La Sexta Conferencia de las Partes de la Convención sobre Cambio Climático finalmente terminó y poco parece haber logrado para comenzar a resolver el problema del calentamiento global. Esto no llega como ninguna sorpresa, dado que la mayoría de los delegados gubernamentales --salvo contadas excepciones-- se centraron más en tratar de lograr beneficios para sus países y empresas en el marco del comercio de carbono que en hallar reales soluciones al desastre climático que se avecina.
De hecho, la conferencia se pareció más a un mercado callejero que a una reunión de Naciones Unidas. Una nueva generación de corredores de bonos de carbono se hizo presente en grandes números, sumando sus voces a las más tradicionales “ONGs de negocios”, compuestas por empresas petroleras y otros grandes contaminantes de la atmósfera. El lobby de la industria nuclear también participó prominentemente en el evento, intentando vender su “energía limpia” como una solución al cambio climático.
Desafortunadamente, otros actores más respetables, incluyendo a algunas ONGs ambientalistas, también exponían sus mercaderías, intentando vender bosques y plantaciones como mecanismos para la “corta de emisiones” o como “sumideros de carbono”. Esta actitud generó algunas divisiones entre las ONGs y Organizaciones de Pueblos Indígenas y debilitó la posiciones de aquellos genuinamente interesados en hallar soluciones al cambio climático. También los gobiernos del Sur estuvieron divididos en torno a varios temas y en particular en lo referente al denominado Mecanismo de Desarrollo Limpio.
El ambiente era mucho más humano fuera del centro de conferencias. Una manifestación organizada por Amigos de la Tierra, por ejemplo, tuvo un éxito enorme. Personas de todo el mundo unieron sus fuerzas apilando bolsas de arena para formar un gigantesco dique frente al centro de conferencias. Aunque el dique fue concebido como un símbolo de la suba de las aguas que se producirá a consecuencia del calentamiento global, también pudo ser percibido como un dique para proteger al mundo de las decisiones --o de la falta de decisiones-- que estaban siendo adoptadas al interior del edificio.
Y ese fue precisamente el principal problema: la falta de voluntad política para comenzar a hacer lo que todos saben que se requiere hacer. O más bien, demasiada voluntad política de parte de las grandes empresas que dominan la política en los Estados Unidos, Canadá, Australia, Japón y otros países industrializados, contando con el apoyo de sus ejércitos de tecnócratas y dóciles funcionarios públicos. Es por ello que la declaración del Presidente francés Chirac criticando la marcha de las negociaciones se constituyó en una grata sorpresa. Entre otras cosas, afirmó que desde 1992 las Partes se habían retrasado demasiado en la adopción de acciones para combatir el cambio climático e hizo un llamado de atención contra ulteriores retrasos. Además, destacó el hecho de que los Estados Unidos producen un cuarto de todas las emisiones del mundo y que sus niveles de emisión per cápita son tres veces superiores a los de Francia. Invitó a los Estados Unidos a unirse a otras naciones industrializadas para el logro de una transición exitosa hacia una economía eficiente en materia de uso de los recursos energéticos. Señaló que los Estados Unidos tienen el deber de dar el ejemplo mediante el desarrollo de formas de consumo y producción más económicas en términos de recursos naturales.
Los delegados estadounidenses obviamente no se mostraron muy contentos respecto a lo que estaban escuchando y tampoco les gustó el apoyo de Chirac a un acuerdo efectivo y equitativo que deje abierta la posibilidad de su desarrollo posterior, un mecanismo independiente e imparcial en materia de cumplimiento, reducciones efectivas en las emisiones de los países del Norte y asistencia a los países más vulnerables al cambio climático, para que se puedan adaptar a sus consecuencias. Al señalar que cada país tiene la obligación de establecer estructuras que permitan reducir sus propias emisiones a un mínimo sobre una base sustentable, Chirac enfatizó que la implementación de proyectos para reducir emisiones en otros países no debería ser vista como un medio para evitar la adopción de medidas a nivel doméstico. Hizo un llamamiento para un enfoque prudente en el uso de sumideros de carbono para mitigar el cambio climático y sostuvo que el objetivo último debería ser la convergencia de las emisiones per cápita.
Sin embargo, el discurso de Chirac fue apenas un breve paréntesis en el marco de transacciones a puertas cerradas destinadas a impedir la adopción de todas las medidas por él planteadas. La corta de emisiones nunca estuvo verdaderamente en la mesa de negociación. Tampoco lo estuvo la eficiencia energética ni las energías renovables. Aún menos la equidad y la justicia. El lobby empresarial hizo bien su trabajo y las perspectivas de ingresos financieros a corto plazo para unas pocas élites nublaron el cerebro de muchos delegados de países del Sur, cuyos países y pueblos serán quienes más sufran por el cambio climático. La obtención de algunos dólares para proyectos de conservación de bosques y plantaciones, financiados por destacadas empresas contaminadoras, fue el objetivo de muchos, sin importar demasiado si tales proyectos serán o no efectivos para enlentecer el calentamiento global. Como consecuencia de tales ofertas de soborno, los Estados Unidos y Japón obtuvieron su ganancia, reflejada en el apoyo logrado hacia algunas de sus posiciones.
"¡Resuélvanlo!" (Work it out!) fue la consigna oficial de la Conferencia de La Haya. Una consigna simple pero elocuente para quienquiera que desee entender y hacer algo al respecto, pero aparentemente vacía de significado para la mayoría de los delegados presentes en La Haya. Las futuras generaciones enfrentadas a los impactos del cambio climático los recordará como quienes NO resolvieron nada.
(*) Las citas del discurso de Jacques Chirac fueron tomadas del Earth Negotiations Bulletin.