Esta historia está cultivada con los pensamientos, las experiencias, los sueños, las palabras y las manos de mujeres recolectoras de concha de la provincia de Esmeraldas, ubicada al norte de Ecuador.
Las condiciones de vida allí son difíciles: el acceso a las comunidades generalmente es duro; existen escuelas en algunos lados, pero muchas veces los profesores y profesoras se desaniman y se van. Para que los muchachos y muchachas estudien, los padres y madres tienen que hacer esfuerzos grandes y mandarlos fuera. El agua no es buena para consumirla y los alimentos escasean cada vez más.
Con la llegada de las piscinas camaroneras se fueron los manglares, las fincas también se fueron. Ni los muertos respetaron, pues invadieron hasta los cementerios. La gente se va buscando mejorar su vida, pero regresa siempre porque lo que aprendieron es a recolectar, a pescar y a sembrar alimentos.
Iniciamos esta reflexión con muchísima felicidad. Hace tiempo que estamos luchando por la defensa del ecosistema manglar, venimos conversando sobre cómo perdemos la comida, el trabajo, las tierras. Hasta la dignidad quieren quitarnos. Estamos atrapadas entre la destrucción de los bosques primarios y las piscinas camaroneras, y ahora también entre las plantaciones de eucalipto y de palma africana, que avanzan amenazándonos con desaparecernos.
Nos sentamos a conversar entre aproximadamente noventa mujeres que todos los días comparten la jornada de recolección de concha entre las raíces de los manglares. Juntas abrimos otra puerta más para avanzar en este camino. Rosa, Jacinta, Delfida, Uberlisa, Fátima, Gladys, Digna, Reverside, Anita, Nelly, Albita, Lucety, Ismelda, Nancy, Danny, Daila, Mercedes, María, Andrea, Estefanía, Santa, Lourdes, Marianeli, Flora, Herlinda, Tasiana, Rita, Ramona, Marieta, Carmen, Pastora, Ninfa, son mujeres con las que llevamos casi veinte años de lucha por la defensa del ecosistema manglar, desde la década de los 80, cuando las piscinas de cría y cultivo de camarón empezaron a invadir los manglares. Tenemos años luchando, “pero no estamos cansadas”.
Al calor de un plato de comida tradicional, al cobijo de la inteligencia y la alegría picaresca de las mujeres esmeraldeñas recolectoras de concha, labramos esta historia para compartirla con otras mujeres, con otras luchas, con otras esperanzas … y en esta fiesta metieron cuchara también Don Garci, Goyo, Cocoa, Edgar, Pirre, La Mona, Fifo, Maximo y Alfredo.
“Como una pesadilla de la que hay que despertar”
“Un día nos despertamos y era como un mal sueño, como una pesadilla. Unos con máquinas, otros con machetes, todos destruyendo los bosques de mangle; luego el fuego terminaba de acabar con toditito. Grandes letreros se colocaban. ‘Propiedad privada. No pase’ y unas calaveras aparecían, también, pintadas en los letreros”. Luego ya guardias armados y con perros impedían el paso a las mujeres recolectoras de concha hacia los pocos espacios de manglar que sobrevivían. Los guardias las insultaban, las perseguían con perros y amenazaban de muerte.
Así empezó la historia de destrucción en el cantón Muisne, al sur de la provincia de Esmeraldas. Esto era a finales de los años 80. Para entonces la acuacultura industrial del camarón ya venía destruyendo el ecosistema manglar y las fincas campesinas desde la provincia de El Oro.
Al principio la población creyó en las ofertas de los empresarios: “Venían como en época de campaña política, prometían hasta el cielo. En los primeros años parecía que se venía la bonanza. Todas y todos salíamos a recolectar larvas de camarón y a pescar las camaronas ovadas para entregarlas a la industria. Pero pronto se acabó todo y aquí estamos, cruzadas de brazos sin tener nada”. La gente de las comunidades nunca se imaginó que en pocos años su vida estaría tan afectada.
“Con la recolección de la concha, mi madre parió y crió diez hijas. Todas estudiamos hasta el colegio y nunca faltó en la casa. No con lujos, pero había de todo a la hora de comer: diversos tipos de cangrejo como el guariche, el tasquero, la mapara; también animal de monte, gallina de campo, y concha, almeja, mejillón, pescado. El plátano antes abundaba más. En esos años había porque todos tenían sus pequeñas finquitas. Se cultivaba en los patios de las casas, también, y en las eras había todo lo que es hierbitas: la chillangua, orégano grande, orégano chiquito, chirarán, cebollita, menta e palo. Se comía la pepa e pan, la chonta, la chontilla…de todo abundaba. Ahora una familia conchera vive bien pobremente, las camaroneras ocupan los manglares y ocupan las tierras que eran de nuestro abuelos. Muchas fincas se perdieron.”
Las mujeres recolectoras de concha del cantón Muisne cuentan que la parroquia Bolívar, en el sur del cantón, antes era más amplia, tenía árboles de mango, de aguacate, de naranja, de guayaba, de limón, de mandarina, tenía palmeras de coco. En cada patio de las casas estaban las “chacras”; allí se encontraba maíz, habichuelas, frijoles, yuca, camote, zagú, tomate, ají dulce, ají picante, camote yema de huevo, camote morado y papa camote. Cuentan la mujeres que apenas se bajaba al patio ya tenía a la mano todo el aliño: cebolla blanca, cebolla ajo, cebolla totora. Había también plantas aromáticas: alivia dolor, poleo, saragoza, limoncillo, menta. El mismo paisaje describen las mujeres de Bunche y de Daule.
Sabemos cómo se va deteriorando la vida de los compañeros pescadores, de los cangrejeros, de los carboneros, porque todos somos uno mismo: nosotras, los compañeros, los manglares. Los cuentos, las leyendas, los bailes, los cantos ya casi no están.
Antiguamente existían grandes bailaderos, en grandes salones. Al son de la guitarra el pueblo festejaba sus fiestas. En esta parte era muy sonada la guitarra. El pueblo negro llegó al cantón Muisne con sus tambores, con sus arrullos y alabados por los años 40, y se fusionaron con las costumbres y la cultura del pueblo manabita (pobladores de la provincia de Manabí). Todos y todas van al manglar y en él han hecho su vida.
“Pero lo que yo siempre digo es que lo más importante es nuestra lucha política. Esa no tiene que desmayar nunca, más bien tiene que crecer. Lo más importante es recuperar nuestra empresa natural, nuestro ecosistema manglar. Allí nadie nos pide documentos, nadie nos pone límite de edad, nos recibe con humildad. Todo lo demás es complementario. No permitiremos que se legalice a la industria camaronera, porque si el gobierno le entrega las tierras, ahí sí se harán más soberbios y nos querrán humillar”. Así se expresa Andrea, 24 años, madre de tres hijos varones y con toda la fuerza de la mujer conchera de la provincia de Esmeraldas.
Dicen las mujeres recolectoras de concha del cantón Muisne que a pesar de que el dolor de ver la destrucción del ecosistema manglar era profundo y aunque la impotencia se apoderaba de ellas, pues la rapidez con que se destruía el ecosistema las rebasaba, su pensamiento las desafiaba a encontrar algún camino. Afortunadamente estaban juntas; existían organizaciones comunitarias, pues para entonces el cantón Muisne aprendía de la historia de la Organización Campesina de Muisne Esmeraldas (OCAME), una fuerte organización inspirada desde la iglesia de los pobres.
Hoy la propuesta es recuperar el ecosistema manglar y junto con él recuperar todo lo que se ha perdido, porque hasta la cultura van quitando. Cuando se reforesta el manglar, ya junto viene la concha, ya aparecen los tasqueros, los churos, las chorgas, los cangrejos. También viene el trabajo en comunidad, porque solas no se puede, y siempre nuestras comunidades se han caracterizado por la solidaridad, la reciprocidad. Las familias sobreviven porque entre todos se sostienen: abuelos y abuelas, hijos e hijas, nietos y nietas, tíos y tías, papá y mamá y “el que esté de paso”, todos y todas aportan, no solo con dinero sino con el trabajo, con la compañía, con el buen consejo. Y eso hay que mantenerlo.
Lo que está todavía “bajito” es el trabajo con la producción de las fincas y en las eras, aunque se ha empezado. Pero hay que ponerle fuerza porque es como un cuerpo incompleto, como si faltaran las manos o tal vez el corazón. Se están haciendo ferias de los productos del manglar y de las fincas; las llamamos Ferias de Soberanía Alimentaria. De lo que se trata es de comercializar lo que se produce, que es propio de nuestra tierra, que no tiene productos químicos. También se están sacando productos del manglar, pero con el mensaje de que la concha debe ser grande, la de 4,5 cm. que ya está buena para vender; la pequeñita tiene que devolverse al manglar a terminar de crecer. También con el cangrejo queremos hacer lo mismo, comercializar cangrejo grande, cuidar la cangreja “huevona”, cuidar las madres, que son las reproductoras.
“Es que nosotras consideramos al ecosistema manglar como nuestra madre, y así lo hemos aprendido todos. Allí está la vida, el ecosistema manglar es una maternidad, es una industria natural que Dios nos ha heredado, para que no seamos pobres.”
Largas jornadas de reflexión, felices encuentros entre comunidades, reforestación de bosque de mangle, van construyendo un proceso político de resistencia, de disputa de territorio que es finalmente una disputa de poder.
Por el colectivo de mujeres de la Reserva Ecológico Cayapas Mataje, al norte de la provincia de Esmeraldas, y el Refugio de Vida Silvestre del Estuario de Manglares Muisne Cojimies, al sur de la provincia de Esmeradas. Enviado por Marianeli Torres, CCONDEM, Ecuador, correo electrónico:marianeli@ccondem.org.ec