Los impactos sociales y ambientales de las plantaciones de monocultivos de eucaliptos han sido bien documentados en numerosos países. Sin embargo, en general se ha pasado por alto la dimensión de género, dejando así velados los impactos diferenciados que tienen sobre las mujeres. La siguiente trascripción de una investigación llevada a cabo en las plantaciones y la fábrica de celulosa de Aracruz Celulosa en Brasil resulta, por lo tanto, muy útil para aportar elementos aclaratorios sobre el tema y alentar a otros y otras a que profundicen en estos impactos ya bastante conocidos.
“Las mujeres indígenas, quilombolas y campesinas, que vivían junto a sus familias y comunidades en los lugares tomados por el cultivo del eucalipto, tenían su papel socioeconómico bien definido. De acuerdo con el relato del Sr. Antônio dos Santos, de la aldea de Pau Brasil, las mujeres indígenas tenían tareas específicas. Ellas producían algunos tipos de artesanías como tamices, por ejemplo, mientras que los hombres hacían vasijas y remos. Junto con los hombres, ellas trabajaban en la quinta, plantando y desmalezando, y también pescaban. Las mujeres quilombolas, por ejemplo, producían el bijú –un alimento típico de esa población– para alimentar a sus familias y también para comercializarlo y generar ingresos.
Con la llegada de las plantaciones de eucalipto, las mujeres, como los demás habitantes de la región, vivieron los cambios en la organización de su territorio y de su lugar en la comunidad; en lo que se producía y como se producía. Su papel socioeconómico dentro de la familia y de la comunidad sufrió alteraciones y varias de esas mujeres, después de perder sus tierras, se vieron obligadas a buscar otro espacio para vivir y trabajar. Emigraron con sus hijos y parientes a regiones urbanas, próximas al lugar donde vivían, como es el caso de muchas familias que se trasladaron a las ciudades de São Mateus y Aracruz. Otras se fueron a la región metropolitana del estado, engrosando las favelas y, para poder seguir atendiendo sus casas y sus familias, cambiaron las actividades rurales por las de empleada doméstica, limpiadora o lavandera de familias de clase media y de la burguesía urbana.
Las mujeres que hasta hoy resisten en el medio del eucalipto también siguen atendiendo sus casas y su familia, pero, al mismo tiempo, enfrentan más dificultades que antes. Por ejemplo, los ríos y arroyos que utilizaban para lavar la ropa, de los que se sacaba el agua para beber y en los que se pescaba están, en su mayoría contaminados. De esa forma, los miembros de la familia, inclusive las mujeres, son forzados a trasladarse para obtener agua potable. La Sra. Doralim Serafim dos Santos, quilombola, cuenta que ‘aquí nadie lava ropa en este arroyo, pues la ropa queda amarilla y empercudida, cuando yo era chica íbamos a “encandilar” peces al arroyo y el agua estaba limpita’.
Otro problema es la falta de bosque nativo, fuente de la materia prima necesaria para la fabricación de artesanías. Además, la contaminación del suelo por el uso de agrotóxicos en las plantaciones compromete la plantación de hierbas medicinales realizada por las mujeres. Las hierbas medicinales son muy utilizadas por las poblaciones tradicionales para prevenir y combatir enfermedades. La falta de tierra buena y suficiente complica también la articulación entre las tareas domésticas y la producción agrícola. Hoy, las mujeres tienen que recorrer largos trayectos para trabajar en plantaciones de terceros, en el cultivo del café y de la caña de azúcar, por ejemplo. Esas mujeres están más expuestas a accidentes de trabajo.
También hay que agregar que hoy, en el estado de Espírito Santo, el 26% de las familias, o sea, 800.000 hogares, tienen mujeres como jefes de familia. Eso significa que Espírito Santo es uno de los estados brasileños que cuenta, proporcionalmente, con el mayor número de hogares dirigidos por mujeres. Ese dato indica que el trabajo remunerado de las mujeres dejó de ser apenas una forma de aumento de la renta familiar y pasó a ser fundamental para su subsistencia y la de su familia.
Está también la experiencia de las mujeres indígenas que, con la pérdida de las condiciones de subsistencia buscaron formas alternativas de contribuir financieramente con la familia. Algunas se volvieron empleadas domésticas de los jefes de la empresa Aracruz. Sin embargo, en 1998, luego del proceso de autodemarcación de las tierras indígenas, fueron despedidas en represalia. Tuvieron que buscar otros tipos de trabajo fuera de las aldeas. No obstante, algunas tuvieron más suerte y consiguieron trabajo como educadoras y agentes de salud en las propias aldeas donde viven.
Todo ese esfuerzo de las mujeres en contribuir con la renta familiar ha generado cambios en su papel tradicional, lo que, de alguna forma, afecta a toda la comunidad. Por otro lado, a pesar de los perjuicios producidos por la acción de ese gran proyecto agroindustrial, el mismo busca siempre estar junto a esa población, promoviendo acciones de carácter asistencial. Una de las últimas actividades de que se tiene noticia es la promoción de cursos de enseñanza de oficios para esas mujeres, buscando capacitarlas como manicuras, pedicuras y camareras, profesiones extrañas para esa población.
Otra situación que merece ser destacada es la de un número reducido de mujeres de comunidades vecinas que trabajan dentro de la empresa Aracruz. No sorprende que por el año 1998, apenas el 6,8% de los empleados de la empresa fuese del sexo femenino, de acuerdo con datos de la época. Aún así, la mayor parte de las mujeres que trabajaba en Aracruz hacía limpiezas, trabajaba en el sector administrativo de la fábrica, o en el vivero y en la actividad de plantación de mudas, tal vez por creer que las mujeres son más aptas para este tipo de actividad que requiere un trabajo manual cuidadoso. Sin embargo, hoy, tal actividad ya está casi totalmente mecanizada. La mayoría de estos servicios ahora está tercerizada.
En el trabajo en el campo, las mujeres también han sufrido accidentes de trabajo como los hombres. Un ejemplo de accidente ocurrió el día 14 de julio de 1986, cuando una ex trabajadora de Aracruz Celulose descendió una ‘gruta’ con una caja de 30 mudas de eucalipto que pesaba 45 quilos. Se cayó y se fracturó la columna. Después de ser transferida a un servicio de limpieza de escritorios, fue despedida porque no podía pararse. Hoy, con 51 años de edad, ella no puede cargar una silla y precisa controlar el dolor en la columna con remedios. Nunca más consiguió otro empleo.
Muchas veces, sin embargo, las mujeres, invisibles, tuvieron que cuidar a sus maridos, enfermos y accidentados por el trabajo realizado en las plantaciones. La Sra. Doralina cuenta que ‘había días que él llegaba aquí con dolor en los ojos y casi no podía dormir de noche, y después quedó mal de la vista, no veía bien y ahí se hizo unos exámenes’. Hay inclusive mujeres viudas de ex trabajadores de la empresa Aracruz y de empresas tercerizadas que precisan mantener solas la casa, sin ninguna ayuda”.
Extraído de la investigación “Plantaciones de eucalipto y producción de celulosa. Promesas de empleo y destrucción del trabajo. El caso Aracruz Celulose en Brasil”, por Alacir De'Nadai, Winfridus Overbeek, Luiz Alberto Soares, encomendada por el Movimiento Mundial por los Bosques (WRM) y la Red Alerta Contra el Desierto Verde, mayo de 2005, http://www.wrm.org.uy/paises/Brasil/fase.html