La agricultura en Ghana Septentrional genera más del 90% del ingreso de los hogares y emplea a más del 70% de la población de la región. La mayor parte de la producción agrícola es generada por pequeños productores para su subsistencia y depende de las lluvias estacionales, impredecibles y esporádicas. Durante la estación seca, gran parte de la población no tiene trabajo y se ve forzada a emigrar hacia las regiones más prósperas del sur del país, donde consigue trabajos menores.
Las comunidades rurales, desesperadas por percibir un ingreso, son seducidas con promesas de un “futuro mejor”; con la excusa de que esas “tierras improductivas” solo les permiten sobrevivir y les ofrecen la posibilidad de percibir un ingreso regular si ceden sus tierras para proyectos de “desarrollo”. Este argumento no toma en consideración el significado que tiene la tierra para las comunidades africanas. Si bien la tentación inicial de entregar la tierra para ganar un salario es enorme, presagia un futuro ominoso, donde el sentido de pertenencia a la comunidad, su soberanía y su identidad desaparecerán como consecuencia de la fragmentación que sufrirá la comunidad.
La estrategia para quedarse con la tierra suele ser la siguiente: se trata de capturar la fantasía de algunos líderes influyentes hablándoles de los beneficios que el proyecto aportaría a la comunidad, y se los cautiva con promesas de cargos en la compañía o con incentivos económicos. La idea es que estas personas allanen el camino en las aldeas, corriendo la voz sobre las oportunidades de trabajo. Entonces se elabora un documento, básicamente un contrato, para arrendar la tierra a la compañía. En caso de que surjan problemas, el promotor puede presionar haciendo valer dicho “contrato” o acuerdo. Cuando no se examina atentamente la legalidad del proceso, los promotores tienen el camino libre, pero si se le somete a un examen apropiado surge que estos contratos no son legalmente vinculantes ya que no han pasado por los canales legales correctos. Esto es lo que sucedió en el área de Alipe.
En noviembre de 2007, un grupo de RAINS (Regional Advisory and Information Network Systems) descubrió una zona cuya cubierta vegetal había sufrido una destrucción masiva. Se trata de una gran franja de tierra cercana a una aldea llamada Alipe, dentro de la cuenca del río White Volta, a unos 30 kilómetros de Tamale, la capital de la región Septentrional de Ghana. Unos metros al sur de la ciudad el grupo pudo ver cómo maquinaria agrícola pesada derribaba sistemáticamente los árboles y diezmaba la zona. Más tarde, una investigación reveló que se trataba de una empresa noruega de agrocombustible llamada BioFuel Africa (una subsidiaria de BioFuel Noruega), la cual estaba preparando el terreno para establecer una enorme plantación de jatrofa.
Amparándose en reglamentaciones nacionales, RAINS logró que los obligaran a detener la destrucción, pero no antes de que más de 2.600 hectáreas de tierra fueran despojadas de su cubierta vegetal natural. Para ese entonces no se conocía la identidad de la empresa responsable del emprendimiento; tan solo se hablaba de “unos hombres blancos”. En esta comunidad, como en muchas partes de Ghana, más del 80% de la tierra es de propiedad comunitaria, y más del 70% de esta tierra es manejada por jefes tradicionales, en representación de los miembros de sus territorios tradicionales. El jefe fue muy categórico en cuanto a que él no había hecho tal concesión y que también había luchado contra esa “gente blanca” para detenerla, sin mucho éxito. Confirmó que había “firmado con el pulgar” un documento, en compañía del asambleísta de la zona que había sido traído a su palacio por los “blancos”, pero no confirmó su contenido. Inicialmente, el jefe no había querido ir contra la voluntad de su gente, ya que sus esfuerzos por detener a los promotores habían sido interpretados por la comunidad como una forma de “dejar pasar la oportunidad de ganar ingresos durante la estación seca actual”.
Luego que RAINS presentara el caso a la comunidad y que el mismo fuera discutido, los pobladores se dieron cuenta de que las promesas de BioFuel Africa eran realmente un engaño. La comunidad comprendió el impacto que semejante proyecto tendría sobre sus vidas en particular y sobre la comunidad en general, y entendió que la promesa de trabajo, prosperidad compartida y mejores ingresos (el principal beneficio para la comunidad), no eran realmente compromisos sino meros ardides propagandísticos de la compañía. ¿Pero cuánto tiempo lo recordarán, mientras esperan ociosos que lleguen las próximas lluvias de abril?
De hecho, quienes más se hicieron oír en la sesión fueron, en su mayoría, mujeres. Una de ellas, mirando a los ojos al representante de BioFuel, dijo: “Mire todos los karités que ya cortó. Las nueces que yo recojo en un año me permiten comprar la ropa para todo el año y también me dejan un pequeño capital, puedo invertir mi pequeño ingreso en un carnero y a veces, en un buen año, puedo comprar una vaca. Ahora usted ha destruido estos árboles y está prometiéndome algo con lo usted mismo no quiere comprometerse. Entonces, ¿adónde quiere que vaya? ¿Qué quiere que haga?”
Esta es la historia de cómo una empresa noruega de agrocombustibles se aprovechó del sistema tradicional africano de propiedad comunal de la tierra y de la presión de su situación económica y climática actual, para reclamar y deforestar grandes extensiones en Kusawgu, en el Norte de Ghana, con la intención de crear “la plantación de jatrofa más grande del mundo”.
Extraído y adaptado de “Biofuel land grabbing in Northern Ghana”, Bakari Nyari, Vice Presidente de RAINS (Regional Advisory and Information Network Systems) Ghana, miembro del Comité directivo de la African Biodiversity Network, http://www.wrm.org.uy/subjects/agrofuels/Biofuel_Northern_Ghana.pdf
(1) Jatropha curcas es una especie nativa de América Central. Sus semillas oleaginosas pueden ser utilizadas para producir biodiesel.