Sobre cómo la mal llamada ‘cooperación al desarrollo’ esconde y otorga legitimidad a una agenda de despojo y expansión capitalista. Sobre cómo esta ‘cooperación’ en realidad coopta la agenda política de los movimientos de base al priorizar discusiones, intereses y prácticas que son ajenas e impuestas desde fuera.
La vivencia que motivó este artículo ocurrió en la ciudad de Pisco, Perú, donde ocurrió un devastador terremoto que dejó a casi medio millón de personas gravemente afectadas. Esta provincia sin embrago ya ha vivenciado muchas intervenciones violentas a lo largo de su historia, desde las plantaciones impuestas durante la conquista española que demandaron trabajo esclavo, hasta el mega-puerto que hoy exporta minerales y gas que, en su mayoría, se extraen entre conflictos y despojos comunitarios en las montañas y selvas del país.
Un día, mientras hacía una visita a un grupo de mujeres organizadas en una comunidad afroperuana, llegó un camión del ejército, y en él la esposa del comandante asignado a la zona. Ella, desde el camión, tiró ropa donada a las personas que esperaban su paso.
Las compañeras lograron conseguir algunas ropas y zapatos de la donación. Doña Felicia, la presidenta de la comunidad, había ‘pescado’ unas pantis de ballet talla S y unos pequeños zapatos de taco. En el receso de la reunión, ella las estiraba, las miraba y, esbozando una sonrisa comentó: “Pensaba que quizás nos colaborarían con botas y ropa a nuestra medida. No es que sea malagradecida, pero estas pantis no me quedan y los zapatos de taco no servirán aquí en el campo”. Por último, dejó en un rincón las prendas y continuamos con nuestra reunión. Aquella escena me hizo reflexionar sobre muchos aspectos de la ayuda externa; sobre cuáles son los intereses verdaderos de la cooperación al desarrollo y si, finalmente, no es más que un intento de neocolonialismo en los territorios en disputa.
Un poco de historia
La cooperación al desarrollo surge como un nuevo escenario luego de la Segunda Guerra Mundial. En las décadas del 50’ y del 60’, la ayuda al desarrollo se institucionalizó y los países autodenominados desarrollados empezaron a colocarla como componente estable de su política externa. Paulatinamente el concepto de ayuda al desarrollo evolucionó a cooperación al desarrollo. A finales de los años 60’s, se vislumbró la crisis económica que nos acompañó hasta ahora y las declaraciones sobre la justicia y la necesidad de cooperación fueron parte de los principios que se enunciaron como regentes en las relaciones económicas mundiales.
En dichos años, se intentó radicalizar el concepto del derecho de los pueblos al desarrollo. Sin embargo, la cooperación al desarrollo continuó favoreciendo las políticas monetaristas y de libre mercado, con las que se incrementó la inequidad entre el Norte y el Sur.
Paradójicamente, desde la década de los 70’s el monto dirigido a las Organizaciones No Gubernamentales al Desarrollo (ONGDs) ha ido aumentando de manera significativa hasta la actualidad. Inicialmente, esto se hizo con la finalidad de canalizar ayudas directas a los territorios donde las ONGDs tenían cobertura y escapaban al control gubernamental de sus países (en muchos de los casos por gobiernos dictatoriales). Posteriormente, ya desde los 80’ al 2000, ayudaron a financiar proyectos que los estados no podían cubrir debido a las políticas neoliberales impuestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. En la actualidad, el financiamiento para América Latina y el Caribe se focaliza en territorios en disputa, es decir, en territorios donde se pretende iniciar o expandir operaciones industriales y/o su infraestructura asociada.
Donantes e intereses en juego
Las cooperaciones al desarrollo, a pesar de enunciar una ideología de respeto y no intervención en los territorios, fueron construyendo sus objetivos propios, condicionando –en los hechos– lo que se hace con su dinero en nuestros países. Asimismo, desde la década de los 60’s, algunos programas de cooperación comenzaron a incorporar estrategias y proyectos con un ‘enfoque de género’ con el supuesto propósito de eliminar la discriminación que sufren las mujeres y, desde mediados de los 90’s, se habla de buscar la eliminación de la desigualdad de género.
Sin embrago, a pesar de que esta incorporación fue en respuesta a los movimientos feministas y de mujeres de alrededor del mundo, la realidad ha mostrado que, en su mayoría, estos ‘enfoques de género’ terminaron legitimando intervenciones y operaciones industriales en territorios comunitarios. Frecuentemente, este ‘enfoque’ se añade a los documentos de proyectos para que la cooperación tenga legitimidad y aceptación. Incluso, en muchas ocasiones, la situación de vulnerabilidad extrema por la que atraviesan las mujeres es aprovechada para que estas acepten financiamientos o ayudas que no van acorde a sus luchas, creencias o necesidades reales.
Y entonces, ¿de dónde viene el dinero que usa la cooperación al desarrollo?
Como primera alternativa están las ONGDs de cooperación, con una amplia variedad de aportantes, entre ellos tenemos: iglesias, grupos laicos de solidaridad, partidos políticos, sindicatos, empresas, etc. Estos canalizan recursos de diversas fuentes: ayuda gubernamental, ayuda intergubernamental, colectas públicas, fondos propios.
Una segunda modalidad son las agencias de cooperación de los países del Norte. Estas agencias manejan como principal fuente de financiamiento fondos gubernamentales, los cuales obedecen a objetivos estratégicos, priorizados en cada Congreso o Parlamento según su propia política externa, y alineados a la Agenda de las Naciones Unidas, que tiene 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible a cumplir hasta el año 2030. Objetivos que dicho sea de paso también están alineados a los intereses del mercado libre, al capitalismo “verde” y a las políticas externas de los países del Norte.
Sin embargo, otra importante fuente de financiamiento para las agencias son los fondos del sector empresarial (banca, empresas contratistas, asociaciones público-privadas, fundaciones con fines de lucro o corporaciones). Los países del Norte están buscando involucrar cada vez más a empresas para que inviertan en territorios principalmente del Sur, de acuerdo a sus propias políticas e intereses. De esta manera, la cooperación en realidad actúa como una camisa de fuerza para fortalecer el statu quo del liberalismo globalizado.
Entonces, ¿por qué la cooperación al desarrollo no ayuda efectivamente en los temas que realmente interesan a las comunidades?
Cuando los intereses no coinciden
Pensemos en esto: doña Felicia quería unas buenas botas de jebe y unas medias gruesas para el campo, es decir, prendas que le sirvieran para su realidad. La ayuda recibida no respondió a una necesidad real.
Así, las actividades extractivas generalmente se anuncian como promotoras de desarrollo para las comunidades. Sin embargo, ignoran sistemáticamente las necesidades reales e incansables luchas de los pueblos para decir NO a las imposiciones y actividades extractivas depredadoras. Las prioridades y necesidades de las comunidades son otras, muy ajenas a aquellas establecidas en las políticas externas de los países donantes o de sus financistas empresariales.
De la misma manera, los programas y proyectos de cooperación destinados específicamente a las mujeres, casi nunca tienen en cuenta las necesidades e intereses reales de las mujeres, mucho menos los procesos, reflexiones y luchas de las mujeres en los lugares a donde llegan supuestamente a ayudar. Se podría decir que muchos de los programas de cooperación con ‘enfoque de género’ incluso terminan cooptando la agenda política de las mujeres al canalizar y priorizar discusiones, intereses y prácticas que son ajenas y que son impuestas desde fuera.
Los intereses claramente no coinciden. Mientras las Agencias de Cooperación (con financiamiento gubernamental y empresarial) están bastante interesadas en facilitar la continua intervención de proyectos a gran escala en los territorios y cuencas, las comunidades ponen la vida en la defensa de estos mismos territorios. Es necesario aclarar que el financiamiento viene condicionado. Los gobiernos donde las empresas operan, les otorgan impunidad y flexibilidad de las normas ambientales y laborales, causando más conflictos y despojos de los pueblos.
Doña Felicia sabe qué tiene que hacer
Luego de la reunión en la comunidad en Pisco, reflexioné con doña Felicia sobre lo sucedido. Poco a poco fuimos cayendo en la conclusión de que siempre ha sido igual. Mucha gente foránea cree tener la fórmula de la solución a los problemas de las comunidades, imponiendo sus medidas externas e interviniendo en sus vidas y costumbres con el pretexto de querer mejorarlas.
“Esta gente nunca sabe cuáles son nuestras necesidades”, me comentó decepcionada. “Siempre ha sido lo mismo,” continuó, “la gente de las ciudades y las autoridades creen que nosotros, por ser pobres, no sabemos qué necesitamos. Como sea, siempre volvemos a empezar con lo que tenemos”, me dijo ensimismada.
Y agregó: “Fíjese compañera, que nosotras, aquí en la comunidad, nos hemos organizado a raíz del terremoto, vamos reconstruyendo nuestras casas poco a poco; vamos superando nuestro dolor por la pérdida y sabemos que debemos continuar, así es el destino. Nuestra comunidad es muy unida, ya verá como dentro de poco volveremos a festejar la vida… Porque, ¿sabe?, es suficiente con tener agua pura, con tener nuestra chacra, a nuestros hijos sanos; es suficiente con nuestros brazos y piernas para trabajar. Nada más necesitamos”.
Efectivamente, doña Felicia tiene razón: nosotras y las comunidades no necesitamos de Agencias de Desarrollo que nos digan cuáles son nuestras prioridades, qué debemos defender y qué no, qué está bien y qué está mal, ni cuál es el límite entre el crecimiento económico y nuestro verdadero desarrollo.
La cooperación al desarrollo es, muchas veces, una loba con piel de oveja, ávida de ingresar a los territorios para devorarlos. Y es en este contexto que la protección de las defensoras y los defensores de la vida y los territorios es un asunto urgente, pues todos los días se las estigmatiza, criminaliza, hostiga, amenaza o mata con total impunidad. Como proféticamente han manifestado las ancestras del Abya Yala, este es “El Imperio de la Codicia”.
Nancy Fuentes León
Red Latinoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Sociales y Ambientales