“Para impedir el cambio climático, tenemos que cambiar” [lema de la COP 10]
La posibilidad de tener el estatus de observador en la 10ª Conferencia de las Partes de la Convención sobre Cambio Climático, que tuvo lugar en Buenos Aires en diciembre pasado, generó en mí expectativas contradictorias.
Estar al tanto de los decepcionantes antecedentes de las pasadas nueve conferencias en cuanto a atender la gravedad del cambio del clima debido a las acciones de la civilización industrial, anticipaba el resultado de siempre del proceso internacional –admirable en su inventiva para propagar la inacción. Por otra parte, el atisbo de esperanza de una posibilidad de cambio se rehusaba testarudamente a acatar la razón.
No hubiera sido realista esperar que se re-evaluara la convicción de confiar en las fuerzas del mercado para frenar las emisiones de dióxido de carbono. Sin embargo, yo esperaba que la controvertida inclusión de último minuto de las plantaciones de árboles genéticamente modificados en el Mecanismo de Desarrollo Limpio durante la COP 9, considerando sus efectos potencialmente devastadores sobre la biodiversidad, proporcionara un tema de debate interesante.
Para sorpresa de cualquier ‘observador' dentro de la Conferencia, este tema tan importante (ver http://www.wrm.org.uy/subjects/GMTrees/text.html ) fue silenciado de la manera más audaz. La ONG FERN había presentado una solicitud para realizar, dentro de la conferencia, un evento paralelo sobre árboles transgénicos, pero los organizadores perdieron la solicitud y no se le permitió volver a hacerla.
¿Cómo es posible que las negociaciones entre los Estados, reforzadas con los aportes de numerosos ‘expertos', ni siquiera tocaran un tema que podría permitir a los científicos insertar genes de peces en árboles de eucalipto que luego serían plantados en millones de hectáreas? Este absurdo ni siquiera contempla la amplia evidencia de violaciones a los derechos humanos de las comunidades locales a causa de las plantaciones de árboles a gran escala, ni las consecuencias ambientales posteriores [ http://www.wrm.org.uy/plantations/carbon.html ].
La respuesta parece simple para una persona de afuera que entrara por casualidad a la conferencia. En primer lugar, contrario a lo que podría suponerse, no hubo un gran debate abierto entre los delegados de los países. La mayor parte de las conversaciones cruciales tuvieron lugar en pequeños grupos de trabajo que no estaban obligados a autorizar la asistencia de no participantes. Cuando todos esos grupos de trabajo se reunieron para ‘votar' las decisiones, podía verse una sala a medio llenar y procedimientos de votación para los cuales “votar” implicaba que no hubiera objeciones de alguno de los delegados (ausentes). A EE.UU. (aunque están claras sus intenciones de no adherir al Protocolo de Kioto) se le permitió interrumpir y exigir cambios en las redacciones con las que se sentía incómodo. ¿Por qué quienes no participan en el Protocolo pudieron influenciar las negociaciones y no así las organizaciones de la sociedad civil y los pueblos indígenas que participan en cada aspecto de sus consecuencias?
En segundo lugar, fue dolorosamente evidente que para la mayoría de los participantes el cambio climático era sinónimo --si no una tautología-- de compra y venta de “mercancías”. La zona de puestos estaba llena de firmas consultoras, negocios ambientales, grupos de “negocios para el desarrollo sustentable”, ostentando las laptop y las tecnologías de telefonía móvil G5 más recientes.
Las compañías privadas que ven la posibilidad de hacer negocio con el recién nacido mercado millonario del carbono, por lo menos no proclamaron estar representando algo más que ambiciones personales. Sin embargo, las delegaciones de los países a la COP representan y están financiadas por los pueblos de sus países. Cuando intenté personalmente comunicarme con la delegación griega para indagar sobre “nuestra” postura (la de los griegos) en este foro, me sorprendió escucharles decir que no tenían ningún conocimiento de los árboles transgénicos. Seguramente no todas las delegaciones tienen el mismo desconocimiento, pero ¿cuántas delegaciones de las 134 firmantes no tienen ni idea de los asuntos que aprueban pasivamente?
Desde una perspectiva más social pero vinculada con la economía política de la COP 10, la primera impresión cuando se llega al complejo de la conferencia es un involuntario sentimiento inducido de secreto orgullo. La exclusividad de los participantes de este encuentro global internacional y el ambiente creado en el que tiene lugar, juegan con sentimientos humanos de autoestima, profundamente arraigados, de forma de distraer la atención de las estructuras injustas que conforman su base. Es de destacar que la abrumadora cantidad de personas empleadas para atender a los participantes (guardias de seguridad, empleadas de restaurante, personal de información, etc.) eran mujeres jóvenes, en un foro donde el poder se concentra casi exclusivamente en manos masculinas. ¿Fue una estrategia planificada para hacer el ambiente de la conferencia más ‘amigable' para estos últimos?
El presupuesto que gastó el gobierno del pueblo argentino para albergar esta conferencia de dos semanas fue presumiblemente grande, aunque sospechosamente oscuro. Pregunté a todas las personas imaginables, desde el Oficial de Relaciones Exteriores para Asuntos Intergubernamentales y de la Conferencia de la Secretaría de Cambio Climático, hasta las oficinas del gobierno argentino en la conferencia. En todos los casos vi la misma expresión de desconcierto y desconocimiento con relación a los costos logísticos de la conferencia. Finalmente no pude descubrir cuánto dinero se había gastado en este encuentro internacional, un encuentro que además ignoró las consecuencias sociales y ambientales de las decisiones allí adoptadas.
Antes de participar en la conferencia, conocer los decepcionantes antecedentes de las COP anteriores jugaba en contra de mis expectativas de que el cambio es siempre posible. Al partir, fue evidente que éstas no son expectativas contradictorias. Procesos globales como éste no están destinados a desarmar las injusticias sociales, políticas y económicas que les dieron su razón de ser; apuntan a mantenerlas.
La esperanza del cambio radica en las alternativas que la gente y las comunidades están poniendo en práctica e inventando al cambiarse a sí mismas, sus formas de vida y sus relaciones dentro de cada comunidad y entre ellas y su medio ambiente; alternativas que pueden encontrarse fuera de los muros de la conferencia. Sería bueno que los funcionarios de los gobiernos aprendieran de la gente el verdadero significado del lema oficial de la COP: “Para enfrentar el cambio climático, tenemos que cambiar”.
Por: Antonis Diamantidis, correo electrónico: antonis@wrm.org.uy