Mucho se habla de “tala ilegal”. En Costa Rica la política forestal de este gobierno prácticamente se limitó a conformar, con generoso apoyo de la FAO, un equipo de análisis y acción contra la tala ilegal. Según el gobierno ese es el problema fundamental del sector forestal. Se hablaba, basado en datos oscuros, de que entre un 25 y un 35 % de la madera consumida provenía de fuentes ilegales.
Sin embargo desde el ecologismo vemos la necesidad de “aclarar la foto”, de identificar primero las diferentes versiones de “tala ilegal”.
Así tenemos que la expansión de monocultivos, principalmente de piña en los últimos años, ha generado una tala ilegal extensa y dañina. Claro, los monocultivos de piña no aceptan ningún tipo de sombra y frente a las opulentas ganancias que ofrece este cultivo, la madera pierde su significado económico. De modo que, como parte de las labores de preparación de terreno, todo tipo de árbol ubicado en las áreas de expansión piñera, ya sea de bosque secundario o árboles aislados en potreros, son talados y metidos en enormes zanjas dragadas durante la noche. Es más sencillo que tramitar los permisos necesarios.
También está la tala ilegal que llevan a cabo los madereros industriales. Periódicamente se documentan casos donde, con el apoyo de maquinaria pesada, se roban madera de áreas privadas o públicas, causando severos destrozos. O simplemente alteran o incumplen los permisos de tala recibidos y le extraen al bosque más árboles de los permitidos, alguno de ellos de especies vedadas en peligro de extinción.
Pero dentro del tema de tala ilegal, junto a estos ejemplos, caracterizados por el abuso, la avidez y la concentración y acumulación de riqueza, se ha querido meter otro tipo de tala, ambientalmente más sana y socialmente justa y equitativa.
Se trata de la tala artesanal, aquella que llevan a cabo pequeños campesinos o comunidades indígenas para autoabastecerse de madera o como complemento a su austera economía rural. Aquella que aprovecha árboles de manera integral, haciendo uso de ramas, partes menores y productos no maderables. Aquella que es ilegal porque nunca le han dado la oportunidad de existir legalmente ya que las leyes forestales, elaboradas bajo la mirada y supervisión del sector maderero industrial tradicional, han sido diseñadas para la explotación de gran cantidad de árboles y sus costos y dificultades burocráticos son demasiados altos para que los pequeños productores forestales puedan gestionarlos.
Es la “tala ilegal” que hacen campesinos en la Zona Atlántica y la Zona Norte del país, donde talan dos o tres árboles por año de sus propiedades, los procesan artesanalmente para producir madera en cuadro que sacan del bosque mediante tracción animal y la venden en mercados locales a precios mucho más altos que lo que les ofrecen los madereros tradicionales por talarles de manera “legal” los árboles en pie. Es el aprovechamiento artesanal de madera que hacen familias y comunidades de la madera que arrastran los ríos; es el aprovechamiento artesanal de madera caída naturalmente en sus bosques que hacen los campesinos forestales de la Península de Osa.
Es, en fin, un tipo de “tala ilegal” que por su carácter comunitario, ligado a mercados locales y su respeto para con el bosque y la biodiversidad, tiene un potencial grande dentro de las estrategias para lograr un uso sustentable de los recursos y el desarrollo de comunidades rurales. Es justo el tipo de “tala ilegal” que llevó a una estudiante de asuntos forestales (Sylvia Lang) a concluir en su tesis de grado sobre impactos del maderero en zonas de bosque tropical costarricense, que es recomendable “legalizar el madereo ilegal e ilegalizar el madereo legal”.
Por Javier Baltodano, Amigos de la Tierra Costa Rica, correo electrónico: licania@racsa.co.cr