá a alimentar al monstruo energético mundial, es muy poco probable que las ávidas fuerzas coloniales antiguas y modernas dejen escapar las tierras, los minerales y el agua de África.
La estupidez de las plantaciones energéticas amenaza Sudáfrica
La mayor parte de los proyectos de energía a partir de biomasa que están siendo planeados o considerados en Sudáfrica apuntan a acrecentar el consumo total de energía, y no a reducir la producción y el consumo de combustibles fósiles. Hay incluso un proyecto desafortunado de consumir aún más combustibles fósiles utilizando el gas de esquisto obtenido por “fracturación”, y para el cual el gobierno sudafricano ya ha otorgado varios permisos de exploración.
Lo que más ha alentado los proyectos de utilización de biomasa para la producción de energía es una política gubernamental que obliga a usar una mezcla de biocombustible y, además, el deseo de varias industrias contaminantes de “maquillar de verde” su consumo excesivo de energía introduciendo algunas modificaciones simbólicas en las fuentes de energía de sus fábricas, por ejemplo mezclando algún desecho de madera con el carbón que queman. Esos patéticos esfuerzos también fueron inspirados por la idea ridícula de que una fábrica de celulosa contaminante puede obtener créditos de compensación de carbono del MDL realizando una reducción dudosa de emisiones en cierta etapa, mientras que el total de emisiones aumenta.
Sin embargo, la mayor amenaza para las comunidades rurales y el medio ambiente natural de Sudáfrica es la ambición de la industria azucarera de establecer nuevas plantaciones industriales en tierras comunitarias no transformadas, con el fin de producir el etanol necesario para cumplir con el objetivo gubernamental en cuanto a la mezcla de nafta y etanol. Esto destruirá cientos de miles de hectáreas de praderas naturales pertenecientes a las comunidades, y hará también que la agricultura tradicional sea desplazada por el cultivo extensivo de caña de azúcar y remolacha azucarera, basado en riego y aplicación de agroquímicos.
Dejando de lado el bombo propagandístico de la industria, la forma como esas actividades pueden contribuir verdaderamente a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, o incluso a atenuar el calentamiento global y el cambio climático, sigue siendo un completo misterio.
Por Wally Menne, Coalición Timberwatch, e-mail plantnet@iafrica.com,
www.timberwatch.org