El nombre Socfin ha sido sinónimo de violencia en varios países de África occidental y central, donde la empresa tiene plantaciones industriales de palma aceitera. Sierra Leona no es una excepción. En colaboración con Aminata Finda Massaquoi, periodista y coordinadora nacional de la red de defensa de las mujeres WORNAPI, el WRM lanza un podcast para resaltar los diferentes niveles de opresión que enfrentan las mujeres una vez que las plantaciones industriales invaden sus territorios.
Escucha el podcast en inglés aquí.
“Trabajan la tierra y por lo tanto deben tener libertad para usar y decidir sobre ella”
La palma aceitera es un cultivo tradicional para numerosas comunidades en Sierra Leona y en toda África occidental. Aminata Finda Massaquoi explica: “El aceite de palma es una parte vital de los alimentos que comemos todos los días. Tiene profundos beneficios culturales y es el pilar de nuestra economía tradicional, impulsada principalmente por mujeres rurales. Mientras que los hombres suelen cultivar y cosechar la fruta, las mujeres aportan la mayor parte del trabajo necesario para extraer el aceite. Eso les da mucho prestigio social y beneficios económicos”.
Aminata ha estado trabajando y defendiendo los derechos de las mujeres rurales durante largos años: “He escuchado sus reclamos y he visto las realidades de la mayoría de ellas en el terreno (...) Trabajan la tierra para producir alimentos y por lo tanto deben tener libertad para usar y decidir sobre la tierra", explica.
El Cacicazgo de Malen, en el distrito de Pujehun en el sur de Sierra Leona, es uno de los distritos productores de aceite de palma más grandes del país. Es una zona que fue gravemente afectada por la guerra civil transcurrida entre 1991 y 2002. Sin embargo, la importancia de este cultivo para las mujeres y la economía local corre peligro. ¿Por qué? Se trata de la multinacional Socfin, filial del Grupo Socfin con sede en Luxemburgo. La llegada de la empresa significó que los monocultivos industriales desplazaran la producción tradicional de aceite de palma a tierras marginales, dejando tras de sí un rastro de destrucción y devastación para las comunidades, y en particular para las mujeres y las niñas que viven en y alrededor de estas plantaciones.
Aminata nos recuerda cómo, cuando las empresas llegan a las comunidades, sus representantes se relacionan con los hombres y excluyen a las mujeres de las negociaciones. Aunque, como ella dice: “Al final, son las mujeres y sus hijos quienes más sufren. Además de perder las tierras de cultivo, las mujeres también pierden sus pequeñas plantaciones que les garantizan una fuente regular de ingresos”.
Con el objetivo de aprender de las mujeres más afectadas por la llegada de la empresa a esta zona, Aminata viajó al Cacicazgo de Malen. Ella cuenta cómo el paisaje biodiverso cambia radicalmente en esta zona, con hectáreas y hectáreas de palma aceitera a ambos lados del camino. En 10 años, los bosques y las tierras fértiles del Cacicazgo de Malen se han transformado en miles de hectáreas de monocultivos de palma aceitera.
Aminata explica que en 2011 Socfin firmó un contrato de arrendamiento de tierras por 50 años con el gobierno de Sierra Leona y la autoridad local, la cual entregó más de 18.000 hectáreas de tierra a la empresa, y eso es casi el 70 por ciento de la superficie total del Cazicazgo.
El acuerdo ha generado más de una década de violencia y división en el Cazicazgo de Malen, y los residentes locales dicen que no fueron consultados adecuadamente ni compensados por sus tierras. También denuncian que Socfin no ha cumplido sus promesas de construir escuelas, carreteras y hospitales ni ha otorgado becas.
Mamie Sannoh es la primera de las mujeres con las que Aminata habla. Originaria del pueblo de Jumbu Malen, una pequeña comunidad en la carretera principal que conduce al pueblo de Sahn Malen, Sannoh tiene cinco hijos y cinco nietos que cuidar. Arrendó su tierra a Socfin en 2011 y dice que, a cambio, solo recibió una pequeña cantidad de dinero. Mamie Sannoh dice: “Solíamos cultivar maníes y pimientos y procesar nuestro propio aceite de palma, pero ahora tenemos que comprar todas esas cosas. Cuando tenía mi tierra, obtenía frutos de palma de mi huerto, los procesaba, extraía el aceite de palma y lo vendía. Ahora no tenemos tierra, y no tenemos dinero”. Preocupada por la falta de comida para sus hijos, dice: “Ahora me arrepiento. Si todavía tuviera mi tierra podría cultivar muchas cosas y sobrevivir, pero ahora no puedo hacer eso. ¿Cómo voy a hacer para sobrevivir?”.
No todos en este Cacicazgo aceptaron arrendar sus tierras a Socfin, pero incluso esas familias se han visto perjudicadas. Aminata habló con Mariatu Kambo, de Jumbu Malen, en la sección Kemoh. Mariatu explica: “Aquí tengo una pequeña plantación de palma aceitera, pero no puedo trabajarla porque la empresa no lo permite. No puedo hacer nada. Puedo cosechar mis frutos de palma aceitera pero no puedo procesarlos. Apenas nos ven por aquí, los hombres de seguridad vienen y nos acusan de robar la fruta de palma de la empresa. Incluso conseguir aceite de palma para cocinar es difícil para nosotras ahora. No podemos hacer nada."
Desde la llegada de la empresa, las comunidades, y en especial las mujeres, han enfrentado incidentes violentos, criminalización y acoso. También surgió una fuerte resistencia, en su mayoría liderada por mujeres. Una resistencia que dice unánimemente: hay que devolver las tierras a quienes tradicionalmente las han cuidado.
Aminata también habló con Aminata Fabba, Vicepresidenta de la Asociación de Propietarios y Usuarios de Tierras de Malen (MALOA), quien dijo: “Somos como herramientas a merced de la empresa y del jefe supremo. El jefe supremo nos hace lo que la empresa quiere y todos ignoran nuestras preocupaciones”. Fabba dice que las mujeres de Malen quieren que se renegocie el acuerdo de tierras con Socfin... o que la gente recupere sus tierras.