Mucho se ha difundido la imagen del último árbol en una región seca del Africa, siendo cortado por un campesino pobre, responsable último de la destrucción ambiental. No obstante, esta imagen se basa más en propaganda que en evidencia empírica. Por un lado, los datos confiables sobre recursos ambientales claves en ese continente son escasos. Por otro, los estudios de carácter cuantitativo --por ejemplo los realizados para los bosques del Africa Occidental y en Kenia-- han demostrado que el supuesto de una sistemática destrucción ambiental es falso, y que los pequeños campesinos en realidad mejoran los recursos ambientales a través de inversiones en capital natural.
Los hogares rurales en el Sur utilizan una gran variedad de recursos ambientales. Su renovabilidad y ocurrencia espontánea, y el hecho de que con frecuencia son manejados mediante regímenes de tenencia comunitarios hace que el uso de estos recursos --incluyendo los productos obtenidos de la recolección y la caza en los bosques-- difiera de otras actividades económicas. Dado que el análisis económico convencional ignora estos aspectos, poco se sabe acerca del valor de estos productos en relación con el bienestar de estos hogares.
En Zimbabwe los hogares rurales se encuentran en Areas Comunales, sobre los peores suelos y con precipitaciones de tan sólo 650 mm al año. La población nativa fue relocalizada a la fuerza en estas áreas por parte del gobierno colonial y con la independencia las cosas no cambiaron demasiado. Por otra parte, sus ingresos en dinero son muy bajos, de modo que la economía convencional los incluye en la categoría de “pobres”.
A mediados de la década de 1990, William Cavendish realizó una investigación ("Empirical Regularities in the Poverty-Environment Relationship of Rural Households: Evidence from Zimbabwe", February 2000) en una típica comunidad rural de Zimbabwe --el distrito de Shindik-- y encontró que promedialmente cada familia obtenía más del 35% de sus ingresos a partir de productos gratuitamente disponibles en el bosque. Alrededor de las tres cuartas partes de sus ingresos proviene de una amplia gama de otros productos naturales. Se demostró que los hogares más pobres son más dependientes de los productos del bosque. Aún así, en términos absolutos, los hogares de mayores ingresos consumen más de estos productos. Mientras que los hombres se dedican más que nada a tareas de caza y corta de madera, las mujeres venden verdura y fruta recolectada en el bosque y recogen leña.
Los resultados de la referida investigación admiten diversas lecturas. En lo que respecta a los bosques, el estudio muestra cuán importantes son los denominados “productos forestales menores” o “no madereros” para las comunidades locales de bajos ingresos que habitan en un ambiente adverso. La visión forestal hegemónica, centrada exclusivamente en la producción de madera, ignora este aspecto. Por otra parte, la investigación demuestra que la idea de que los pobres son los responsables de la degradación de los bosques es no sólo falsa, sino también absurda, dado que la destrucción del bosque les significaría el fin de ingreso “oculto” pero esencial, que puede constituir la diferencia entre la vida y la muerte.
Artículo basado en información obtenida de: "Southern African forests - the poor people's safety net" por David Kaimowitz, 31/8/2000; Cavendish William, "Empirical Regularities in the Poverty-Environment Relationship of Rural Households: Evidence from Zimbabwe", February 2000;