La invasión de los territorios de pueblos locales por parte del proyecto agroindustrial de Aracruz Celulose S.A., implantado en las décadas de 1960 y 1970, en Espíritu Santo, causó enormes pérdidas materiales y simbólicas para los pueblos indígenas y quilombolas. Algunas son irrecuperables.
“Son mis primos. Cuando Aracruz llegó aquí y los expulsó ... ella llegó invadiendo. Cuando llegó, ellos tuvieron miedo y abandonaron sus tierras y se fueron. Llegó con un montón de tractor y pasó por arriba de sus pequeñas casas. Las casas era de paja y barro, donde ellos vivía. Entonces, están mis primos que tienen ganas de entrar a la aldea de nuevo”. (Maria Loureiro, aldea tupiniquin de Irajá).
La llegada de ese proyecto agroindustrial fue arrasadora para los pueblos locales: de 40 aldeas indígenas, hoy sólo quedan siete. Según la información de los quilombolas, de las 100 comunidades que existían en la región norte de Espíritu Santo, formadas por alrededor de 10.000 familias, quedan 1.200 familias, distribuidas en aproximadamente 37 comunidades rodeadas de eucaliptos y caña de azúcar para la producción de alcohol.
Una gran parte de esos pueblos se dispersó. Un grupo se refugió en los alrededores de su antiguo territorio, otros buscaron un lugar para vivir en las ciudades de la región metropolitana de Vitória (capital del Estado). La nueva conformación territorial interfirió drásticamente en la división sexual del trabajo y, como consecuencia, en los papeles sociales y familiares de hombres y mujeres. Indios y quilombolas debieron sufrir la dispersión de sus parientes. Las familias que lograron permanecer en su territorio se amontonaron en fragmentos de tierra.
Paradójicamente a la tristeza de la violencia y del genocidio que esos pueblos debieron soportar, se escribe una bellísima historia de resistencia en los últimos seis siglos. La prueba más evidente de esa resistencia es la presencia de indios y quilombolas en todas las regiones brasileñas.
Con componentes modernos y desarrollistas, la relación entre los pueblos tradicionales de Espíritu Santo y Aracruz Celulose S.A. reedita la historia colonial e impone pérdidas materiales y simbólicas irreparables a las comunidades indígenas y quilombolas.
En este nuevo contexto, hombres y mujeres viven impactos tanto comunes como diferenciados. Con la pérdida del territorio, las mujeres perdieron su espacio para plantar, criar animales domésticos y producir hierbas medicinales.
Y para nosotras, las mujeres, fue un impacto muy fuerte también. Nosotras tenemos ese sentimiento, ese sentimiento de pérdida de nuestras riqueza (Maria Loureiro, Comisión de Mujeres Indígenas Tupiniquins y Guaranís).
La substitución del bosque por la plantación de eucalipto provocó la pérdida de alimentos que antes provenían de los frutos, la pesca y la caza. El fin del bosque tropical originó, también, la extinción de ríos y arroyos, que eran lugares de encuentro para las mujeres y un espacio privilegiado de intercambio de los saberes femeninos.
Fue una gran dificultad para nosotras, porque vivíamos del... usábamos el río para pescar. Ahora, esa dificultad... el río se secó por el eucalipto, ¿verdad?. Y solo podemos culpar al eucalipto. Fue muy difícil para nosotras. Pero las mujeres siempre sufrimos con eso, con la falta de agua. Antes había agua canalizada pero no llegaba bien a nuestras casas y sufrimos mucho (Maridéia, aldea tupiniquin de Pau-Brasil)
Indios y quilombolas tuvieron que convivir con la contaminación ambiental debida a los agroquímicos usados por la industria del monocultivo.
Después, ellos empezaron a poner los remedios, como decía esta joven, empezaron a acabar con todo. Los remedios [agrotóxicos] mataban a los animales de caza, a los pájaros; el agua también se contaminaba, mataba peces, cangrejos como los que hay en Pau-Brasil. Allá hay un riachuelo que subía hacia Barra do Sahy. Entonces, aquel río se acabó. Los peces también se acabaron, a causa del veneno que ellos fueron poniendo, fueron acabando con nuestros peces, nuestros cangrejos. No hay más nada allá en el manglar. Puede ir para allá a mirar que no va a ver nada, cangrejo, juey azul, todo eso era nuestro alimento, lo que nos alimentaba. No nos faltaba nada, alimentábamos a nuestros hijos (Rosa, aldea tupiniquin de Pau-Brasil)
La desaparición del bosque también provocó el fin de la materia prima usada en la fabricación de los utensilios y de las artesanías que, en el caso de los indios, es una actividad desarrollada principalmente por mujeres.
La pérdida de la biodiversidad significó la pérdida de una gran cantidad de medicamentos derivados de plantas, raices y animales del bosque; vetó a las mujeres indígenas guaraníes, que antes usaban hierbas para estimular y reducir la fertilidad, su derecho a la planificación familiar, haciéndolas rehenes de anticonceptivos y ligadura de trompas. Indios y quilombolas tampoco encuentran más las lianas, los árboles y las grasas de animales que usaban en la práctica de su medicina.
Sin los ecosistemas que aseguraban la reproducción del modo de vida de esos pueblos tradicionales, el papel masculino, dentro de la familia y de la comunidad/ aldea, fue minado. Grandes cazadores, agricultores y pescadores se vieron obligados a vender su fuerza de trabajo a las empresas subcontratadas por Aracruz Celulose, y en el caso de los quilombolas, también a las empresas productoras de alcohol, como Disa- Destilaria Itaúnas S.A.. Sin embargo, la mayoría se vio desempleada ya que la política de las empresas es no contratar mano de obra indígena y quilombola, con la finalidad de forzar, cada vez más, la salida de los que permanecieron en la región. La fragilización del papel masculino expuso a las mujeres a convivir con el alcoholismo de sus compañeros y con la violencia doméstica.
[...] Entonces, arruinó parte de nuestra vida, nuestra libertad y nuestra cultura, de nuestro cotidiano, de nuestra salud. Esa venida de las grandes empresas hacia acá arruinó todo, nos sacó un pedazo de nosotros mismos, es como un pedazo, como si tuviéramos una parte viva y otra muerta, como si fuéramos vivos-muertos, ¿entiende?. Debido a las grandes empresas, que después entraron acá. Éramos felices, ahora no, vivimos infelices con esta vida, necesitamos pelear por lo que es nuestro, por nuestros territorio, por lo que ellos nos arrancaron, y con eso se nos fue todo, todo lo que era nuestro, entonces nos queda protestar, ¿verdad?, de parte de todos, de toda la comunidad. (Eni, de la Comunidad quilombola de São Domingos).
Algunas mujeres indígenas, portadoras de un rico conocimiento de la fauna y la flora, fueron convertidas en empleadas domésticas, jornaleras, niñeras y cocineras de los funcionarios de Aracruz Celulose. La obligatoriedad de desempeñar nuevas tareas afectó el ejercicio de la maternidad, obligándolas a dejar de amamantar a sus hijos a edad más temprana y a dejarlos, aún bebés, para cuidar a los hijos de las mujeres de la ciudad.
Frente a las transformaciones que vivieron, esos pueblos construyeron alianzas con movimientos y ONGs solidarios con su lucha. Hoy, se articulan en red, buscando, cada vez más, aumentar su capacidad de resistencia.
Y así venimos luchando, uniéndonos a las otras 36 comunidades para pelear por nuestro territorio, por la cuestión de las tierras, que son tierras que le sacaron a nuestro pueblo, a nuestros antepasados y que, hoy, están en manos de Aracruz Celulose. Entonces, la lucha que nos une, hoy, es la expansión del cultivo de eucalipto dentro de nuestras comunidades (Kátia, comunidad de Divino Espírito Santo).
Las mujeres, que también son protagonistas de esas luchas, inician un proceso de organización en espacios específicos, con el objetivo de discutir los impactos del monocultivo de eucalipto que inciden sobre ellas y las formas de contribuir para recomponer el modo de vida de su pueblo. Ellas pretenden asumir, cada vez más, su lugar en ese proceso de lucha. Cuando “[...] el ambiente empiece a afectar a sus hijos, muchas mujeres actuarán”.
El proceso de organización de las mujeres en espacios específicos es reciente. En el caso de las mujeres indígenas, por ejemplo, hay grupos organizados en cada aldea dedicados a la producción de artesanías y al rescate de los saberes y uso de las hierbas medicinales. Algunas se encuentran en un proceso de organización más avanzado, otras están comenzando. Con el objetivo de reforzar su proceso de organización, hace poco más de un año, crearon la Comisión de Mujeres Indígenas Tupiniquin y Guaraníes, que busca la articulación de las mujeres indígenas de todas las aldeas y el desarrollo de actividades y luchas de su interés.
Se nota que todo el movimiento organizativo protagonizado por las mujeres ha estimulado el reconocimiento público de los diferentes trabajos que realiza: en el frente de batalla, para hacer la autodemarcación del territorio; en el enfrentamiento con la policía al ocupar la fábrica de Aracruz (en 2005); en la cocina, al preparar la comida para las grandes asambleas indígenas. De esa forma, ellas están, cada vez más, ampliando sus espacios de socialización y buscando sustituir, en parte, los espacios que les arrancaron. La organización también contribuyó a aumentar su autoestima.
Mujeres indígenas y quilombolas, que compartieron durante tantas décadas los impactos del monocultivo de eucalipto, ahora quieren compartir su experiencia organizativa, y descubrir juntas los caminos de la libertad. Son mujeres que cada vez están más unidas y que se fortalecen mutuamente, luchando contra la opresión del agronegocio y del patriarcado.
Extractado de: “Mujeres y Eucaliptos: historias de vida y resistencia”, investigación del WRM por Gilsa Helena Barcellos, correo electrónico: gilsahb@terra.com.uy, y Simone Batista Ferreira (integrantes de la Red Alerta Contra el Desierto Verde), correo electrónico: sibatista@hotmail.com