Han pasado algunos días ya de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, convocada por el presidente boliviano Evo Morales. No obstante, en estas épocas de información pronta y descartable debemos hacer el esfuerzo para que la significación crucial de este encuentro no se tire a la chatarra informativa.
En su momento la noticia trascendió básicamente en función de los dichos del presidente indígena con respecto al contenido de hormonas femeninas de los pollos, dichos malinterpretados o quizás desacertados en su manera de expresarlo.
Más allá de eso, pocos medios estuvieron a la altura de un análisis serio de un evento que congregó a más de 30.000 personas. Representantes de comunidades campesinas e indígenas, grupos urbanos, ecologistas, funcionarios de gobierno, intelectuales, militantes se juntaron en Cochabamba – hace 10 años arena principal de la guerra por el agua - y construyeron una plataforma común de análisis del cambio climático.
El cambio climático, esta amenaza que se cierne sobre toda la humanidad y que en general transcurre mientras estamos distraídos/as. El cambio climático, sobre el que durante casi 20 años los gobiernos – en un proceso de las Naciones Unidas, la Convención sobre el Cambio Climático – han venido hablando, alejándose cada vez más de las soluciones reales y trabajando sobre las consecuencias del desastre, viendo cómo nos apañamos, cómo nos adaptamos. Y agudizando el problema.
Es que en estos tiempos en que los intereses empresariales avanzan apropiándose de todos los resquicios del planeta para el lucro (tierra, agua, petróleo, minerales, plantas, genes, etc.), el clima también pasó a ser negocio. Se inventaron falsas soluciones, soluciones “de mercado”. “Compensaciones”: el que emite muchos gases de efecto invernadero, causantes del cambio climático, paga para que otro en el sur no emita, y así “compensa” y no reduce sus emisiones.
Mucho dinero para algunas empresas. ¡Hasta un mercado financiero de carbono! Y así se ha seguido, dilatando la responsabilidad de parar las emisiones. Hasta que en diciembre, último plazo para que los países fijaran sus compromisos de reducción de emisiones, el proceso quedó al desnudo, mostrando que los poderosos no están dispuestos a nada. Unos pocos países, responsables históricos de la crisis, quisieron imponer una parodia de acuerdo a la que llamaron “Entendimiento de Copenhague”. Ninguna obligación y ninguna responsabilidad de quienes han contaminado. Ningún cambio. Y las peores perspectivas: un aumento de hasta 4ºC que significa la catástrofe.
Cochabamba fue la alternativa. Bolivia, que fue de los pocos países que dijeron NO a esa parodia de acuerdo, convocó a la Conferencia de los Pueblos. Y los pueblos acudieron, para decir las cosas por su nombre, para nombrarlas con otros nombres distintos a los de los documentos oficiales. Y fue así que se habló de la Madre Tierra y sus derechos, del “Vivir Bien”, de la Soberanía Alimentaria como el derecho de los pueblos a controlar sus propias semillas, tierras, agua y la producción de alimentos en armonía con la Madre Tierra para el acceso a alimentos suficientes, variados y nutritivos, de la deuda climática que generaron los países considerados desarrollados, de justicia restaurativa – es decir, no solo la compensación económica sino la restitución de la integridad a personas y comunidades de vida en la Tierra-, de un tribunal que juzgara los crímenes cometidos contra el clima.
Y los pueblos hablaron de la raíz del problema: las CAUSAS del cambio climático.
El Acuerdo de los Pueblos (http://cmpcc.org/2010/04/24/acuerdo-de-los-pueblos/#more-1757), resultado de un riquísimo trabajo participativo, intenso, plural y diverso de 17 grupos temáticos, dice que la causa del cambio climático es la crisis del sistema capitalista: “Confrontamos la crisis terminal del modelo civilizatorio patriarcal basado en el sometimiento y destrucción de seres humanos y naturaleza que se aceleró con la revolución industrial. El sistema capitalista nos ha impuesto una lógica de competencia, progreso y crecimiento ilimitado. Este régimen de producción y consumo busca la ganancia sin límites, separando al ser humano de la naturaleza, estableciendo una lógica de dominación sobre ésta, convirtiendo todo en mercancía: el agua, la tierra, el genoma humano, las culturas ancestrales, la biodiversidad, la justicia, la ética, los derechos de los pueblos, la muerte y la vida misma”.
Frente a esto el planteo es: “la recuperación, revalorización y fortalecimiento de los conocimientos, sabidurías y prácticas ancestrales de los Pueblos Indígenas, afirmados en la vivencia y propuesta de ‘Vivir Bien’, reconociendo a la Madre Tierra como un ser vivo, con el cual tenemos una relación indivisible, interdependiente, complementaria y espiritual.
El modelo que propugnamos no es de desarrollo destructivo ni ilimitado. Los países necesitan producir bienes y servicios para satisfacer las necesidades fundamentales de su población, pero de ninguna manera pueden continuar por este camino de desarrollo en el cual los países más ricos tienen una huella ecológica 5 veces más grande de lo que el planeta es capaz de soportar. En la actualidad ya se ha excedido en más de un 30% la capacidad del planeta para regenerarse. A este ritmo de sobreexplotación de nuestra Madre Tierra se necesitarían 2 planetas para el 2030.
En un sistema interdependiente del cual los seres humanos somos uno de sus componentes no es posible reconocer derechos solamente a la parte humana sin provocar un desequilibrio en todo el sistema. Para garantizar los derechos humanos y restablecer la armonía con la naturaleza es necesario reconocer y aplicar efectivamente los derechos de la Madre Tierra”.
Los contaminadores deben asumir su responsabilidad. El Acuerdo de los Pueblos exige a los países desarrollados que reduzcan en al menos 50% sus emisiones, y que lo hagan realmente, no mediante sistemas tramposos “que enmascaran el incumplimiento de las reducciones reales de emisiones de gases de efecto invernadero”, como los mercados de carbono o el novel mecanismo llamado REDD (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de bosques) que intenta incorporar a los bosques en el mercado de carbono.
En materia de bosques, el Acuerdo de los Pueblos es contundente cuando afirma que “La definición de bosque utilizada en las negociaciones de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, la cual incluye plantaciones, es inaceptable.Los monocultivos no son bosques. Por lo tanto, exigimos una definición para fines de negociación que reconozca los bosques nativos y la selva y la diversidad de los ecosistemas de la tierra”.
La agricultura del lucro, una agricultura industrial de y para los agronegocios, ha herido de muerte a la Madre Tierra y a sus hijos, porque no cumple con el derecho a la alimentación y es una de las causas principales del cambio climático. El Acuerdo la denuncia y condena sus herramientas tecnológicas, comerciales y políticas: los Tratados de Libre Comercio, los Derechos de Propiedad Intelectual sobre la vida, tecnologías riesgosas como los transgénicos, los agrocombustibles, la geoingeniería, la nanotecnología y similares que sirven como instrumentos de privatización y “no hacen más que profundizar la crisis climática e incrementar el hambre en el planeta”.
En Cochabamba estuvieron presentes también las contradicciones internas de un proceso de cambio difícil de llevar adelante en un marco de capitalismo salvaje. Diversas organizaciones convocadas por la federación indígena Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (CONAMAQ), conformaron de manera independiente y fuera del proceso de la Conferencia lo que llamaron la “Mesa Nº 18”, para denunciar los graves conflictos ambientales ocasionados por proyectos extractivos y megaproyectos de infraestructura en el marco de la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA), que atraviesan territorios indígenas y áreas protegidas frágiles. Como resultado de sus debates, la mesa planteó al Gobierno de Evo Morales la suspensión de toda actividad o proyectos extractivos que afectan a los pueblos indígenas del país.
A pesar de las contradicciones, Bolivia, desde su orgullo indígena recuperado, dio un primer paso trascendental para que los pueblos asuman protagonismo ante la crisis climática. Ese paso dejó huella. Nos toca al resto seguirla y profundizarla hasta convertirla en camino.
Por Raquel Núñez, WRM, correo electrónico: raquelnu@wrm.org.uy