Hay dos realidades en el sector forestal de Indonesia. En una, los bosques siguen siendo destruidos, los pantanos de turba drenados, los bosques talados, quemados y reemplazados por plantaciones industriales de árboles. Los derechos de los pueblos indígenas y las comunidades locales son arrasados junto con los bosques. Mientras tanto, en la otra realidad, se plantan árboles, se restauran bosques y las emisiones de gases de efecto invernadero pronto serán cosa del pasado.
De vez en cuando, esas dos realidades chocan entre sí. En diciembre de 2009, mientras el gobernador de Kalimantan occidental Cornelis hacía un discurso sobre la campaña gubernamental “Un hombre, un árbol”, fue varias veces interrumpido por el ruido de los camiones madereros cargados de troncos recién cortados que pasaban por la autopista Trans-Kalimantan. “Estoy haciendo un discurso sobre el movimiento por la plantación de árboles y pasa un camión cargado de madera”, dijo, según informa el Jakarta Globe. “Si preguntamos a los conductores, no creo que tengan permisos”, agregó. Después de haber sido interrumpido cuatro veces, Cornelis pidió a la policía que impidiera a los camiones madereros pasar por allí. Sólo hasta que terminara el discurso.
En setiembre de 2009, el presidente de Indonesia, Susilo Bambang, dijo en la cumbre del G-20 realizada en Estados Unidos que, de aquí a 2030, Indonesia “cambiará el estatus de sus bosques, que luego de ser un emisor neto se convertirán en un sumidero neto”. También anunció que su país planeaba disminuir sus emisiones en un 26% de aquí a 2020.
Bambang repitió esa meta de 26% en Copenhague, durante las negociaciones sobre el clima. “Durante las conversaciones Indonesia dijo que estaba seriamente decidida a reducir sus emisiones de carbono en un 26% para 2020; sin embargo, el presidente mintió en lo referente a su seriedad”, dijo al Jakarta Post el encargado de la campaña de bosques de WALHI, Teguh Surya.
Mientras arden los bosques indonesios, el gobierno prevé una gran expansión de las industrias aceitera y papelera, ambas responsables, directa o indirectamente, de muchos de los incendios. Hay proyectos para 20 millones de hectáreas de nuevas plantaciones de palma aceitera y 9 millones de hectáreas de árboles para pasta de papel. Además, el Ministerio de Bosques planea ceder 2,2 millones de hectáreas de bosques a empresas mineras en el transcurso de los diez próximos años. Todo esto es bastante malo pero pronto podría volverse mucho peor.
El 6 de enero de 2010, Zulkifli Hasan, Ministro de Bosques de Indonesia, reveló el ingenioso plan que tiene el gobierno para alcanzar su objetivo de reducción de emisiones: 21 millones de hectáreas de “nuevos bosques”. “Si el proyecto mencionado se lleva a cabo, si la plantación se realiza, podemos llegar a más del 26%”, dijo Hasan a los periodistas en Jakarta. Se deberá plantar una superficie de 500.000 hectáreas por año, a un costo de 269 millones de dólares.
Por supuesto, esos 21 millones de hectáreas de “nuevos bosques” no serán bosques. Serán plantaciones. O sea: 20 millones de hectáreas de plantaciones de palma aceitera, más 10 millones de hectáreas de plantaciones de árboles para pasta, más 21 millones de hectáreas de plantaciones para sumidero de carbono. En total, lo que se propone son 51 millones de hectáreas de plantaciones.
Indonesia tiene una historia deplorable de corrupción y fraudes asociados a la promoción de las plantaciones. Un informe recientemente publicado por el Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR) examina en detalle el Fondo de Reforestación del gobierno indonesio, creado en 1989 durante la dictadura de Suharto. Buena parte del dinero fue a parar a compañías allegadas a las élites políticas. Esas compañías talaron bosques, mintieron sobre el área plantada, invirtieron poco en la zona y se metieron la plata en el bolsillo. Una auditoría realizada en 1999 por Ernst and Young descubrió que, entre 1993 y 1998, desaparecieron más de cinco mil millones de dólares del Fondo de Reforestación. Dicha auditoría no fue publicada.
Además del raudal de dinero que corre en torno de las plantaciones propuestas, los proyectos REDD podrían aportar grandes sumas a Indonesia. Según un informe de la Indonesian Forest Climate Alliance, si el país redujera la deforestación en un treinta por ciento podría recibir 4.500 millones de dólares por año. Christopher Barr, coautor del informe del CIFOR, dijo a Reuters que, si bien la situación ha mejorado desde la caída de Suharto en 1998, a menos que mejore el sistema de supervisión financiera, “es probable que se vuelvan a presentar los mismos problemas que ha tenido el Fondo de Reforestación durante los veinte últimos años”. El informe del CIFOR señala que “Durante el gobierno de Suharto y en el período siguiente, la mala gestión financiera y la administración ineficiente de los ingresos por parte de las instituciones gubernamentales a todos los niveles impidieron que el Fondo de Reforestación se usara con eficacia”.
El entusiasmo que muestra el gobierno de Indonesia por el mecanismo REDD es otro ejemplo de la existencia de dos realidades paralelas. En la falsa realidad de los proponentes del sistema, la corrupción desaparecerá; las empresas aceiteras y papeleras serán recompensadas por no destruir determinada zona de bosque y no usarán el dinero para expandir sus actividades destructivas en otro lado; al fijarse un precio al carbono, los bosques valdrán más en pie que talados. Esa es la teoría. Pero para que eso funcione, el precio de las compensaciones de carbono deberá ser más alto que el del aceite de palma, lo cual es muy poco probable (e imposible de predecir) durante el período de ejecución de un proyecto REDD. Lo que sí es seguro es que, mientras el gobierno siga fomentando la expansión de las industrias responsables de la destrucción de los bosques, la deforestación continuará.
Chris Lang, http://chrislang.org