De acuerdo con la definición de la FAO, las plantaciones de caucho son “bosques”. Recientemente estuvimos recorriendo uno de tales “bosques” en Kribi, Camerún y hablando con trabajadores y pobladores locales. A diferencia de los “expertos” de la FAO, nadie, absolutamente nadie, percibe allí a estas plantaciones como bosques.
En realidad, si hay algo en el mundo menos parecido a un bosque, es precisamente una plantación de caucho. A la normal monotonía de plantaciones compuestas por filas paralelas de miles de árboles idénticos – eucaliptos, pinos, acacias – en este caso se suma que cada árbol tiene colgado en el tronco un pequeño recipiente en el que cae el látex y que al costado de los caminos hay otros recipientes más grandes en los que se vierte el látex a ser llevado a la planta procesadora. A eso se agrega el penetrante y desagradable olor del caucho.
Las plantaciones que visitamos son propiedad de la Société des hévéas du Cameroun (HEVECAM), una empresa creada en 1975, cuyas plantaciones abarcan un total de 42.000 hectáreas en una región antes cubierta por densos bosques tropicales, que se cuentan entre los más biodiversos del mundo. Aún hoy se puede ver entre los árboles de caucho enormes tocones de árboles nativos o incluso gruesos y largos troncos en proceso de descomposición en medio de la plantación. Es decir, que esta plantación –este “bosque” según la FAO- fue la causa directa de la destrucción completa de los bosques que allí se encontraban.
Eso lo saben muy bien los indígenas Bagyeli (“pigmeos”), quienes han sido los principales perjudicados. Los Bagyeli son cazadores recolectores nómades, que en su antiguo bosque encontraban todo lo necesario para su bienestar. Según nos informó un grupo de Bagyeli que entrevistamos, antes vivían bien en su territorio, que abarcaba lo que ahora es la plantación de HEVECAM además de otras áreas adyacentes. El bosque no existe más y son considerados intrusos en su propio territorio, ahora bajo el control de la empresa. Si bien se les “deja entrar” en la plantación, no sucede lo mismo con sus niños, porque pueden “dañar a los árboles de caucho”.
La posibilidad de obtener alimentos e ingresos a través de la caza es casi nula. A la disminución de la fauna por efecto de la plantación se suma la presencia de cazadores con armas de fuego –normalmente trabajadores de HEVECAM- que compiten con ventaja con las armas tradicionales de los Bagyeli. En cuanto a sus posibilidades de obtener empleo en la plantación, también son muy pocas. La empresa los emplea a veces para hacer limpiezas, pero les paga muy poco. El resultado es ahora un grupo humano desmoralizado, pobre, mal nutrido, explotado y oprimido, acorralado por la plantación y sin tener a donde ir.
Pero los Bagyeli no han sido los únicos perjudicados. También nos entrevistamos con habitantes del poblado de Afan Oveng cercano a la plantación de HEVECAM, donde hace dos años se accidentó un camión de la empresa y el contenido de látex y amoníaco que cargaba terminó en el arroyo del poblado. Como resultado murieron animales, se enfermó la gente, murieron los peces. Enviaron carta tras carta a las autoridades responsables y a la empresa y hasta ahora no han obtenido más “compensación” que algunos camiones cisterna con agua ni siquiera apta para el consumo humano.
Pero para esa gente el problema no se reduce a un accidente, sino que es mucho más profundo y consiste en que nunca se les reconocieron sus derechos tradicionales sobre el bosque. Por ejemplo, el lugar donde ahora se encuentra el hospital de la empresa eran tierras pertenecientes a este poblado. Insisten en que “el bosque nos pertenece” y denuncian que “el bosque que aún resta está siendo destruido por HEVECAM”.
En efecto, la empresa continúa talando bosques “salvajemente”, aparentemente en connivencia con el alcalde de Kribi, que es propietario del aserradero donde esa madera es procesada. La comunidad local no recibe ningún beneficio, pero se queda con el perjuicio que implica la desaparición del bosque y de los productos que allí se obtienen.
Los trabajadores de la empresa –traídos de otras regiones del país- parecerían ser entonces los únicos beneficiados por estas plantaciones. Sin embargo, eso tampoco es así. “HEVECAM es la esclavitud”, afirmó una persona que había trabajado por 7 años para la empresa. Habló de salarios bajísimos, trabajo duro, enfermedades respiratorias, ceguera, tuberculosis, muertes, despidos arbitrarios, imposibilidad de sindicalización.
Visitamos entonces uno de los poblados construidos por la empresa y conversamos con varios trabajadores. Allí nos contaron que tenían problemas permanentes con el agua potable, que las letrinas estaban colmadas, que ello resultaba en la abundancia de mosquitos, con sus consecuencias de diarreas, cólera y paludismo. En las casas tienen que vivir “comprimidos” y conseguir una casa con dos piezas no es fácil. Entonces la mayoría de las familias deben vivir en una sola pieza. Como las casas son propiedad de la empresa, si los trabajadores son despedidos, o incluso si se jubilan, se quedan automáticamente sin alojamiento donde vivir.
También explicaron el sistema de transporte para los trabajadores de la empresa, en vehículos contratados obligados a cumplir con determinado horario para recorrer los 40 kms del poblado a la plantación, resultando en frecuentes accidentes. Nos contaron sobre la aplicación de herbicidas y fertilizantes sin guantes ni equipo protector. También nos explicaron que hay gente que queda ciega, porque en ese clima no se pueden usar los anteojos provistos por la empresa y que ésta no ha hecho nada para hallar una solución al problema.
Si lo anterior parecía confirmar que efectivamente “HEVECAM es la esclavitud”, tal convicción se fortaleció aún más cuando los trabajadores nos contaron que cuando la empresa fue privatizada en 1996 (el grupo GMG International de Singapur es su actual propietario), solo se enteraron del hecho cuando aparecieron autos distintos a los usados por los anteriores gerentes. “Se nos compró al mismo tiempo que a los árboles de caucho”. Tal como en la época de la esclavitud.
Por: Ricardo Carrere, en base a información recopilada durante la recorrida realizada en la región en diciembre de 2006 con los investigadores Sandra Veuthey y Julien-Francois Gerber. El autor agradece el apoyo recibido del Centre pour l'Environnement et le Développement (CED), que hizo posible la recorrida.