En Asia, como en muchas otras partes del mundo, las zonas boscosas han estado habitadas por sucesivas generaciones de comunidades indígenas para quienes el bosque adquirió una importancia central para su identidad sociocultural y su supervivencia como comunidad. Pero ahora, muchos de esos bosques son arrasados y sustituidos por plantaciones industriales de palma aceitera, en muchos casos ¡concedidos por el Estado con el argumento de que eran tierras vacías u ociosas!
La llegada de las plantaciones de palma aceitera en gran escala en general implica un cambio importante en la estructura social y económica de las comunidades del lugar. La pérdida de la tierra que antes proporcionaba parte del sustento obliga a salir a buscar empleo, que en el mejor de los casos puede encontrarse en la empresa plantadora. Pero no siempre es la población local la contratada; en ocasiones se aprovecha la mano de obra inmigrante, más vulnerable y por lo tanto más fácil de explotar con menores salarios y mayor carga de trabajo.
Dentro de ese contexto, las mujeres sufren una situación especialmente agravada. Como documenta el informe de la organización FPP (1), las mujeres que encuentran trabajo en las plantaciones tienden a cumplir tareas de fumigación con plaguicidas y fertilizantes tóxicos – como el paraquat – que las expone a serios riesgos de salud. Es bastante común que no estén informadas de los peligros de esos productos químicos, ni que se las provea de un adecuado equipo protector, ni que cuenten con la protección de reglamentaciones de seguridad.
La presión por asegurar la alimentación de la familia empuja a las mujeres, en otros casos, a emigrar en busca de trabajo y buscar otras fuentes de ingresos. Según el informe mencionado del FPP, en Camboya, Indonesia, PNG y Filipinas la prostitución está en alza, coincidente con un mayor número de casos de VIH/SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual entre las trabajadoras de las plantaciones de palma aceitera.
En Indonesia, el gobierno de Suharto, con el apoyo de dineros del Banco Mundial, introdujo en la década de 1980 el modelo de fincas núcleo. En este sistema, una empresa palmicultora no solamente obtiene del gobierno una concesión para establecer su plantación industrial sino que cuenta además con el suministro de plantaciones “satélites” (llamadas plasma) - fincas de 2 hectáreas de pequeños propietarios relacionados a un esquema de transmigración. En este esquema, los pequeños productores mantienen una relación de dependencia con respecto a la empresa, que ejerce sobre ellos una posición de poder al ser el único agente comprador de su cosecha (relación monopsónica). Para las mujeres la dependencia es doble, ya que quedan relegadas al marido o al padre, a quienes la empresa núcleo reconoce como sus interlocutores. Ellas, junto con los niños, suelen trabajar en las plantaciones de palma pero como meras ayudantes de los hombres, lo que implica que trabajan sin una remuneración, según revela una investigación de Sawit Watch y Women’s Solidarity for Human Rights (2)
El programa de transmigración, que desde la época de la colonización holandesa se impuso en Indonesia y ha implicado grandes desplazamientos de población, ha resultado muy útil al negocio de las plantaciones de palma aceitera y adoptó los principios de que el papel de la mujer es ser “pareja del marido”. La política discriminatoria de este programa ha marginado a las mujeres solteras o viudas, que carecen siquiera de la posibilidad de participar en el programa y acceder como titulares a una plantación “satélite” de palma aceitera.
Reducidas a la mera posición de esposas, las mujeres de las plantaciones de palma aceitera “satélites” trabajan en la tierra realizando múltiples tareas: al comienzo el desmalezamiento, luego el tratamiento de la plantación –en general la aplicación de fertilizante con rociador – y finalmente la cosecha, en la que generalmente se encargan de recoger las frutas caídas al suelo. Son trabajadoras, de manera indirecta y sin retribución, de la empresa dominante a la que la finca familiar suministra la palma.
Estas tareas se suman a las domésticas. Pero aún cuando las esposas de los pequeños propietarios de plantaciones de palma dentro del programa de transmigración en Indonesia trabajan a la par de los hombres, no tienen derecho a la tierra ni son reconocidas como propietarias.
La investigación de Sawit Watch y Women’s Solidarity for Human Rights revela que varias mujeres de las aldeas de Olumokunde y Kamba, en la provincia de Sulawesi Central, pasaron a trabajar en el vivero de palma aceitera de la compañía Jaya Abadi, filial del grupo palmícola PT. Astra. Algunas mujeres trabajan en régimen de contratación, pero otras lo hacen sin contrato. Las mujeres que trabajan contratadas suelen llevar a sus hijos para que las ayuden a terminar más rápido su trabajo. El horario de trabajo es de 7 u 8 horas, con una hora de descanso. Generalmente, la jornada para las mujeres comienza a las 4 de la madrugada, cuando se levantan para dejar pronta la comida para la familia. En 2010 el salario ascendía aproximadamente a 3,6 dólares (32.800 rupias indonesias) por día; en caso de trabajar todo el mes el ingreso mensual podría llegar a 86,5 dólares (786.800 rupias indonesias).
Las trabajadoras denunciaron que la empresa no les brindaba ni equipo protector ni herramientas adecuadas por lo que muchas veces debían llevar ellas mismas herramientas como machete, azada y balde. El informe brinda el testimonio de una de las mujeres trabajadoras del vivero, que dice:
“cuando empezamos a trabajar, la empresa no nos dio las herramientas adecuadas. Sólo nos dieron una tela para usarla en la cara. Recién en los últimos meses la empresa nos dio una máscara y otras herramientas”.
Esta última mejora en realidad fue el resultado del reclamo de las trabajadoras, expuestas a productos tóxicos como el Matadol, un insecticida del laboratorio Syngenta en cuya descripción se identifican posibles efectos corrosivos en los ojos y la piel, que puede ser letal si es inhalado, que puede causar irritación respiratoria y provocar reacciones alérgicas en la piel. También usan Decis, un insecticida del laboratorio Bayer definido como tóxico para peces, organismos acuáticos y abejas, y en cuya descripción se advierte que puede producir efectos crónicos en la salud humana, además de causar grave irritación ocular y que puede ser fatal si se absorbe a través de la piel o se inhala.
Según datos obtenidos de la clínica comunitaria de Olumokunde, muchas de las trabajadoras consultan por dolores de cintura, agarrotamiento, erupciones y alergias en general. Las trabajadoras denuncian que la empresa no brinda ningún tipo de tratamiento para los males que las aquejan como resultado del trabajo en el vivero.
Algunos testimonios recogidos por la investigación:
“Es peligroso trabajar en la empresa, hay una cantidad de enfermedades o problemas de salud. Tenemos que irnos de casa a las 4 de la mañana y volver recién en la tarde. Los niños quedan desatendidos”. “Trabajar en la plantación (de la empresa) es muy duro… Hay que soportar el calor y la lluvia. Aparte de la responsabilidad de la casa está el trabajo fuera de casa, desde la mañana hasta la tarde, y una vez en casa todavía quedan más cosas para hacer”.
Antes de la presencia de las plantaciones, gran parte de las mujeres de las aldeas trabajaban en los campos de arroz. Después de la cosecha tenían tiempo libre y solían realizar varias actividades sociales en días festivos, como el 17 de agosto, día de celebración de la Independencia. Las mujeres solían participar activamente en competencias deportivas y actividades artísticas comunitarias, como grupos vocales. Pero ahora, se quejan algunas mujeres, ya no hay casi tiempo libre para esas actividades. “La presencia de la plantación de palma aceitera está matando el arte de la comunidad, en especial para las mujeres. Prueba de eso es que las mujeres ya no participan en las competencias de las celebraciones del 17 de agosto”, revela ibu Lianaka mama Yosua.
La perspectiva de obtener un salario en el vivero o en la plantación industrial ha resultado un atractivo para muchas mujeres que desean complementar el ingreso familiar. La entrada a la economía monetaria ha provocado también un cambio en el estilo de consumo; se compra más y las compras a crédito introdujeron el endeudamiento, antes prácticamente inexistente, que a su vez las encadena al trabajo asalariado y a la empresa.
Sin duda que en Asia, el trabajo en las empresas de palma aceitera no ha mejorado la situación de las mujeres, como lo revelan distintas investigaciones: continúa y se acentúa la desigualdad de género, a la que se suma la explotación en el trabajo tanto en las plantaciones industriales como en los viveros.
Artículo basado en las investigaciones: (1) “Oil Palm Expansion in South East Asia: Trends and implications for local communities and indigenous peoples”, Forest Peoples Programme, Sawit Watch y otros, julio de 2011, https://www.forestpeoples.org/sites/fpp/files/publication/2011/11/oil-palm-expansion-southeast-asia-2011-low-res.pdf; (2) “The Oil Palm Plantation System Weakens the Position of Women”, Sawit Watch y Women’s Solidarity for Human Rights, 2010,http://wrm.org.uy/subjects/women/OilPalm_women_SW.pdf