Miles de indígenas son desplazados de sus tierras, militarizados y expropiados en genocidios que no terminan. La explotación petrolera se hace ocasionando daños que no son indemnizados, sin consulta a las comunidades y con la connivencia de los gobiernos de turno. Empresas transnacionales como Shell, Repsol, Maxus, se apropian de espacios territoriales con el pretexto de la “utilidad pública”, contaminan cuerpos de agua, cauces de ríos, deforestan bosques primarios y generan impactos que destruyen futuro.
En Colombia las actividades petroleras acabaron con los Guahíbo -que habitaban en las sabanas de Arauca-, arrasados por la empresa Occidental Petroleum. Los Yariguis y Aripis fueron exterminados por la Standard Oil en 1915; en 1931 agredieron con contundencia al pueblo Bari-Motilón las empresas Gula, Mobil y Texas Petroleum, con asesinatos indiscriminados, vallas electrificadas o con entrega de sales envenenadas que lanzaban desde aviones como regalo. En 1960, los pueblos Inga, Siona y Cofán fueron desarticulados y sus ríos convertidos en alcantarillas de las industrias petroleras. En 1980, Occidental y Shell sometieron a los pueblos Sáliva y Sicuani, Betoyes, Hitnu o Macaguanes, Hitanú o Iguanitos y Dome Jiwi, expropiándoles el 70-95% de sus territorios y dejándolos en la pobreza más indigna. En 1991 se asesinaron 243 dirigentes indígenas de los pueblos Zenú, Koreguajes, Pastops y Pijao. En 1992, la empresa Fronteras de exploración inicia el genocidio del pueblo Nukak y a finales de los 90, Occidental arremete frontalmente contra el pueblo U´wa.
No son casos aislados. En Ecuador, empresas como Texaco acabaron con el pueblo Tetete y arremetieron contra los pueblos Signas, Secoyas, Cofanes y Huaoranis, llevándolos al borde del exterminio. En Perú, la Shell llevó al borde de la extinción al pueblo Nahua.
Y en Nigeria, la petrolera estadounidense Chevron Texaco sigue acusada de cometer violaciones atroces a los derechos humanos en las comunidades del Delta del Níger, en tres incidentes perpetrados entre 1998 y 1999 contra las comunidades de Ilaje, Opia e Ikenyan. Los ataques incluyeron asaltos con armas de fuego contra gente desarmada, ejecuciones sumarias, tortura, maltratos, destrucción injustificada de propiedades y arrasamiento de su ambiente y sus formas de vida.
La degradación del ambiente incluyó la pérdida de fuentes de agua dulce a medida que la compañía fue abriendo numerosos canales para meter sus equipos desde el mar hacia la costa. Dice Bola Oyibo, líder de un grupo de ciento veintiún jóvenes de 42 comunidades que avanzaron sobre la plataforma Parabe, de Chevron, para protestar contra la destrucción continua de su ambiente: “Por años, Chevron ha entablado sistemáticamente una guerra en nuestras tierras, bosques y aguas. Vayan a la comunidad de Awoye y vean lo que han hecho. Todo está muerto: manglares, bosques tropicales, peces, agua dulce, vida silvestre. Todo matado por Chevron…”
Por su parte Shell, también en Nigeria, comenzó las perforaciones de los pozos petroleros en Owukubu sin consultar a la comunidad de Odioma. Eso generó una crisis comunal que se transformó en una bola de nieve que desencadenó una serie de fatalidades, desembocando en el asesinato de más de 1.500 personas, cientos de heridos, unas 3.000 personas detenidas como rehenes y numerosa población en fuga hacia el bosque de manglares y otros poblados (ver Boletín Nº 92 del WRM).
En Indonesia, la provincia de Riau, en la costa de Sumatra, ha sido catalogada durante largo tiempo como una zona rica porque allí se encuentran yacimientos de petróleo –además de minería, gas y miles de hectáreas de plantaciones de palma aceitera. Pero los ingresos que generan esas actividades no han enriquecido las vidas de la comunidad de Riau. Por el contrario, las tasas de pobreza han alcanzado al 40,2% de su población de 4,8 millones de habitantes. El actor principal de la explotación petrolera es PT Caltex Pacific Indonesia (CFI), propiedad de Chevron Texaco.
Dentro del cuadro de pobreza de Riau, la tribu Sakai es víctima directa e indirecta de la acción petrolera. Viven al filo del bosque y a lo largo del río Siak, cuyas aguas utilizan para bañarse, comer y beber. Pero esas aguas están contaminadas, y siguen utilizándolas porque no tienen otra opción. Su comida diaria es una especie de tubérculo (ubi mangalo) que crece alrededor de las casas. Aunque es considerado tóxico, el pueblo Sakai continúa comiéndolo porque se han acostumbrado a sus efectos secundarios y más que nada porque ahora no tienen casi opciones de comida en el bosque.
A los genocidios de pueblos enteros se suman las muertes aisladas, escondidas, provocadas por accidentes petroleros y por la terrible contaminación que generan.
La contaminación se pone en contacto con el organismo a través del lavado personal, el consumo y la respiración, generando así enfermedades en la piel, en el sistema respiratorio, en el aparato digestivo, a nivel de ojos, oídos y garganta, trastornos ginecológicos. Pero también contribuye a aumentar la desnutrición, la anemia, la tuberculosis, los abortos. La tasa de prevalencia de cáncer aumenta enormemente en las poblaciones cercanas a las fuentes de contaminación, y afecta más a los menores de 14 años.
Los pozos de agua cercanos a las piscinas de crudo quedan contaminados con los químicos que se filtran, matando además a los animales cuya cría, para muchos integrantes de las comunidades, cumple la función de autoconsumo, comercio y reserva económica para momentos de emergencia. Su desaparición, para estas familias, supone arrojarlas a la pobreza y despojarlas de su soberanía alimentaria.
Una vez que pasa a depender del petróleo, el Estado se encuentra con dificultades para diversificar su economía y fomentar otros sectores que aporten más beneficios directos a los sectores desposeídos. La dependencia del petróleo se convierte en un obstáculo para los tipos de actividad económica que favorecen a la población de bajos recursos.
Lejos de ser el proclamado “oro negro” que traiga prosperidad y bienestar a los pueblos, el petróleo termina creando un círculo maldito de empobrecimiento, contaminación, enfermedad y muerte.
Artículo basado en información obtenida de: “América se escribe con sangre”, Adolfo Maldonado Campos, mayo 2005, Acción Ecológica, correo electrónico: cmonitor@uio.satnet.net; “Chevron, mano derecha del imperio”, 2005, Informe de Oilwatch, http://www.oilwatch.org.ec/; “Ecuador ni es ni será ya país amazónico. Inventario de impactos petroleros”, 2001, Acción Ecológica, http://www.accionecologica.org/webae/index.php