En una reciente explosión de “entusiasmo ambiental” estimulado por generosos ofrecimientos financieros del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (conocido también como GEF por su sigla en inglés), el gobierno de Tailandia ha estado creando parques nacionales tan rápido como el Real Departamento de Bosques consigue ponerlos en el mapa. Hace diez años era difícil encontrar un parque en Tailandia y, puesto que los pocos que había eran “parques de papel” sin marcar, pocos tailandeses sabían que existían. Ahora hay 114 parques terrestres y 24 parques marinos en el mapa. Casi 25.000 kilómetros cuadrados, en su mayoría ocupados por tribus montañesas y pescadoras, han pasado a ser administrados por el departamento forestal en tanto zonas protegidas.
De las seis tribus que se encuentran en los exuberantes confines montañosos del lejano norte de Tailandia, la de los Karen es la más populosa. Khon Noi, matriarca de una remota aldea de montaña, vestida con las ropas sueltas de colores brillantes que la identifican, se acurruca frente al fuego de su hogar. Su aldea se compone de 65 familias que han vivido en el mismo extenso valle desde hace más de 200 años. Khon Noi masca hojas de betel y escupe el jugo rojo en el fuego mientras habla suavemente entre sus dientes renegridos. “El gobierno no tiene idea de quién soy yo”, dice. “Solamente saben el nombre de una sola persona del pueblo, el “jefe” que designaron para que nos represente en las negociaciones con el gobierno. Estuvieron aquí la semana pasada, con sus uniformes militares, para decirnos que ya no podemos practicar la agricultura rotativa en este valle. Si se enteraran de que alguien está hablando mal de ellos, regresarían para hacernos salir de aquí”.
“Un día aparecieron hombres uniformados como de la nada, mostrando sus armas”, recuerda Kohn Noi, “ diciéndonos que ahora vivíamos en un parque nacional. Eso fue lo primero que supimos. Nos confiscaron nuestras propias armas... no más caza, no más trampas para animales y no más ‘roza y quema’. Así llaman ellos a nuestra agricultura. Nosotros la llamamos rotación de cultivos y hace más de 200 años que venimos practicándola en este valle. Pronto nos veremos obligados a vender arroz para comprar las legumbres y hortalizas que ya no nos permiten plantar aquí. Podemos vivir sin la caza porque criamos pollos, cerdos y búfalos, pero la agricultura rotativa es nuestra forma de vida”.
En noviembre de 2004 se realizó el Congreso Mundial sobre la Conservación en Bangkok, al que concurrieron 6.000 conservacionistas. Tanto en esa conferencia como en todas partes, los grandes de la conservación han negado tener algo que ver con los desalojos; al mismo tiempo generan ríos de material propagandístico sobre su cariño por los pueblos indígenas y las estrechas relaciones que los unen con ellos. En los últimos años el apoyo financiero internacional a la conservación se ha extendido mucho más allá de los individuos y las fundaciones familiares que iniciaron el movimiento y ahora incluye fundaciones muy grandes como Ford, MacArthur y Gordon y Betty Moore, así como el Banco Mundial, su Fondo para el Medio Ambiente Mundial, gobiernos extranjeros, USAID, una cantidad de bancos bilaterales y multilaterales y empresas transnacionales. En la década de 1990 el movimiento internacional por la conservación recibió casi US$ 300 millones de USAID, que había llegado a considerarlo un aditamento vital a la prosperidad económica. Las cinco mayores organizaciones conservacionistas, entre las que se cuentan Conservation International (CI), The Nature Conservancy (TNC) y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), absorbieron más del 70% de ese desembolso. Las comunidades indígenas no recibieron nada. La Fundación Moore suscribió un singular compromiso a diez años por el que otorga casi US$ 280 millones, la mayor financiación relacionada con el medio ambiente de la historia, a una sola organización, Conservation International. Y en los últimos años todas las grandes ONG internacionales se han tornado cada vez más empresariales, tanto en su orientación como en su filiación. The Nature Conservancy puede jactarse ahora de tener casi 2.000 patrocinadores empresariales, en tanto Conservation International ha recibido cerca de US$ 9 millones de sus 250 “socios” empresariales.
Con ese tipo de incentivo financiero y político, además de filiales en casi todos los países del mundo, millones de miembros leales y presupuestos de nueve cifras, CI, WWF y TNC han iniciado una presión mundial de enorme expansión para aumentar la cantidad de las llamadas zonas protegidas: parques, reservas, refugios para la vida silvestre y corredores creados para preservar la diversidad biológica. En 1962 había cerca de 1.000 zonas protegidas en todo el mundo. Hoy son 108.000, y el número crece cada día. La superficie total de tierra, considerando el mundo entero, que hoy está bajo protección conservacionista se duplicó desde 1990, cuando la Comisión Mundial de Parques se fijó el objetivo de proteger el 10% de la superficie del planeta. El objetivo fue superado y hoy más del 12% de toda la tierra está “protegida”, es decir una superfice total de más de 2.800 millones de hectáreas.
Cada vez son más los conservacionistas que parecen preguntarse cómo es posible que, luego de haber separado una masa de tierra “protegida” del tamaño del África, la biodiversidad mundial siga disminuyendo. ¿Es posible que algo ande muy mal en este plan, sobre todo luego de que el Convenio sobre Diversidad Biológica documentó el insólito hecho de que en África, donde se han creado tantos parques y reservas naturales y donde las expulsiones de los indígenas alcanzan su grado máximo, el 90% de la biodiversidad se encuentra fuera de las zonas protegidas?
Las soluciones de mercado propuestas por grupos de interés, que tal vez se hayan aplicado con las mejores intenciones sociales y ambientales, han tenido los mismos lamentables resultados, apenas discernibles detrás de una densa cortina de humo de diestra promoción. En prácticamente todos los casos se hace entrar a los indígenas a la economía monetaria sin que tengan los medios de participar en ella plenamente. Ligados por contrato serán eternamente guardaparques (nunca guardianes), porteros, camareros, recolectores o, si consiguen aprender alguna lengua europea, guías ecoturísticos. En este modelo, la “conservación” cada vez se acerca más al “desarrollo”, mientras las comunidades nativas son asimiladas a los estratos más bajos de las culturas nacionales. No debería sorprender, entonces, que los pueblos tribales consideren a los conservacionistas como apenas otro colonizador más: una extensión de las mortíferas fuerzas de la hegemonía económica y cultural.
Si lo que queremos es preservar la biodiversidad en los rincones más alejados del planeta, lugares en muchos casos aún ocupados por indígenas que viven de forma ecológicamente sustentable, la historia nos demuestra que lo más tonto que podemos hacer es echarlos de allí.
Adaptado de “Conservation Refugees”, por Mark Dowie, The Orion Society, noviembre/diciembre de 2005, http://www.oriononline.org/pages/om/05-6om/Dowie.html