Como "compensación" por posibles perturbaciones, el Banco Mundial, el gobierno holandés y el grupo internacional de conservación Tropenbos se unieron en 1999 para crear el gigantesco parque nacional Campo Ma'an. El objetivo declarado era proteger el bosque, mitigar la pobreza y permitir la investigación científica.
Pero un nuevo libro, "From Principles to Practice" (De los principios a la práctica), que documenta nueve esfuerzos de conservación importantes en seis países de Africa central, afirma que el proyecto de Campo Ma'an es un desastre que amenaza con destruir el patrimonio cultural y el conocimiento de los Bagyeli y empobrecer todavía más a ese pueblo.
Los Bagyeli, afirma el libro, actualmente tienen prohibido el ingreso a una zona de 2.000 kilómetros cuadrados de bosque que ha sido reservado para la investigación científica y tampoco pueden cazar ni extraer ningún tipo de producto en un área aun más extensa de 4.000 kilómetros cuadrados. Con menos animales para cazar y reducido su acceso a las plantas medicinales, muchos indígenas se han convertido en agricultores sedentarios, totalmente contra su voluntad.
El libro se basa en un estudio de dos años realizado por el Forest Peoples Programme (FPP), un grupo internacional de defensa de los derechos humanos, sobre varios de los proyectos de conservación más ambiciosos de Africa. No cabe duda que los Bagyeli han sido ignorados por los conservacionistas. "Resulta claro que ... la única preocupación ha sido el progreso científico, sin ninguna otra consideración. Sin duda es un noble objetivo, pero los pobladores que están pagando ahora el precio, especialmente los pigmeos, no son los beneficiarios de ese, 'grandioso' trabajo, afirma el libro.
Varios miles de miembros de la tribu Bambuti Ba'twa solían vivir en los bosques ecuatoriales bajos al oeste de la frontera ruandesa, en la República Democrática del Congo. En la década de 1970, sus tierras fueron designadas como reserva zoológica y de bosque, y posteriormente como parque nacional para proteger a los gorilas; como consecuencia, los pigmeos fueron desalojados en nombre de la conservación. Actualmente el parque está lleno de mineros que extraen la mena metálica de coltan, y los gorilas, al igual que los babuinos, los puercoespines, los jabalíes y los monos, son matados sistemáticamente.
"La vida era buena y saludable, pero nos hemos convertido en mendigos, ladrones y merodeadores," señaló un jefe Bambuti en el informe. "Esto nos ha sido impuesto por la creación del parque nacional".
La conservación, a cargo de los gobiernos o de grupos internacionales, ha empeorado en forma inconmensurable las vidas de los pueblos indígenas en toda Africa, firma el FPP. Sus investigadores locales han descubierto expulsiones forzadas, falta de conciencia o de respeto hacia los derechos de los pueblos indígenas, violaciones de los derechos humanos y destrucción progresiva de las formas de sustento en Kenya, Ruanda, Uganda, Sudáfrica, Camerún y Tanzania. "Se estima que hasta la fecha en Africa, aproximadamente un millón de kilómetros cuadrados de bosques, sabanas, pastizales y tierras de cultivo han sido redefinidos como áreas protegidas. Sin embargo, en la gran mayoría de los casos, se han negado los derechos de los pueblos indígenas a poseer, controlar y manejar esas áreas", señala Marcus Colchester, director del FPP. "Nadie sabe cuántas personas han sido desplazadas por estas áreas protegidas y se ha hecho poco para reducir el sufrimiento y la pobreza resultantes", afirma.
Colchester afirma que la conservación internacional, financiada por entidades mundiales como el Banco Mundial y la Unión Europea, y por donaciones de afiliados a los grupos de conservación, se mostrado renuente a aceptar que los pueblos indígenas tengan cualquier tipo de rol en la protección de la naturaleza. Los pueblos que viven en los bosques han sido tradicionalmente considerados como una amenaza para animales y vegetales, y han sido tratados en forma abominable, señala el investigador.
Y sin embargo nunca ha existido tanta protección a los pueblos de los bosques en todo el mundo como ahora. Se han logrado importantes avances en las leyes internacionales en cuanto a la definición de los derechos de los pueblos indígenas; la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), exhortó hace más de treinta años, a los gobiernos y entidades de conservación a respetar los derechos de los pueblos indígenas, y la comunidad conservacionista, dirigida por el WWF, ha elaborado principios y pautas para conciliar los derechos indígenas y las iniciativas científicas. Asimismo, acuerdos mundiales como el Convenio sobre Diversidad Biológica imponen ahora a los gobiernos la obligación de proteger a los pueblos indígenas.
Según señala el FPP, la realidad es que prácticamente ninguno de esos nuevos principios han llegado a ser aplicados en la práctica en Africa, Sudamérica o el sudeste asiático, donde los pueblos indígenas son permanentemente marginados. Los grupos de conservación, argumenta el FPP, a menudo se escudan tras la fuerte renuencia de los países a conceder derechos sobre la tierra, y existe una creciente desconfianza entre los grupos que trabajan por la protección de los bosques y los que trabajan para proteger a los pobladores locales.
"Los conservacionistas creen que su trabajo es proteger la naturaleza", señala Dorothy Jackson, coordinadora del programa Africa del FPP. "Existe un fuerte sentimiento de que la vida silvestre y la gente no son compatibles. Claro que reconocen el aspecto social de su trabajo, pero dicen que es injusto hacer recaer la responsabilidad sobre ellos. La propia legislación nacional a menudo ignora los derechos de los pueblos y los conservacionistas argumentan que es tarea del estado definir las áreas y proteger a los pueblos". Los conservacionistas, que tienden a tener dinero e influencia sobre los gobiernos, podrían presionar muchísimo más para proteger a los pobladores, afirma Jackson.
Uno de los ejemplos más preocupantes de Africa es el Parque Nacional de los Volcanes en Ruanda, donde el Diane Fossey Gorilla Fund, el programa International Gorilla Conservation y una organización gubernamental ruandesa trabajan con donaciones internacionales para realizar investigaciones científicas sobre los gorilas y promover el turismo ecológico.
El parque nacional, que fuera establecido en 1924, y que actualmente tiene apenas un tercio de su tamaño original, atrae a miles de turistas occidentales por año, todos ellos dispuestos a pagar 160 libras esterlinas (unos 200 dólares) para estar menos de una hora con los gorilas. En 1974, la tribu de pigmeos Ba'twa que habitaba la zona fue desalojada y se le prohibió cazar, cortar árboles, extraer piedras, introducir vegetales nuevos o amenazar de cualquier otra forma a los animales o al ecosistema.
La mayoría vive ahora en la miseria en los límites del parque, sin trabajo ni alimento, sin recibir nada de las ganancias que genera el turismo y sin ayuda de los grupos de conservación. "Sus poblados están cubiertos por desechos humanos", afirma Kalimba Zephyrin, autor del estudio de caso de Ruanda para el FPP. "No tienen platos, ni tenedores, ni camas. Una vivienda de 2 metros cuadrados puede llegar a alojar entre cinco y ocho personas, la mayoría de ellos niños y huérfanos, pobremente vestidos o incluso desnudos. Casi el 70% de los pobladores viven de la mendicidad y ni siquiera se les permite ingresar al parque donde solían cazar".
"Es mejor morir que vivir así", afirmó un jefe Ba'twa.
Después de la Cumbre de Río de 1992, muchos países se lanzaron a crear parques nacionales y áreas de conservación, en particular a medida que nuevos fondos internacionales estuvieron disponibles a través del Fondo para el Medio Ambiente Mundial del Banco Mundial (US$ 600 millones), y de la Unión Europea (UE). Camerún tiene como objetivo la conservación del 30% de todo su territorio nacional. Este compromiso es bienvenido por los conservacionistas preocupados por el madereo desenfrenado, pero la fiebre por proteger los árboles provoca gran temor a muchas comunidades.
A principios de los años 1990, la UE solicitó a la UICN su colaboración para crear una red regional de áreas protegidas en Africa central para promover la conservación. Esto llevó a la creación de la reserva de vida silvestre Dja, en tierras que habían sido hogar de la tribu nómade Baka en el sur de Camerún.
Cuando un equipo de investigadores de Camerún viajó el año pasado a la reserva, informaron la existencia de una profunda confusión en el bosque. Varios poblados Baka en el centro de la reserva habían sido desalojados, y los pobladores no sabían si podían o no ingresar en el bosque, ni si podían cazar. "De allí venimos. Es nuestro bosque", afirmó Nkoumto Emmanuel, habitante de uno de los poblados afectados. "Debemos entrar en el bosque a buscar frutos, enredaderas, carne de animales y otros productos, porque allí el bosque es muy rico".
Samuel Nguiffo, autor del estudio sobre la reserva de Dja, señaló: "El proyecto de conservación marcó el inicio de una ruptura de la forma de vida de los Baka. Algunos creyeron que todo tipo de caza estaba prohibida, otros dijeron que estaba prohibido el acceso a la reserva. Los pobladores se quejaron de que no fueron consultados y de que ni siquiera se les informó que su poblado estaba dentro de la reserva".
Nguiffo detectó una profunda desconfianza mutua entre los Baka y los conservacionistas. "La contradicción entre desarrollo y conservación -entre la visión que tiene el mundo de los proyectos de conservación y la que tienen los pueblos indígenas- es evidente, y parece muy poco probable que se resuelva a corto plazo, debido a la enorme brecha de incomprensión que los separa. Por un lado está el sueño de las organizaciones de conservación de preservar las especies, y por el otro el de las comunidades indígenas cuyas formas de vida están inextricablemente ligadas al bosque", señaló Nguiffo.
A veces, sin embargo, ninguno de los dos sueños se hace realidad. Cuando en 1955 el gobierno colonial británico obligó a los pastores Maasai de Tanzania a entregar las ricas tierras del Serengeti, se les prometió agua, tierras de pastoreo, servicios veterinarios, servicios de salud y mucho más si se trasladaban a las tierras altas vecinas, en particular al cráter Ngorongoro y a la reserva de bosque de las tierras altas de norte.
Las promesas nunca se cumplieron y la vida de los Maasai en la recientemente creada área de conservación de Ngorongoro, según un equipo de investigadores del FPP que visitó las comunidades en 2001, "está en ruinas". Los investigadores descubrieron que la mayor parte de los sistemas de suministro de agua del área de conservación habían dejado de funcionar o habían sido tomados por hoteles turísticos, que los Maasai no recibían ningún beneficio de las enormes sumas generadas por la vida silvestre y la conservación, y que se estaba generando una gran desconfianza entre los dos grupos.
Los investigadores también detectaron que la conservación de plantas y animales estaba en un estado lamentable. "La cantidad de especies silvestres se ha reducido drásticamente en comparación con la época previa a la fundación del área de conservación. La vegetación natural no está en buen estado. Sospechamos que esto es resultado de que los conservacionistas no están tomando en cuenta los métodos de conservación indígenas practicados por los Maasai."
Por John Vidal. "Ousted of Africa. The parks were created to protect the African wilderness. But the tribal peoples are paying a high price." The Guardian, 21 de agosto de 2003. "From Principles to Practice" ha sido publicado por el Forest Peoples Programme, correo electrónico: info@fppwrm.gn.apc.org