Las plantaciones industriales de árboles tienen una larga historia de impactos sociales y ambientales negativos. Fue así que se consideró que era absolutamente necesario dedicar un taller específico sobre el tema en el Foro Social Mundial. Participantes de un amplio espectro de países compartieron sus experiencias en torno a este problema.
La reunión comenzó con un panorama general del problema de las plantaciones y la confusión que genera el uso de definiciones falsas como “bosques plantados”. Los participantes estuvieron de acuerdo en que las plantaciones de monocultivo de árboles no tienen nada en común con los bosques, salvo el hecho de que en ambos hay árboles. Los monocultivos no cumplen ninguna de las funciones que tienen los bosques en relación con el funcionamiento de los ecosistemas, y por el contrario, producen impactos negativos sobre el agua, los suelos, la flora, la fauna y los seres humanos.
Uno de los impactos más importantes de las plantaciones es la apropiación de grandes parcelas de tierra que previo el establecimiento de las mismas, satisfacían las necesidades de supervivencia de pueblos locales. En casos como el de Sarawak (Malasia), se considera que las empresas forestales plantadoras de árboles son peores que las empresas taladoras. Esto se debe a que estas últimas cortan los mejores árboles y degradan el bosque pero finalmente se van, mientras que las empresas plantadoras cortan todos los árboles del lugar, plantan los suyos y se quedan. La apropiación de tierras es total y permanente, privando así a los pobladores locales de todos los recursos a los que antes tenían acceso.
En todos los casos, las plantaciones se promueven con la promesa de generar empleo, pero la realidad demuestra que después sucede totalmente lo contrario. Como prueba de ello se presentó el caso de Indonesia: en todas las zonas de plantación, el resultado final es la pérdida neta de empleo. Cuando los bosques y las tierras de cultivo son sustituidos por plantaciones industriales de árboles, los pobladores locales pierden sus fuentes de ingreso y sustento. Por otra parte, los escasos trabajos temporales que proporcionan las plantaciones no son una solución al problema de desempleo que ellas mismas generan.
Los impactos que en general se perciben como ambientales son al mismo tiempo sociales. Es el caso de los impactos sobre el agua. En Tailandia, gran parte de la lucha contra las plantaciones de eucaliptos se centró en el agotamiento de los recursos hídricos que estos árboles producen, en zonas donde el agua es esencial para el cultivo de arroz. En este país, los pobladores locales llaman al eucalipto “el árbol egoísta”, precisamente por la forma en que agota los recursos hídricos.
Se hizo énfasis en que el eucalipto no es el problema y que otras especies importantes de árboles utilizados en plantaciones (pino, teca, melina, acacia, palma aceitera) son igualmente negativas en términos sociales y ambientales. Es interesante destacar que aunque las primeras luchas documentadas contra las plantaciones de eucalipto tuvieron lugar en India, un participante de ese país habló de los impactos de una antigua plantación de teca en su región, que actualmente está privando a la comunidad de los beneficios que le solía proporcionar el bosque.
También surgió en la discusión el tema de la certificación y se plantearon diversos ejemplos que demuestran que la certificación está debilitando las luchas locales contra las plantaciones. Al mismo tiempo que se reconoce que las plantaciones nunca deberían ser certificadas como “bosques” (porque no lo son), se planteó también que el principio del Consejo de Manejo Forestal (FSC por su sigla en inglés) sobre las plantaciones es tan débil que ha permitido la certificación de casi todas las plantaciones.
Los participantes reafirmaron su compromiso de oponerse a la proliferación en el Sur de las plantaciones de monocultivo de árboles social y ambientalmente destructivas, y de colaborar entre sí para fortalecer esa lucha.